Dos pintores, dos métodos, un sueño

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Siempre he amado el Renacimiento. El concepto del hombre renacentista es algo que me ha perseguido desde que leí la vida de dos de los más grandes artistas de esa época: Leonardo da Vinci y Miguel Ángel.

Leonardo era un hombre complejo. Sus ideas estaban fuera de toda época. Corren muchas historias sobre su talento, sus obras, sus intenciones como artista. Desde que hizo sonreír a la Mona Lisa (lo que en los manuales de pintura de aquella época estaba prohibido, puesto que la mujer era propiedad del hombre y una sonrisa significaba un gesto de libertad), hasta que modificó el esquema de la Última Cena, en donde colocó a los apóstoles de Jesús en posiciones totalmente diferentes a las de todas las pinturas de su tiempo.

En todo caso, quien se haya acercado a la vida y a la obra de Leonardo, encontrará algo fantástico: el pintor siempre cambiaba los por qués. Es decir, sus pinturas significaban un cuestionamiento a las reglas del juego del arte, de la sociedad, pero, sobre todo, de la política. Si hay un representante de lo que un espíritu emprendedor es, se llama Leonardo da Vinci.

No solo eso. Este hombre incursionó en todas las artes, desarrolló las primeras imágenes realistas de la anatomía, diseñó aparatos increíbles que aún ahora nos fascinan. Su mente lo absorbía todo, pero a la vez, lo rediseñaba todo.

En Londres, en el Hult Prize Retreat, tuve la oportunidad de tener un taller con Nicholas Negroponte, el creador del proyecto One Laptop per Child, que significaba crear una Lap top de menos de 100 dólares para niños de escasos recursos. Su taller fue increíble. Pero su idea principal siempre me ha hecho eco: ustedes (nos dijo) como emprendedores van a tener que armar una computadora, desarmarla y armar cualquier otra cosa que NO sea una computadora.

Igual que Leonardo da Vinci. Innovar es eso: descomponer conceptos e ideas y rearmarlos para que se constituyan en otras cosas. No para que sigan igual, no para que se conviertan en lo mismo. Innovar significa crear desde contextos diferentes. Para eso no es suficiente criticar a la sociedad ni hacer “propuestas en vez de críticas negativas”, (lo cual, por cierto, es otro cliché que me parece ridículo: criticar sí es para destruir. Si todo está bien, entonces no tendría sentido modificarlo).

Leonardo da Vinci leía vorazmente las técnicas de otros pintores. Pero siempre tuvo la audacia de inventar las suyas. Hubiera sido muy fácil para él pintar cuadros simplones para mantenerse dentro de un estándar social. Pero no quería seguir ese camino. Él deseaba, profundamente, encontrar su estilo en su obra. Su estilo no era otro que el de un hombre queriendo conectar reglas, ideas, puntos, que parecían distantes y así, saber cómo volaban las aves, por ejemplo.

Por otro lado, tenemos al gran Miguel Ángel. Un hombre que representa al típico artista intenso (hoy llamamos intenso a todo aquello que significa una emoción desbordada), que contradice al sistema frontalmente y, sobre todo, que modifica los cómos de la realidad.

Miguel Ángel quería esculpir la perfección del cuerpo y de la mente humana. Su famoso David no es sino la filosofía griega encarnada en el mármol. Es la máxima expresión de lo que un ser humano puede llegar a ser, siguiendo patrones definidos por la sociedad y su cultura. Por ejemplo, los griegos consideraban que un pene grande era símbolo de inferioridad intelectual, de ahí que todas sus esculturas (que Miguel Ángel admiraba), tuviesen órganos masculinos pequeños. La intención de Miguel Ángel nunca fue cuestionar las reglas del arte de su época, sino llevarlas a la más profunda y más elocuente expresión.

Miguel Ángel, además, consideraba que la razón fundamental del arte era crear la belleza. Su obsesión era la contemplación de la belleza como figura de la perfección divina. No había más para él. Estaba dividido entre la melancolía de las limitaciones humanos y la euforia por trascenderlas. Fue un hombre que prefería la soledad como lamento que como contemplación.

Sin embargo, en ese arrebato de sentidos, volcó su creación hacia un ideal: el de representar la creación bíblica. Para Leonardo, la Ciencia era fundamental para definir las reglas del Arte. Miguel Ángel creía lo contrario: el único absoluto era la belleza. La ciencia y la técnica sólo eran un instrumento al servicio de la estética.

Sí. Mientras la búsqueda de Leonardo era explicar racionalmente la realidad y encontrar una verdad universal que describiera las relaciones naturales entre el arte y el intelecto humano, Miguel Ángel se esforzaba por llevar al máximo una expresión emocional. Para el escultor, la risa era universal, igual que la tristeza. El asunto no era ese. En realidad, era dibujar la mejor sonrisa o, por el contrario, representar con elocuencia a la mayor tristeza del ser humano.

Una empresa que cambia los cómos, por ejemplo, sería Honda. El conflicto entre su fundador y Toyota es legendario. Soichiro Honda pensaba en hacer motores más ligeros. Toyota creía en lo contrario, siguiendo en gran medida las reglas de la industria de aquél entonces.

La rivalidad y admiración entre Leonardo y Miguel Ángel es conocida en la historia del arte. Mientras uno quería encontrar las razones por las que un ave volaba, Miguel Ángel quería pintar las mejores alas de un ave, o esculpirlas.

En ellos vemos a dos innovadores. Mientras uno cuestionaba los por qués, el otro rehacía los cómos. Leonardo pensaba en ¿y por qué no pinto a una mujer sonriendo? Miguel Ángel, por el contrario, pensaba en cómo representar la alegría mejor que nadie.

De ambos podemos aprender muchas cosas. No es lo mismo, por ejemplo, diseñar el mejor vehículo de combustión, (un Ferrari), que rehacer a toda la industria automotriz diseñando carros dirigidos con Inteligencia Artificial, como lo hacen los Tesla. Lo primero lo haría Miguel Ángel. Lo segundo, Leonardo.

Ambos estilos han demostrado su eficacia. Ser emprendedor implica o cambiar los cómos, o rediseñar los por qués. El verdadero reto es atreverse a cuestionar las reglas del juego social. Antes de querer seguir abriendo sushis, bares, plazas, ¿Por qué no te preguntas mejor, que harían Miguel Ángel o Leonardo? Estoy seguro que ninguno quisiera hacer lo mismo que los demás. Y eso distingue a los emprendedores de los comerciantes.

Óscar Rivas es Economista, con maestría en Negocios Globales por la Escuela de Negocios Darla Moore de la Universidad de Carolina del Sur. Maestría en Administración de Negocios por el Tecnológico de Monterrey. Egresado del Programa de Georgetown en liderazgo e innovación y del Curso Emerging Leaders de Executive Education de Harvard. Cofundador de Chilakings Sinaloenses. Emprendedor, Maratonista y escritor.

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