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La resistencia a lo impensable

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El Cerebro es un órgano altamente eficiente que ha venido evolucionando de tal forma que administra su enorme potencial. Es decir, es una máquina que generalmente evita el desgaste energético, manteniéndose funcional, sin arriesgar más allá de lo que representa alimentarse, protegerse y desarrollar funciones cognitivas básicas, como comunicarse con otros o aprender operaciones básicas.

Es también un órgano que ama evadir lo incómodo. Consume tanta, pero tanta energía calórica, que evita funcionar demás para no quemarla, en aras de la sobrevivencia. Está demostrado que un jugador de ajedrez profesional es capaz de quemar la misma cantidad de energía calórica que un corredor de un maratón.

Paradójicamente, el pensamiento es aquello que mueve al cerebro a evolucionar, a crear y a manipular la realidad con la maestría que solo los humanos han logrado a lo largo de los milenios. Si el cerebro no recibe estímulos suficientemente fuertes y prolongados, pierde la capacidad de aprender y, por tanto, de crecer.

El aprendizaje implica generar conexiones neuronales diferentes que para hacerse fuertes exigen repetición constante. Este proceso además de gastar energía de manera importante, provoca que se construyan puentes neuronales complejos entre diferentes zonas de este órgano. 

Es por demás falso que las personas creativas sean diferentes de las personas “lógicas” porque utilizan el cerebro derecho, mientras las otras usan el izquierdo. La neurociencia ha demostrado una y otra vez que la creatividad se forma al practicar mecanismos de interconexión que obligan a áreas cerebrales en diferentes zonas, a conectarse, a “hablarse” entre ellas, usando redes. 

Entre más exigente se vuelve un proceso determinado (tocar el piano, resolver ecuaciones diferenciales, hablar otro idioma, pintar una obra de arte), estos puentes se vuelven cada día más sofisticados, provocando la sublimación entre áreas. Es decir, que el cerebro, a través de algo que se llama neuroplasticidad, provoca “saltos”, experimenta diferentes caminos, en los mismos puentes de redes. 

Lo fascinante es que, al hacerlo, literalmente nuestra mente ve patrones que utiliza para llenar huecos de información. Es así como la creatividad nos conduce a caminos intransitados. Malcolm Gladwell, en su libro “Outsiders”, explica cómo muchos de los grandes genios de la humanidad, en realidad fueron grandes practicantes, con al menos de 10 mil horas de práctica en alguna de sus artes o ciencias, (algo así como cinco años de vida dedicados solo a aprender a ejecutar algo).

El mismo Robert Green, en su libro “Maestría”, explica que eso de que Wolfgang Amadeus Mozart fuese un genio que simplemente componía porque llegaba la inspiración a su mente, es un mito. Green es claro, Mozart dedicó los primeros 8 años de su vida a aprender, a practicar, a entender las reglas de la composición y del contrapunto. Practicó tanto que llegó a un momento en el que su cerebro procesaba por sí mismo la información y “llenaba” los vacíos de la información, jugando con una enorme red de neuronas en las que se almacenaba información tan clara como el tono en el que una flauta debía de tocar al terminar la ejecución de un piano. 

Mozart era, ante todo, un hombre que amaba la música. Su pasión era componer, colocar sonidos en la nada. Sus más grandes Obras magistrales provienen de ello, de exigirse a sí mismo mejorar su obra anterior. 

Pero esa es una de las cualidades del cerebro que menos usamos. La plasticidad del cerebro vive y convive con nosotros toda la vida. El Alzheimer es de hecho, una enfermedad degenerativa que ataca esta cualidad de nuestro cerebro. Si no nos retamos, si no buscamos generar conexiones nuevas, nuestro cerebro va literalmente, apagándose de manera constante. 

Es natural caer en el área de confort. A muchas personas les ha sido sumamente difícil en su vida obtener cierta tranquilidad emocional y mental. Vivimos en un sistema social complejo, duro, sumamente competitivo. Es natural que el cerebro se sienta “merecedor” de una recompensa o de una paz o estabilidad existencial luego de arduos esfuerzos por alcanzarlo. Pero esto es una trampa. Y más aún, una trampa que el mismo cerebro crea para evitar quemando energía y finalmente, llegar a su estado de autocontemplación.

Más aún, la misma sociedad apaga ese ímpetu. Cristóbal Colón desafió la manera de pensar de su época al explicar que, si nos ponemos a analizar, en realidad era imposible que la tierra fuese plana, puesto que ninguno de los fenómenos cósmicos pudiese ser explicado bajo ese esquema. Individuos y sociedades atacan a quien piensa diferente. A veces porque los obliga a pensar, a veces porque los obliga a salir de su área de confort. 

Pero ahí no está el crecimiento. Ahí no se encuentra el camino para encender el enorme potencial de nuestra mente. La bendición del cerebro (y también su maldición), es que necesita retarse a sí mismo. Y este es un proceso sin fin. Sí, así como se lee, interminable.

En los últimos años he leído a David Goggins, un ex marine que logró pasar la Hell Week (el proceso de selección más duro que tiene el Ejército de Estados Unidos para seleccionar a sus mejores soldados para el cuerpo de élite llamado Navy Seals). Este proceso es, literalmente, infernal. Aún los atletas de mayor rendimiento tienen problemas para pasarlo, por su alto nivel de exigencia física y mental.

Goggins explica en su libro “Can’t Hurt Me: Master Your Mind and Defy the Odds”, cómo pasó de una infancia dura, con un padre que lastimaba a su madre y cómo siendo un niño afroamericano carecía de oportunidades en un sistema social que le negaba oportunidades solo por el color de su piel. 

Pero Goggins no quiso ser una víctima. Después de padecer sobrepeso y ganar apenas 7 dólares al mes como obrero, decidió ser el primer afroamericano en pasar la Hell Week. Iba contra otros soldados, de los mejores cuerpos de élite de la armada, la infantería y la fuerza área. Soldados que tuvieron acceso a una educación de alto nivel, herederos de apellidos importantes en el Ejército y que, por obvias razones, tenían más oportunidades de ascenso en su carrera militar.

En ningún momento David se victimiza.  Él sabía que tenía que recorrer un camino más duro y más empinado que el de sus colegas. En varias de sus conferencias (disponibles en YouTube), él analiza temas importantes como el odio a su padre o el desprecio que llegó a sufrir por su condición de afroamericano, o cómo tuvo que reaprender a leer, porque en su formación básica nunca fue buen estudiante. 

Para Goggins, el odio a quien te hizo daño sirve para correr cinco minutos, pero no para terminar un Ultramaratón de 100 kilómetros. Debe haber algo más en ti –dice- algo que te haga resistir el frío de una laguna en el ártico o que te permita llevar en tus hombros a un compañero herido.

Los Navy Seals saben que entre más entrenen, más oportunidades tienen de sobrevivir. El Cerebro, dice Goggins, está dividido en dos partes, la voz de mamá (así le llama), la voz que dice que hagas lo que hagas, siempre tendrás el mismo resultado y que es mejor no hacer nada. La otra, dice, es la voz de ti mismo, que te exige crecer, mejorar, progresar. En un reto, ambas están obligándote a tomar una decisión. 

Al igual que Goggins, los vikingos creían en la superación permanente. De hecho, creemos que el Valhala era un paraíso de cerveza y comida. La realidad es que era un centro de combate, donde los mejores guerreros peleaban eternamente. De esa manera, su capacidad para mejorar c el manejo de un arma era infinita. Su recompensa en la otra vida no era la paz, era el progreso. 

El progreso también viene de desaprender cosas o ideas que nos metieron en la cabeza, ya sean los miedos de otros o las aspiraciones de los demás. Los seres humanos crecemos cuando soltamos lo que nos ata a progresar, particularmente, enseñanzas que ya no son para nada válidas en nuestros contextos.

Pensemos, por ejemplo, en el refrán “Más vale pájaro en mano que ciento volando”. Esta frase nos la enseñaron nuestros padres y a ellos sus padres. Servía para sobrevivir en entornos como la Guerra Civil, la peste, el hambre. Sí, ahí si es preferible agarrar lo que hay, aunque no sea lo justo ni lo mejor. 

Esa frase hoy nos obligaría a dedicar nuestros mejores años a no buscar nuestros sueños. Si juzgaran con esa frase a los emprendedores que tomaron decisiones difíciles para abrir su propia empresa, terminarían por no caber en la enseñanza moral que el refrán trata de dar. Y más bien, recompensaría a aquellos que aceptan lo primero que les ofrecen en una negociación o en un trabajo, porque “más vale pájaro en mano que ciento volando”.

Es por eso que desaprender individualmente también tiene que ver mucho con el cuestionar a las sociedades en las que vivimos. Si normalizamos lo que pasa en nuestros entornos, tampoco vamos a progresar como personas.

Por eso Sócrates resultó tan molesto en la Grecia antigua. Cuestionó a todos porque entendió que las verdades que asumimos como absolutas en algún momento dejan de ser velas que encienden y se convierten en oscuridades que detienen.

Cuando un individuo se atreve a preguntar las cosas incómodas, a mover las cosas que nadie quiere mover o a crear algo nuevo, está empujando para sí mismo y para su época, un nivel de pensamiento diferente y enfocado al futuro.

No hay avance social sin individuos incómodos. Y no se puede ser consistente con el progreso personal si antes no se sale del área de confort en la que estamos. Lo mejor es que la recompensa es maravillosa: a mí me dijeron que no podía correr un solo Maratón y este año voy por el quinto. De haberle hecho caso a las personas que me dijeron que no podía, de haber perdido la fe en mí mismo, seguiría creyendo que hacerlo es impensable. De ti depende creer, pero también, actuar. 

Óscar Rivas es Economista, con maestría en Negocios Globales por la Escuela de Negocios Darla Moore de la Universidad de Carolina del Sur. Maestría en Administración de Negocios por el Tecnológico de Monterrey. Egresado del Programa de Georgetown en liderazgo e innovación y del Curso Emerging Leaders de Executive Education de Harvard. Cofundador de Chilakings Sinaloenses. Emprendedor, Maratonista y escritor.

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