El fracaso, la inevitable lección

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Hay una batalla que todos vamos a perder algún día. Nadie, por más sabio, lleno de riquezas, talentos o dones, puede vencer a la muerte. Nadie puede escapar de su destino, aunque pretenda huir de él. Como el famoso cuento de García Márquez titulado “Muerte en Samarra”, el ser humano no puede evadir lo inevitable.

Esto bastaría para rendirse. Si de antemano ya sabemos que el fracaso es cosa asegurada, no habría sentido ni destino en luchar por algo. Tendríamos que sentarnos, como lo ha dicho Facundo Cabral, en una banca de algún parque a esperar el fin de nuestros días.

Si la mayor batalla de nuestras vidas está inexorablemente conectada al fracaso, entonces ¿Por qué nos aferramos a seguir luchando? ¿Qué hace que el ser humano siga buscando fronteras, rompiendo récords, organizando sociedades, creando arte, aspirando a visitar planetas, a viajar entre las estrellas?

Hemos estudiado los logros de la humanidad como si fuesen actos extraordinarios solo posibles por individuos extraordinarios. Pero la perfección no se logra en un día ni es de entre todas, la más posible de todas las probabilidades. De hecho, estadísticamente, el logro es lo que menos está presente en el azar que rige al mundo. El éxito como tal depende de tantos factores que a veces, parece una sombra que se aleja conforme avanza el tiempo, el esfuerzo y el talento. 

Nassib Taleb en su libro Fooled by Randomness: The Hidden Role of Chance in Life and in the Markets” es contundente al señalar que la estadística nos muestra que el azar influye más de lo que creemos en la vida de cada persona, particularmente en el sistema social que hemos diseñado. Hay personas que han tenido mayores ventajas que otras, como, por ejemplo, los deciles de ingreso más alto difícilmente han perdido patrimonio en la Pandemia, mientras que los segmentos más bajos han perdido más que proporcionalmente lo poco que tenían.

Retomando a Taleb, nuestro sistema social depende más de la suerte que del talento. Pero esto no significa que haya que sentarse, resignados a la suerte que nos ha tocado. Por el contrario, el autor plantea que hay que entender al azar y a las probabilidades de mejor manera para transitar por el mundo.

Un ejemplo que coloca el autor es el “sesgo del sobreviviente”, que no es otra cosa que un ego crecido que asume que, porque una persona logró escapar de un problema, un accidente o de un mal acontecimiento que afecte a su integridad, siempre tendrá las posibilidades a favor y de alguna forma, será infalible todo el tiempo. Taleb nos muestra que cada evento es totalmente diferente al anterior, así que, si una persona es capaz de apostar en una partida de póquer y ganar mil dólares, no significa que la siguiente ocasión que juegue podrá volver a ganar.

El fracaso, nos dice Taleb, es realmente el acontecimiento probabilístico que más debemos de estudiar, porque es más probable que fracasemos a que tengamos éxito en la primera oportunidad y de manera permanente. Cuando Julio César, por ejemplo, acuñó su famosa frase “Vine, vi, vencí”, al derrotar a los galos, en realidad estaba haciéndose publicidad y exagerando sus logros.

Los historiadores han constatado que casi estuvo a punto de perder la guerra, que el pueblo galo era bastante bueno para la batalla y que él mismo cometió errores cruciales que, bajo otros acontecimientos, le hubiesen provocado una derrota absoluta.

Así que el fracaso está al lado de cada persona como un maestro severo y sumamente exigente. Sus enseñanzas destruyen a algunos y a otros los vuelve sabios. Nadie quiere fracasar y, sin embargo, estamos destinados a hacerlo. Es tan importante el fracaso, que grandes descubrimientos y obras de arte se han logrado gracias a ello. Marco Polo, Magallanes, Leonardo, Einstein, Mozart, los grandes genios, hombres y mujeres, han sido grandes fracasados.

Seamos honestos. Fracasar duele y mucho. Y el miedo al fracaso nos paraliza más que otra cosa. Conozco a personas que viven evitándolo, buscando siempre la estabilidad y el menor de los riesgos. Pero luego llega la vida con su altísima incertidumbre y aún a esas personas, les muestra un acontecimiento doloroso (la pérdida de algún familiar, alguna enfermedad terminal, el despido de su trabajo al que dedicaron 24 años de vida) y de un de repente, todo lo que habían construido en ese mar de certezas y estabilidad, se derrumba como un castillo de naipes.

Lo que Taleb nos dice es que tenemos que sangrar un poco todos los días para acostumbrarnos a la existencia del fracaso. Cuando entendemos a la vida como un aprendizaje, sabemos que cada evento es una lección que nos amplía la visión de las cosas. Todos somos irrelevantes en el azar, pero podemos comprenderlo al analizar nuestros sesgos, adquiridos o genéticos, y evitar que sean lentes que eviten que miremos el horizonte.

Esos sesgos van desde lo familiar (no inicies una empresa propia, mejor empléate en una, porque es mejor tener un ingreso bajo a arriesgarse a no tenerlo), de interpretación del éxito de otros (es que Elon Musk invirtió en criptomonedas y se hizo rico, yo debo replicar su estrategia), hasta el de que es imposible que las malas o las buenas rachas se acaben.

El entendimiento de la probabilidad implica que podemos equilibrar el sacrificio de perder algo con la utilidad de ganar algo. Así que fracasar un poco a la vez es entender que podemos arriesgar algo que no es vital para nosotros, a cambio de ganar algo de conocimiento sobre nosotros mismos o de nuestro entorno. Esa práctica nos permite medirnos, entender nuestros alcances, comprender la evolución de nuestra realidad.

El proceso es más complejo que el refrán “el que no arriesga no gana”. Taleb explica que el verdadero sentido del riesgo es medir nuestra capacidad de incrementar nuestras habilidades versus aumentar nuestros recursos.

En cada decisión, se debe evaluar qué se gana y qué se pierde. Por ello la probabilidad es y se convierte en un elemento de construcción del riesgo. No es asumir la pérdida, es comprender su impacto. Perder recursos a menudo genera otras posibilidades.

Las decisiones no son un juego de suma cero, porque no se toman en escenarios bidimensionales. A menudo, hay muchos factores relacionados y un mundo que no conocemos detrás de cada resultado. El árbol de probabilidades también se mueve en muchas dimensiones: tiempo, recursos, relaciones, ideas, lugares, instituciones, información, otras personas tomando decisiones al mismo tiempo.

En todo caso, el fracaso es una herramienta útil para despojarnos de certezas y de ideas que ya no son necesarias para el entorno en el que vivimos. El fracaso, si se utiliza con sabiduría, es un mecanismo evolutivo que nos obliga a mutar de piel, a cambiar nuestra estructura mental, a crecer.

Personalmente, he fracasado tantas veces en tantos proyectos, que ya se me ha hecho costumbre entender que el riesgo va de la mano del anhelo de crecer profesionalmente. Fracasé en mi primer Concurso de Oratoria, en mi primer Concurso de Debate Político, en mi primera competencia internacional de emprendimiento. Fracasé en mi primer negocio, en mi primer intento de comunicar mis ideas, en mi primer torneo de ajedrez.

Pero eso no me impide seguir intentándolo. Lo que estoy haciendo es aprender y mejorar, pero, sobre todo, aumentar mis probabilidades, porque no es lo mismo jugar diez partidas de ajedrez y perderlas, a jugar cien y poder ganar una.

El éxito es lo más improbable del mundo, pero como lo menciona Taleb, podemos disminuir el riesgo comprendiendo mejor el juego que está frente a nosotros. Aumentar las posibilidades de ganar aumenta las posibilidades de perder. Para mí la frase es el que no juega, no gana. O de mejor forma, si quieres ganar, tienes que jugar y evolucionar tantas veces como sea necesario.

Por cierto, que hace unos años, bromeaba con un amigo sobre nuestro mutuo fracaso en la política, diciéndole que, si Churchill tuvo que esperar 24 años para ser Primer Ministro después de que lo exiliaron de la política británica, nosotros podríamos esperar 12 años o más. Y es que efectivamente, nada describe mejor a la política y a la economía que no sea el azar y la probabilidad.

Finalmente, la única cosa en la que vamos a fracasar totalmente es en nuestro encuentro con la muerte. Es lo único inevitable y es también, la única certeza que tenemos. Pero no por eso la Vida se rinde o se niega a seguir. La vida se abre paso y muchas veces, no tiene éxito. Pero mantiene en la semilla de un árbol, en el huevo de una mariposa, en el vientre de una madre, una irresistible belleza y un heroísmo implacable. Si la vida no se rinde, si se reconstruye, evoluciona y crece, ¿por qué no deberíamos de hacer nosotros?

El fracaso no es el fin, es apenas un medio. Es la mejor manera que tiene la vida de decirnos “sigue adelante, pero mejor”.

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Óscar Rivas es Economista, con maestría en Negocios Globales por la Escuela de Negocios Darla Moore de la Universidad de Carolina del Sur. Maestría en Administración de Negocios por el Tecnológico de Monterrey. Egresado del Programa de Georgetown en liderazgo e innovación y del Curso Emerging Leaders de Executive Education de Harvard. Cofundador de Chilakings Sinaloenses. Emprendedor, Maratonista y escritor.

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