Cuando la IA Desafía Nuestras Capacidades Cognitivas

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Hace algunos años, cuando necesitabas escribir un ensayo o resolver un problema complejo, no tenías más opción que sentarte, pensar y trabajar con tu propia mente. Hoy, esa realidad ha cambiado radicalmente. La inteligencia artificial generativa nos ofrece respuestas instantáneas, análisis complejos y textos perfectamente estructurados con solo pedírselo. Pero mientras celebramos estas capacidades tecnológicas, una pregunta inquietante emerge: ¿qué le está pasando a nuestra propia capacidad de pensar?
Esta transformación ha dado lugar a lo que podríamos llamar el “Zombie Académico”, un concepto que tomo prestado de la filosofía de la mente, específicamente del zombie filosófico de David Chalmers. Un zombie filosófico es un ser que actúa exactamente como si tuviera consciencia, pero que en realidad carece de experiencia subjetiva. Aplicado al mundo del aprendizaje, el Zombie Académico es aquella persona que puede producir trabajos aparentemente competentes utilizando herramientas de inteligencia artificial, pero sin desarrollar las estructuras cognitivas que realmente sustentan el conocimiento genuino.

La diferencia es sutil pero fundamental. Mientras el zombie filosófico carece de experiencia consciente, el Zombie Académico carece de experiencia cognitiva real. Puede entregar el ensayo perfecto, dar la respuesta correcta o presentar el análisis más sofisticado, pero todo esto ocurre sin que su mente haya pasado por los procesos necesarios para verdaderamente comprender, analizar o crear.

Para entender las implicaciones de este fenómeno necesitamos revisar cómo funciona realmente el aprendizaje humano. Lev Vigotsky, nos ayuda a comprender esta diferencia crucial entre los procesos psicológicos que utilizamos para aprender y desarrollarnos intelectualmente.

Vigotsky distinguía entre procesos psicológicos básicos y superiores, pero no como categorías separadas, sino como parte de un desarrollo continuo y complejo. Los procesos básicos son aquellas funciones mentales con las que nacemos: la percepción, la atención, la memoria y las emociones primarias. Son universales, aparecen de manera natural y están fuertemente influenciados por factores biológicos. Sin embargo, lo realmente interesante para Vigotsky era cómo estos procesos básicos se transforman en funciones psicológicas superiores a través de la mediación cultural y social.

Esta transformación no es automática ni inevitable. Los procesos superiores como el pensamiento abstracto, la memoria lógica, la atención voluntaria y el razonamiento conceptual emergen cuando los procesos básicos se reestructuran mediante el uso de herramientas culturales, especialmente el lenguaje. Es como si la mente humana tuviera dos niveles de funcionamiento: uno natural y espontáneo, y otro cultural y deliberado que se construye sobre el primero pero lo trasciende completamente.

Aquí es donde la propuesta de Vigotsky se vuelve especialmente relevante para entender el fenómeno del Zombie Académico. Según este autor, el desarrollo de las funciones superiores requiere un proceso de internalización gradual. Primero, estas funciones aparecen en el plano social, entre personas, y posteriormente se internalizan y se convierten en capacidades individuales. Este proceso demanda tiempo, práctica y esfuerzo cognitivo sostenido.

Cuando una persona utiliza la inteligencia artificial para resolver problemas que tradicionalmente requerían el ejercicio de funciones psicológicas superiores, está interrumpiendo este proceso natural de desarrollo. La atención voluntaria, por ejemplo, se desarrolla cuando deliberadamente dirigimos nuestra consciencia hacia aspectos específicos de una tarea compleja, manteniendo el foco a pesar de las distracciones. Pero si la IA procesa la información por nosotros, nunca ejercitamos esta capacidad de control atencional consciente.

La memoria lógica, otro proceso superior fundamental, se forma cuando organizamos y estructuramos conscientemente la información, creando redes de significado que nos permiten recordar y utilizar el conocimiento de manera flexible. Sin embargo, cuando dependemos de sistemas externos para almacenar y organizar información, perdemos oportunidades cruciales de desarrollar estas estructuras mentales internas.

El pensamiento conceptual, quizás el más complejo de todos los procesos superiores, emerge cuando aprendemos a trabajar con abstracciones, a categorizar la realidad y a operar con símbolos y conceptos generales. Este tipo de pensamiento no surge espontáneamente; requiere práctica deliberada en actividades como el análisis, la síntesis y la evaluación crítica. Cuando la IA realiza estas operaciones por nosotros, nos privamos de las experiencias necesarias para desarrollar verdadera competencia conceptual.

Lo que resulta particularmente preocupante es que estos procesos superiores no solo son herramientas cognitivas, sino que fundamentalmente transforman la manera en que percibimos y experimentamos el mundo. Una persona que ha desarrollado genuinamente el pensamiento crítico no solo puede analizar argumentos cuando se lo propone, sino que su forma habitual de procesar información está permeada por esta capacidad analítica. En cambio, el Zombie Académico puede producir análisis críticos mediante herramientas externas, pero su percepción cotidiana del mundo permanece inalterada.

Sabemos ahora que cada vez que ejercitamos una función cognitiva compleja, estamos literalmente modificando la estructura de nuestro cerebro, fortaleciendo conexiones neuronales y creando nuevos circuitos. Cada ensayo que escribimos sin ayuda artificial, cada problema que resolvemos con nuestros propios recursos y cada síntesis que elaboramos mentalmente contribuye a este desarrollo neurológico.

Por el contrario, cuando delegamos estas actividades a la inteligencia artificial, perdemos oportunidades irreemplazables de crecimiento cognitivo. Es como si tuviéramos un gimnasio mental que requiere ejercicio constante para mantenerse fuerte, pero en lugar de entrenar, enviáramos a un robot a hacer el ejercicio por nosotros.

El Zombie Académico que emerge de este proceso presenta características reveladoras. Su competencia es fundamentalmente superficial: puede reproducir formatos, seguir estructuras y utilizar vocabulario apropiado, pero carece de la comprensión profunda que permite la aplicación creativa del conocimiento en situaciones nuevas. Esta limitación se hace evidente cuando debe enfrentar problemas que no encajan perfectamente en los patrones que ha aprendido a reconocer mediante el uso de herramientas externas.

Además, desarrolla una dependencia tecnológica que va más allá de la simple comodidad. Experimenta genuina ansiedad cuando debe enfrentar tareas cognitivas complejas sin asistencia artificial, no porque sea perezoso, sino porque nunca desarrolló las estructuras mentales necesarias para abordar estos desafíos de manera autónoma. Su confianza intelectual está construida sobre herramientas externas, no sobre capacidades internalizadas.

La fragilidad de su conocimiento se hace evidente en contextos de diálogo y debate. Mientras puede presentar ideas sofisticadas en trabajos escritos, lucha para defenderlas o adaptarlas en conversaciones espontáneas. Esto ocurre porque el conocimiento genuino, debe ser personal y significativo, debe estar integrado en la estructura cognitiva del individuo de tal manera que pueda ser utilizado flexiblemente en diferentes contextos.

Quizás lo más preocupante es la ausencia de lo que podríamos llamar “voz intelectual propia”. Los trabajos del Zombie Académico, aunque técnicamente competentes, carecen de esa perspectiva única que surge cuando alguien ha procesado genuinamente la información, la ha conectado con su experiencia personal y ha desarrollado perspectivas originales a partir de este proceso de elaboración interna.

Este fenómeno presenta desafíos significativos para los sistemas educativos. Evaluar únicamente productos finales puede llevar a aprobar estudiantes que no han desarrollado realmente las competencias que supuestamente han adquirido. Es necesario encontrar maneras de evaluar no solo lo que los estudiantes pueden producir, sino cómo piensan, cómo procesan información y cómo han internalizado realmente los conocimientos.
La solución no está en rechazar la tecnología, que claramente llegó para quedarse y ofrece beneficios innegables.

La clave está en encontrar maneras de utilizarla que complementen y fortalezcan nuestro desarrollo cognitivo en lugar de sustituirlo. Necesitamos convertirnos en lo que podríamos llamar “centauros cognitivos”: seres que combinan las capacidades computacionales de la inteligencia artificial con las capacidades reflexivas, creativas y críticas genuinamente humanas.

Esto requiere un cambio fundamental en cómo concebimos el aprendizaje. Debemos valorar el proceso tanto como el producto, crear espacios donde las personas puedan ejercitar sus capacidades cognitivas sin muletas tecnológicas y fomentar el desarrollo de competencias que la inteligencia artificial no puede replicar: la sabiduría práctica, la intuición educada y la capacidad de hacer conexiones creativas entre ideas aparentemente desconectadas.
El futuro del desarrollo humano depende de nuestra capacidad para mantener vivas las funciones que nos definen como seres pensantes, mientras aprovechamos las herramientas que la tecnología nos ofrece.

La pregunta no es si debemos usar inteligencia artificial, sino cómo podemos hacerlo sin convertirnos en zombies de nuestras propias capacidades cognitivas. La respuesta está en entender que el verdadero aprendizaje es un proceso interno de transformación que no puede ser tercerizado, por más sofisticadas que sean las herramientas externas de las que disponemos.

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