En una entrevista posterior a su designación como Director Técnico de Argentina, Diego Armando Maradona confiesa que sabía desde siempre que el futbol era su destino. Pero a la vez, se lamenta amargamente de su adicción a la cocaína. Maradona es contundente consigo mismo y sin concesiones confiesa: me quedé con las ganas de saber a qué nivel de jugador pudiese haber llegado de no haber sido por la droga.
Maradona es la muestra del genio y del talento que aún contra lo más adverso se abre paso con coraje y esfuerzo. Sus orígenes humildes hablan de un hombre que lo mismo tuvo habilidad como valentía. En el campo de futbol, Maradona era prácticamente un Dios. Nadie podía detenerlo, nadie sabía cómo hacerlo, nadie tocaba el balón con su maestría y creaba goles desafiando la física newtoniana.
Verlo jugar contra Italia, Alemania, Francia o Inglaterra era verlo desafiante y arrogante, pero astuto como zorro, rápido como gacela, fiero como león. Sin embargo, fuera de la cancha, Maradona se introducía a sí mismo a un mundo oscuro y destructivo. Era finalmente, un hombre herido. Pocos sabrán qué lo hizo así, que provocó que en su ser interior el que era mago del futbol, se convirtiera en un condenado, en un fantasma de sí mismo.
¿Qué hubiera pasado si Maradona hubiese lograr sus demonios? ¿Qué nivel de juego y de maestría hubiese alcanzado? Nunca lo sabremos. El hoyo lo consumió y lo enterró para siempre, dejando tras de sí el más triste de los espectáculos. Los últimos días del gran mago, del excelso número 10 de la albiceleste, representó la caída estrepitosa de su genio.
Los griegos tenían un concepto para explicar el proceso personal de mejora individual que todos podemos lograr. Le llamaban Eudaimonía, o “florecimiento”. Etimológicamente, el sufijo griego eu se traduciría como ser el mejor y daimon, que refiere el halo personal o esencia individual del ser humano. También algunos lingüistas llaman daimon al genio o el talento particular que cada persona tiene.
En esencia, Aristóteles estudió este concepto para explicar cómo dentro de cada uno de nosotros hay un motor divino que se enciende para crear y dar lugar al alumbramiento de una parte del Universo.
La Eudaimonía es un acto consciente. Exige que la persona se construya a sí misma, que, a través de un proceso constante, duro, de abatimiento de la vanidad, se pueda generar un alumbramiento de del ser humano para ser como los dioses. Los griegos pensaban que el azar es y obedece a la voluntad de esos dioses, pero que el ser humano puede y tiene la capacidad de desafiarlos.
En el ejemplo de Prometeo, vemos a un titán mostrando el camino de la luz, en la que, sin importar la complejidad de los acontecimientos, las personas pueden construirse un lugar en el tiempo y en la historia, enfrentando obstáculos y aprendiendo, creciendo en fuerza y conocimiento.
Los estoicos estudian esta palabra con mayor énfasis en la virtud. Para Zenón, por ejemplo, el ser humano debe usar sus capacidades para mejorar, para evitar la maldad y convertirse en un centro de creación de bondad. Este concepto es retomado siglos más tarde por Kant, quien lo acomoda a su imperativo categórico y lo reformula para contrastar la diferencia entre la felicidad moral (hacer lo correcto, aunque signifique pagar un costo personal) contra la felicidad placer (buscar exclusivamente la satisfacción de los sentidos).
Digamos que, en términos más coloquiales, Eudaimonía es una suma de cosas: autocontrol, disciplina, tenacidad, visión, resistencia y enfoque. De esta manera, el cerebro se acostumbra a sentir felicidad plena en el progreso de sí mismo, en evolucionar y aprender de manera constante, para construir una voluntad a prueba de todo.
Ejemplo de esto es Kobe Bryant, el basquetbolista de los Lakers de Los Ángeles, famoso entre otra cosa por sus entrenamientos durísimos, por estar a las 4 de la mañana en las canchas, entrenando una y otra y otra vez tiros de tres, clavadas, tiros de media distancia.
Kobe desarrolló un proceso de maestría en su nivel de juego sin tener el estilo y quizá las habilidades innatas de Michael Jordan. Pero su tenacidad y obsesión con mejorar lo llevaron a superarse a sí mismo de tal forma que esto lo llevó destacar en la NBA como heredero de los mejores jugadores de la historia y rápidamente mereció todos los trofeos de la Liga.
La historia de Kobe tampoco es miel sobre hojuelas. Entre la fama y la arrogancia de su nivel de juego, fue acusado de agresión sexual en 2003, aunque posteriormente y quizá con algún arreglo económico, los cargos fueron retirados.
Mucho del prestigio ganado en la cancha fue perdido en los medios de comunicación. Y el liderazgo en su equipo quedó hecho trizas. El “error” cometido por Bryant le obligó a reinventarse, tanto como persona y como jugador. En la caída de su imagen pública, Bryant se hizo de un alter ego: la famosa serpiente black mamba, conocida por su ataque mortífero y su velocidad como depredador.
Bryant logró enfocarse en reconstruir su carrera dando resultados en el juego. En la cancha era esa serpiente que era más rápida que los demás y más hábil que cualquiera. A nivel personal, resolvió convertirse en un hombre de familia, enfocarse en la educación de sus hijos y en obras de filantropía.
Hanna Arendt nos explica que a menudo el ser humano define a la felicidad hablando de pasados. Esas nostalgias por los mejores tiempos se convierten, dice la filósofa, en una manera de evadir las posibilidades presentes. El ser humano renuncia a la felicidad de su progreso porque en el pasado se creyó la mejor versión de sí mismo. La ruptura en la identidad individual es dolorosa, cuando separamos esa persona que fuimos de la que somos ahora.
Arendt también explica parte de lo que Bryant logró. Dentro de la herida por lo que fuimos, de las lamentaciones por nuestros errores, está el alumbramiento de un nuevo daimon, es decir, de una persona totalmente distinta. Y más que lamentarse, es un acto de felicidad y de creación. Maradona no logró soltar sus culpas. Su refugio fue la cocaína ante un sufrimiento interminable. Nada hacía feliz a Diego, ni sus éxitos, ni su familia, ni sus logros en la cancha. Atrapado en el pasado del cual surgió, de la pobreza, de las humillaciones a las que fue expuesto, la psique del futbolista fue incapaz de crear un nuevo Maradona.
Kobe Bryant, por el contrario, encontró en el desarrollo de un enfoque competitivo una manera de reinventarse, una forma de convertirse en algo mejor al pésimo ser humano que había sido al agredir sexualmente a una mujer.
Y aquí es donde Hanna Arendt nos revela el acertijo del ser humano: una vida no puede ser entendida sino hacia atrás, pero debe ser vivida hacia adelante. En el rompimiento del ser, en la habitación de dos tiempos y entes distintas, es hasta el final de su vida en la que el ser humano encuentra quién era realmente.
Por eso la tragedia de Maradona. Porque jamás pudo encontrarse con su punto óptimo, con la mejor versión de sí mismo. A pesar de sus talentos, era un hombre sin halo, una presencia que flotaba entre las heridas y las derrotas personales. Bryant, por el contrario, supo sobreponerse a su peor versión. No solo se reivindicó con el mundo, pudo ser capaz de perdonarse a sí mismo y construir a un mejor ser humano y con ello, disfrutar del esfuerzo de tantos años por ser un atleta de excelencia.
La felicidad pues, nos dice Arendt, no está en el dinero, en el sexo o en el poder. Está y siempre ha estado en el progreso, en ir diariamente a encontrarnos al final de la vida con la mejor versión de nosotros mismos. Y es que el ser humano es evolución, es progreso, es el mejor horizonte de sí mismo. Está pues, en la Eudaimonía, en el florecimiento.
Óscar Rivas es Economista, con maestría en Negocios Globales por la Escuela de Negocios Darla Moore de la Universidad de Carolina del Sur. Maestría en Administración de Negocios por el Tecnológico de Monterrey. Egresado del Programa de Georgetown en liderazgo e innovación y del Curso Emerging Leaders de Executive Education de Harvard. Cofundador de Chilakings Sinaloenses. Emprendedor, Maratonista y escritor.
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