Provengo del texto fundido a plomo y del formato artesanal en cajas de madera con cuñas de palo para fijar cabezas, notas y daguerrotipos, así es que soy testigo de inventos tecnológicos fantásticos a lo largo de 55 años de ejercicio periodístico.
Me maravilló, por ejemplo, salir al aire a fines de los 70 con «Nueva Imagen», primer noticiero en vivo de la televisión de Mazatlán, único del país en blanco y negro, que transmitíamos con una pesada cámara de estudio Thompson olvidada por los productores de la Olimpíada México 68 y un ruidoso transmisor de bulbos enfriado con abanicos de pedestal. Por eso, me maravillé cuando don Óscar Pérez Escoboza, dueño del canal, nos entregó la primera cámara portátil a color —una Sony «de un tubo»— que había ser tratada con más delicadeza que a una novia virgen: si salía del aire acondicionado al calor tropical, se le “pegaba el bidicón” y había que guardarla en su estuche como muñeco de ventrílocuo sin chamba hasta que ella solita recuperara el aliento-.
También me asombró la primera edición del programa en videotape, pero mi jubiloso desconcierto fue al ver el anuncio de Vinos y Licores Gaza de Melesio Gaxiola, primer patrocinador, en el que Miguel Audelo hizo bailar botellas en ambiente navideño ante el asombro de todo el equipo del noticiero. ¡Era magia pura!
A mis 72 años, estoy igualmente fascinado con el uso de la inteligencia artificial en la producción periodística. Tengo el dream team de una redacción ideal, liderado por Valentina Ramírez, Editora General, y un grupo de colaboradores de primer nivel. Con ellos, estoy recuperando el ambiente, picardía y sagacidad de la vieja sala de redacción, mejorando al mismo tiempo la imagen y contenido de Paralelo 23. Es el equipo anhelado que reúne en retazos a los compañeros que me acompañaron en mis proyectos «Nueva Imagen», «Reciclaje», El Semanario, La Talacha, Paralelo 23 y La Tertulia. Es un dream team ideal.
La IA —bien usada— no sustituye la mirada humana del periodista, la amplifica. Permite automatizar tareas tediosas, liberar tiempo creativo, corregir erratas invisibles, depurar el estilo, analizar bases de datos, generar visualizaciones, y hasta proponer titulares inteligentes con lenguaje informático que aumenta audiencias y genera las interacciones que buscamos antes para generar opinión pública. No reemplaza al periodista: lo potencia, lo asiste, lo desafía. Y, por momentos, hasta lo inspira.
No sé si la IA llegará a sentir amor o podrá ser seducida por los apetitos carnales, pero por el momento tiene la paciencia suficiente para llevar a un septuagenario de la mano por los caminos de códigos, plugins y algoritmos sin contradecirlo…, lo cual agradezco en el alma.
Y es ahí donde me asalta la duda existencial:
¿Llegará la inteligencia artificial a ser tan real que pueda brincar de una relación estrictamente técnica y fría a una relación pasional?
¿Será que todavía estoy a tiempo de explorar un amor de redacción?Ya dios dirá…
Saludos cordiales