A mis 72…

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¿Qué quieres que te regalemos por tu cumpleaños ?, preguntaron mis hijos.

Hace tiempo que nada necesito, excepto tiempo para ver germinar a mi princesa, abrazar otra vez a Tovarich y conocer a mi nieto que viene en camino. Ahhh y un poco de salud que me permita navegar con autonomía y cordura por un par de lugares del mundo que tengo en la mira. Y si no es mucho pedir, que si lo es, una poca de paz para terminar de pergeñar algunos proyectos en evolución. No necesito más, pues calcetines ya no uso, tengo media docena de calzones que aguantan un par de inviernos, dos guayaberas de etiqueta tropical para actos solemnes, zapatos todo terreno, “cargos” de campaña reversibles, chaleco reporteril multiusos, aloas, muchos libros, montones de Cd’s que la tecnología mandó al archivo muerto, sombrerito Panamá que me trajo de Venezuela mi amigo Manuel Cázares, gorra y una maleta dispuesta a la menor provocación.

A la pregunta del regalo siempre va ligada otra: ¿eres feliz? Mucho, respondo sin vacilar porque durante la mayor parte de 7 décadas he sido dueño de mi vida. No conozco mayor satisfacción que hacer lo que te plazca a la hora que te venga en gana. Lo he hecho.

Desde niño me rebelé al poder en todas sus formas y ya en la adolescencia desarrollé lo que la sicología define como “conflicto de autoridad o conflicto conductual”. Por esta psicopatía, no hice huesos viejos en ninguna empresa y gracias a Dios tuve pocos jefes, la mayoría mediocres e incompetentes, y con todos terminé mal por supuesto, con excepción de algunos talentosos que compartieron con humildad su sabiduría y buenos modos.

En tiempos complicados para el trabajador independiente -inicio de los 70-, tomé la azarosa ruta laboral del “freelance”, creando mis propias empresas de comunicación, lo que hoy cualquier joven puede hacer en Internet con una inversión mínima y una pizca de talento: cientos pueden ser Youtuber contando chistes o maldiciendo al prójimo durante una hora sin parar y ganar en dólares. Entre tempestades, amenaza de naufragio y acechanzas del poder político, Paralelo 23, mi refugio periodístico, cumplió 46 años en 2024, aplicando el refrán más vale paso que dure que trote que canse.

Me ha tocado presenciar y participar en la fascinante metamorfosis del periodismo de los últimos 55 años: atestigüé el salto cuántico del linotipo y prensa plana al iPhone -inventos prodigiosos de su época-, todo un viaje tecnológico que hoy nos tiene parados frente al dilema de la inteligencia artificial ¿Algún día los seres humanos serán totalmente prescindibles y desplazados por la IA? Seguramente si, pero ni a mi ni a mis contemporáneos debe inquietarnos porque pasarán muchas décadas para que ocurra, pues según Alan Turing, pionero de la ÍA, no hay manera de que un robot sienta o haga lo que un niño siente y hace al jugar pelota o pueda sustituir la destreza de un artesano. Es decir, la ÍA no es capaz hoy de sustituir el trabajo manual e intelectual de los humanos, así es que podemos estar tranquilos. (Hace unos días hice la cala con el ChatGPT para que mejorara unas frases del cuento que estoy escribiendo y sus sugerencias no me convencieron, concluyendo que la originalidad y el momento religioso de la inspiración creadora no están aún al alcance de la inteligencia artificial)

Ya lo conté en otros onomásticos: he cabalgado a todo galope sin rienda ni brida por galerías de abismos y acantilados. Bebí vino como para matar a un regimiento, fumé sin cordura y en general cometí excesos por arriba de la media nacional que a más de uno hubiera mandado al campo santo. A mis 72 no tengo más que agradecerle a Dios, al Arquitecto del Universo, a Alá, Mahoma, al Padre Santísimo y a toda la legión de chamanes de Catemaco por haberme permitido llegar a este momento divino con algunos quejumbres que mantengo a raya, bien acompañado de hijos siempre en imaginaria, amores incondicionales, generosos amigos, un puño de lectores, buenos recuerdos y lo hago en aceptables condiciones de uso. ¿Qué más puedo pedir? Este día de San Luciano me doy por bien servido con un buen vino, algunas viandas, agradecida compañía y un abrazo largo. Vida nada me debes, vida estamos a mano.

PD. Hoy prepararé unas viandas que intentarán estar a la altura del suceso, luego les cuento.

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