El pasado 5 de junio, se celebró el 300 aniversario del nacimiento del fundador de la Ciencia Económica moderna, Adam Smith. En el marco de este acontecimiento, se realizaron diversos Foros de discusión en todo el mundo sobre la vida y obra de este genial filósofo escocés, en donde se intercambiaron ideas sumamente interesantes sobre la vigencia de su pensamiento, particularmente en el entorno en el que estamos, con desafíos políticos, internacionales y tecnológicos.
Adam Smith comparte, desafortunadamente, la maldición de los grandes pensadores. Al igual que Aristóteles, Maquiavelo, Freud, Cervantes (y muchos otros más que han sido forjadores de nuestra civilización), ha sido citado innumerables ocasiones, pero ha sido poco leído y muchas veces malinterpretado al grado que sus ideas parecen encontrar destino en el caos humano.
El desconocimiento acerca de las ideas de Adam Smith ha contribuido, por ejemplo, a la confusión generalizada sobre la labor de los economistas. En una ocasión, una persona me espetaba, por ejemplo, que los economistas que no tuvieran un millón de dólares no tenían derecho a opinar sobre negocios. Otra persona, recurriendo de manera permanente a un par de frases típicas en el argot intelectual, en el que los economistas resultamos “menos precisos que un astrólogo, generadores de fracasos nacionales y crisis recurrentes”, me ha dicho que somos los economistas no podemos ser tomados en serio.
Entiendo ese descrédito. Pero en realidad, si lo ponemos en perspectiva, las crisis financieras de los últimos años han sido generadas por dos factores: la especulación que existe como una mala práctica tolerada en los mercados de instrumentos bursátiles y las malas decisiones de los bancos centrales, instituciones que ya han sido sumamente criticadas por economistas de diferentes corrientes de pensamiento, además de que generalmente se encuentran bajo la presión de la política.
Es necesario precisar que la Economía estudia muchísimas cosas, no solo al dinero. Y que este descrédito ha sido esparcido por muchos políticos, que, para justificar sus malas decisiones, han repartido culpas hacia los economistas. No por nada, los populistas que hoy dirigen gobiernos, han sido insistentes en que ni son necesarias las ideas económicas ni el pensamiento técnico.
Por eso, en defensa de la Ciencia Económica, es urgente regresar al pensamiento de Smith, comprender las razones de sus ideas y extrapolarlo a los acontecimientos actuales para resolver los grandes dilemas sociales que vivimos.
Para empezar, debemos comprender que Adam Smith era un filósofo liberal. Es decir, que compartía la visión de que el estudio de la filosofía debía centrarse en entender a la naturaleza humana y posteriormente, desarrollar un sistema social en el que las personas podrían cooperar para construir grandes logros y en el que, además, cada individuo pudiera florecer con sus talentos y así, alcanzar un estadio de bienestar y dignidad.
De esta manera, Adam Smith escribe primero su propio análisis del ser humano. Es por ello que publica, en 1759, su primer libro: “Teoría de los sentimientos morales”. En él, Smith comprende que cada persona es un mundo diferente, que, para tener oportunidad de cooperar, es fundamental tener empatía y tolerancia hacia el pensamiento ajeno y que el progreso de una sociedad se fundamenta en la capacidad que tiene ésta para crear reglas civiles (es decir, de respeto y confianza), entre extraños. Sin estas reglas, la participación de las personas en comunidad es imposible.
Smith se adentra en lo más profundo de la psique humana. Quizá hasta en ello reside su grandeza: entiende el lado perverso del ser humano, inclusive siglos antes de lo que hiciera Freud. Encuentra dos mecanismos que dictan nuestra conducta: el castigo y la recompensa, desde donde se origina el sentido de justicia. Para Smith, nos contenemos en nuestros más profundos deseos porque no queremos ser excluidos de la sociedad, sino más bien aceptados.
Por eso, el sentido de comunidad se origina ahí, en la profundidad de la psique humana, porque sin los demás, el ser humano está condenado a perecer. Solo con los otros, podemos florecer, crear objetos intemporales como el arte, como la música, como la literatura. Es entonces que el único espacio en que podemos lograrlo es el libre mercado, la libre interacción de individuos.
Esta idea me parece fundamental. Y desafortunadamente, los propagandistas del socialismo moderno (como Diego Ruzzarin), han tratado de falsear los postulados de Smith. El libre mercado como lo concibió Smith no desdeña la cooperación. Al contrario, la alienta. Por ejemplo, un avión es tan grande, que debe ser construido en varios países, con personas de diferentes credos e idiomas. Sin la cooperación basada en la civilidad, volar sería imposible.
Años más tarde (y después de una enorme cantidad de debates, cartas, escritos con otros filósofos), Smith escribe el que sería el mayor tratado de Ciencia Económica del mundo moderno: “La riqueza de las naciones”. Otro libro que sufre junto con El Quijote de Cervantes y El Príncipe de Maquiavelo, la mala lectura de las sociedades en el tiempo.
Smith comienza entendiendo que los recursos siempre son escasos. Que, para producir, las sociedades generan especialización y con ello, separan y organizan las tareas. Esta división alienta el desarrollo del conocimiento y esto permite que la productividad se incremente. El desarrollo de la Ciencia va de la mano del comercio y éste, de la generación de instituciones.
Adelantándose a sus contemporáneos, Smith acompaña cada idea con evidencia: es el primero es cruzar los datos de producción con sus postulados. Retoma en gran medida el método científico originado por Newton. Sin datos, cualquier abstracción es simple imaginación.
Esto es fundamental para entender (y derribar otro mito) sobre la Economía: no es una Ciencia de predicciones, es una Ciencia de descripciones y de contextos. Muchas personas retoman en el argot popular la idea de que un economista debe de predecir, por ejemplo, el tipo de cambio. Si le atina, es buen economista, si falla, todos los economistas son malos.
Nada más equivocado que eso. El planteamiento de Smith parte de comprender que las sociedades son dinámicas (no estáticas). Por eso, por la misma naturaleza del ser humano, la Ciencia Económica tiene que adaptarse a los contextos. Las Ciencias Naturales tienen Leyes exactas (la gravedad es una de ellas). Pero al describir a nuestras sociedades, tenemos que comprender que hay miles de voluntades actuando de manera diferente. Por eso es el método histórico (el mismo que Maquiavelo usó), es el único válido para comprender a la Economía: no se puede transformar sin antes comprender un fenómeno.
Encuentro igualmente fascinante, por ejemplo, que Adam Smith defendiera a la educación pública (mientras Marx la criticaba ferozmente). Y que, en el terreno de las ideas, el filósofo escocés comprendiera que el mercado debe tener regulaciones claras; que criticó duramente al mercantilismo imperante en su época (la idea que tenían las potencias de aquella época de extraer oro a sus colonias, entre ellas España); que vislumbrara un sistema de precios como un mecanismo de equilibrio entre producción y consumo y que, además de todo, aceptara que el sistema tendría fallas si se abandona la idea de la cooperación en beneficio solamente de la competencia.
Smith fundó a la Ciencia Económica porque era un maestro de filosofía moral. Sus ideas detonaron el progreso de una Europa que vio en el conocimiento y en la técnica, una oportunidad de progreso. Pero como buen conocedor del ser humano, comprendió los desafíos que significa contener los más amargos impulsos de nuestra naturaleza (odio, rencor, venganza, avaricia, poder), mientras que se cultivan nuestros más altos pensamientos (esperanza, fraternidad, libertad).
Su obra es el fundamento de una idea que aún hoy nos persigue: ¿cuál es el sistema social adecuado para el ser humano? ¿Cómo podemos ser justos, a la vez que incentivemos el mérito y el esfuerzo? ¿Qué hacemos para evitar la pobreza y la miseria, que despojan al ser humano de su más elemental dignidad?
Preguntas que siguen aún sin respuesta y que nos obligan a reconocer que la labor de la historia es una labor inacabada. Si algo muestra Smith, es que es imposible conseguir las respuestas sin antes, cuestionar lo que sabemos o creemos que es verdad.
A 300 años del nacimiento del más grande economista, es fundamental darnos la oportunidad de regresar a sus ideas para responder finalmente que los economistas servimos, como todos los científicos sociales, para crear sociedades y futuros mejores.
“El hombre necesita a cada paso de la ayuda de sus semejantes, y es inútil que la espere tan sólo de su benevolencia: le será más fácil obtenerla si puede interesar en su favor el amor propio de aquellos a quienes recurre y hacerles ver que es lo que les pide.”
“No puede haber una sociedad floreciente y feliz cuando la mayor parte de sus miembros son pobres y desdichados.”
Óscar Rivas es Economista, con maestría en Negocios Globales por la Escuela de Negocios Darla Moore de la Universidad de Carolina del Sur. Maestría en Administración de Negocios por el Tecnológico de Monterrey. Egresado del Programa de Georgetown en liderazgo e innovación y del Curso Emerging Leaders de Executive Education de Harvard. Cofundador de Chilakings Sinaloenses. Emprendedor, Maratonista y escritor.
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