George Mallory, quien fuese el primero en intentar escalar el Monte Everest, tristemente muriendo en el intento, cuando le preguntaron la razón por la que deseaba hacer esa misión casi suicida, contestó: “Lo hago porque el Everest está ahí. Igual que la Luna, igual que las estrellas, y es nuestro destino ir hasta allá, porque nadie más puede hacerlo, solo nosotros”.
Mallory nos enseñó algo fundamental en la concepción del ser humano. Nuestros talentos, nuestras habilidades, tienen una razón más allá de nuestro entendimiento. No es suficiente con ser bueno en algo, con pasar un examen con cien, con construir una vida profesional respetada.
Estamos aquí para lograr y conseguir un nivel de trascendencia que solo nosotros y nadie más puede conseguir. No es que Mallory fuese mejor o peor que sus contemporáneos. Era que solo él imaginó que ese camino era posible y, por lo tanto, él se vio consiguiéndolo. Otros quizá también quisieron ver el Everest, pero los detuvo la simple consideración logística del proceso. Otros más se quedaron quietos meditando más que haciendo. Pero Mallory sabía que nada podía detenerlo. Su visión era importante: él abriría los ojos de su época, mostrando que el Everest es un punto de referencia para ver al mundo, pero que hay otros espacios y lugares que esperan ojos que los vean, pies que los caminen, poesías que las escriban.
Pensemos en esa escena. Mallory y su equipo viendo la majestuosidad de los Himalayas, respirando apenas el aire congelado y sin saber los peligros que enfrentaría. Planeó todo cuanto pudo, diseñó una estrategia lo más inteligente que podía, pero al final, era el Everest contra él, era Mallory contra lo imposible.
Siglos atrás, Colón batalló para convencer a uno de los reinos más poderosos de su época, de que había una manera de darle la vuelta a la Tierra y encontrar rutas distintas para llegar a India.
El italiano fue destruido por sus críticos, vilipendiado por los poderosos, humillado por otros cartógrafos. Apenas le dieron tres miserables barcos (las Carabelas son tan poco propicias para navegar aguas profundas, que una tormenta suficientemente fuerte las hundiría en un chistar de dedos). Pero Colón no solo imaginó su ruta a las Indias. Había estudiado con cuidado los escritos de varios de libros que la Inquisición había confiscado y entendido que las observaciones astronómicas solo podían entenderse pensando de manera esférica, no en un plano de dos dimensiones.
Igual que a Colón, a Mallory le espetaron burlas, ironías, sarcasmos. Su respuesta ante el montón de personas que le hacían la misma pregunta de por qué quería escalar el Everest o de cuál sería la utilidad de hacerlo, siempre fue la misma: porque está ahí, y solo nosotros podemos lograrlo.
Creer en conseguir algo imposible implica en gran medida, ignorar las voces que cuestionan, batallar con las objeciones, luchar contra resistencias mentales de quienes están conformes con el status quo.
Nietzsche planteaba que el corazón del ser humano no tiene derecho a la fatiga. La razón es que a diferencia del de los animales, el nuestro es un corazón que toca una gama de emociones nunca posibles de percibir por las demás especies. Si el corazón puede percibir mayores emociones, es porque su nivel de conciencia es complejo.
Leo en Twitter a muchos de mi generación aspirar a tener una vida tranquila y estable. Entiendo, pero no comparto esa visión. Esos que se llevan diciendo ante la menor incertidumbre laboral o ante la más mínima de las contrariedades “quiero una casita y poder ver Netflix con palomitas todos los sábados”, no entienden que la complejidad de la vida implica construir desde la adversidad y pasar por encima de ella.
La pregunta de mi generación debería ser ¿cómo mejoro el sistema para que tener una casa sea posible en una generación que vive con las mayores alzas históricas en tasas de interés de los créditos hipotecarios? Deberíamos estar buscando soluciones y respuestas, sin miedo a los desafíos o a los problemas que se presenten ante nosotros. Dejar un legado es importante, porque podemos disminuir la carga de problemas que enfrentarán las próximas generaciones.
Los privilegios generan una responsabilidad. Requieren una brújula, porque hay en ellos el trabajo o el logro de otras personas en el pasado que lograron conseguir algo para nosotros, esperando, precisamente, que nosotros tuviéramos un mejor nivel de vida. Por eso no comparto el estancamiento. Prefiero pensar en las enormes posibilidades que podemos abrir como personas al mundo.
Estamos aquí para alcanzar alturas nunca alcanzadas, para ver mundos nunca vistos, para llegar a tierras nunca pisadas.
¿Conseguiremos esas alturas insospechadas? No lo sé. Tampoco Mallory sabía que iba a morir subiendo el Everest. Pero tampoco los hermanos Wright supieron que podrías conquistar el aire, ni leyeron que, en 1700, la Academia Francesa de Ciencias había decretado que solo un retrasado mental intentaría elevar un aparato metálico al aire.
La ambición es buena, es positiva y es fundamental para el crecimiento del ser humano. Ambicionamos porque no estamos bien y sabemos que podemos estar mejor. Y en cierta medida, es paradójico que sea la misma sociedad la que desalienta a la ambición. Como si aspirar a mejorar fuese un pecado, siempre queremos acompañarla de algo que la suavice. Usamos una virtud para que no suene tan brutal: sí, hay que ambicionar, pero sin lastimar a los demás, hay que ambicionar, pero siempre buscando el bien común. Conozco ejemplos de varios de esos “virtuosos” que usan los valores con otros, menos con ellos mismos.
Creo que hay que ver lo contrario, tenemos que entender a la ambición del ser humano como un acto de rebeldía espiritual. Como, precisamente, un proceso de evolución social que empuja a nuestra sociedad hacia esos lugares que solo nosotros podemos recorrer.
La ambición es un jinete en perpetuo movimiento cuando lo echamos a andar. Y sí, es parte de nuestra miseria humana, igual que la esperanza. Recordemos que, según los griegos, Pandora al abrir su famosa caja, soltó a la ambición, al dolor y a la esperanza al mismo tiempo.
Por eso es que una ambición sin conciencia puede ser profundamente autodestructiva. Requiere como todo en la vida, un montón de reflexión y de entrenamiento para que sea una herramienta eficiente. La ambición implica estructura, requiere comprensión de lo imperfecta que es, de sus alcances destructivos cuando no hay en ella objetivos trascendentes. La ambición requiere estrategia, preparación, liderazgo, inspiración. “Conviértete en el líder que quieres seguir”, decía Marco Aurelio.
Como habilidad a practicar, ambicionar algo implica descubrimiento externo e interno. Provoca modificar cosas que odiamos de nosotros mismos, complejos que nos enseñaron, procesos sociales que nos impusieron. La mejora diaria, el esfuerzo permanente, es condición para que la ambición sea eficaz. De lo contrario, es tan ineficiente como la pereza.
Mallory murió junto con su amigo y compañero en esta travesía, Andrew Irvine, antes de ver concretado su sueño. Su cuerpo no sería encontrado sino hasta 1999, 75 años después de que dio el primer paso para escalar el Everest. Otros más delante conseguirían lo que él soñó alguna vez. Pero su atrevimiento fue capaz de mover a una generación a alcanzar lo que un individuo alguna vez ambicionó: pisar la montaña más alta, la que dijeron que ningún ser humano podría conseguir.
La historia de estos dos pioneros nos deja enormes lecciones. La tenacidad a veces no lo logra todo, pero sin ella es imposible conseguir algo. Sobre todo, que el Universo se crea en nosotros. Que hay sueños que nos eligen, que nosotros no elegimos nuestros sueños. Que, en esa oportunidad de crear, el ser humano es por sí mismo, la mayor expresión de que lo imposible es posible.
Óscar Rivas es Economista, con maestría en Negocios Globales por la Escuela de Negocios Darla Moore de la Universidad de Carolina del Sur. Maestría en Administración de Negocios por el Tecnológico de Monterrey. Egresado del Programa de Georgetown en liderazgo e innovación y del Curso Emerging Leaders de Executive Education de Harvard. Cofundador de Chilakings Sinaloenses. Emprendedor, Maratonista y escritor.
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