Mitterrand, la poesía hecha política

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Por azares del destino, llegó a mis manos hace un par de años el libro “Memorias Interrumpidas”, una fantástica serie de entrevistas entre el periodista Georges-Marc Benamou y el ex Presidente francés François Mitterrand. De este último yo había leído poco, pero siempre me quedó presente una anécdota que contaba García Márquez en sus crónicas periodísticas. El colombiano narra que, en algún momento, ya después de ganar el Nobel de Literatura, asistió a una recepción en Paris con Mitterrand. A Gabo le sorprendió el nivel de cultura, información y sofisticación del pensamiento del Presidente francés, particularmente por su conocimiento de la literatura latinoamericana. 

Ese episodio bastó para llamar mi atención sobre la figura de Mitterrand, sobre todo porque García Márquez le llama “el político más culto que jamás había conocido”. De ahí que siempre quise entender la razón y en cuanto encontré el libro, no dudé en pedírselo prestado a mi amiga Rocío Labastida, quien amablemente, accedió.

La entrevista no admite concesiones. El periodista es rudo, áspero, se entrega a una esgrima verbal inteligente y combativa, considerando que la conversación es antes que el elogio al poder, una manera de exigirle cuentas a un hombre público en nombre de toda la sociedad francesa. Mitterrand no se esconde (como lo hacen muchos políticos latinoamericanos), ni en el victimismo, ni en los pretextos, ni en los hubiera. El combate es frontal, elegante, pero eso sí, es un diálogo de caballeros que se respetan mutuamente y que saben que sus palabras quedarán atestiguando acciones que formaron a la Francia de la posguerra.

En el libro se narra la valentía de Mitterrand al escapar dos veces de los nazis en la Segunda Mundial; sus desencuentros con De Gaulle y la visión de una Europa unida que tardó años en cristalizarse, ante el resabio de los nacionalismos. También, leemos etapas en las que Mitterrand dirigió células de la Resistencia contra los nazis, en momentos en que Alemania ocupaba a una Francia herida en su orgullo histórico.

Lo más exquisito del libro, además de contar con aforismos sobre el poder, la historia y la política, es leer a Mitterrand describir su amor por Francia. Y digo exquisito porque revitaliza las razones por las que la política es, primero que nada, el mayor acto de esperanza en un país. Sobre todo, expresa una riqueza de pensamiento, una estructura profunda que lleva a un hombre a servir a su patria en la guerra o en la lucha partidista.

Y, sobre todo, es un manantial, un oasis en la sequía de pensamiento siquiera inteligente, en la clase política mexicana. Leer a Mitterrand es recuperar la esperanza en la política, cuando en momentos como estos, a lo más que llegamos es a la perorata miserable e infantiloide de una clase gobernante que manipula al pasado en vez de explicarlo, que no pasa de adjetivos hacia sus opositores, que apenas entiende los contextos sociales que enfrenta y, sobre todo, que se victimiza ante la menor y más constructiva de las críticas, por no olvidar que denosta al periodismo que le cuestiona, amenazando a la más básicas de las libertades: el derecho a la libre expresión.

Es así, que Mitterrand expresa:

“En mí pesaba tanto la geografía tanto como la historia. Mi patriotismo se alimentaba de las fuentes de los ríos del Dronne, del Charente o del Vienne tanto como en el brillo de Du Gesclin. Mi país es en primer lugar paisajes, como mis amores son en primer lugar rostros. De una infancia feliz donde cada cosa coincidía con mi alma, donde cada árbol tenía su nombre –sauces, fresnos, encinos-, donde el curso de los ríos venía del suelo mismo, del mío y con ello, se volvían mi suelo. Indescifrable, a menos que alguien la descuidara o la traicionara. ¿De dónde viene el poder de los lugares? ¿Lo deben al recuerdo de algún hecho histórico, a la belleza de un rincón excepcional, a la emoción de las multitudes que desde el fondo de las edades llegan ahí para emocionarse?”

Es la narración de un hombre que vuelve a su país luego de haber sido capturado por los enemigos y encerrado más de 3 años. Es el aliento de un joven de 24 años que creció en dos guerras, que recordaba en el cautiverio la dulzura de los ríos de su patria, el aroma de sus campos, la belleza de sus paisajes.

Si algo entendió Mitterrand (y nos lo deja ver en su defensa de su legado político), es que la historia es formada por algo más que la ambición. La llena y la mueve un espíritu que está por encima del conflicto. Hay en él, el entendimiento de que la vida política es zigzagueante como la de un río, pero inevitablemente, el agua que corre en ella o alimenta o destruye. Por eso vemos cómo construye una base política basándose en una visión de futuro. El pasado heroico y la lucha contra los enemigos internos y externos, debe siempre, según dice, supeditarse a la fuerza que empuja a la historia.

Para lograrlo, el hombre o la mujer de poder tienen que dar potencia a sus ideas. El temor de Mitterrand no era no estar a la altura de los acontecimientos, era, por el contrario, no merecerlos. El hombre que sintió que apenas podía defender a Francia de los alemanes, tiene que conducir a su país hacia la reconstrucción y luego, a la integración. Por eso se exigía, por eso exigía, porque escribir la Historia (con mayúscula) exige individuos extraordinarios.

Así, encontramos el episodio en el que tiene que empujar con tenacidad las negociaciones para entrar a la Unión Europea. Más allá de los acontecimientos, él sentía que defender a Francia no servía de nada sin antes no era capaz de transformarla en una potencia económica moderna, que saliera librada de sus fantasmas colonialistas y que, con ello, construyera un marco de libertades ante desafíos sociales increíblemente complejos.

Mitterrand es el prototipo del estadista del Siglo XX. Encabeza una democracia frágil en un Sistema Político que pocos, salvo los franceses, logran entender. No ve en Napoleón Bonaparte un modelo a seguir. Prefiere centrarse en Rousseau y en el pragmatismo que se fija antes en las consecuencias que en los actos.  Es en esencia, un hombre profundamente preocupado por la simplificación de lo imposible. Entiendo que García Márquez encontró en él, una mente suficientemente inteligente como para saberse responsable de los acontecimientos que enfrentaba.

A mí me duele mucho no tener a esos políticos formados y forjados en el intenso debate intelectual en el que fue hecho Mitterrand. Cada insulto proferido a la prensa desde una tribuna pública, cada excusa ante un error y una tragedia por parte de un gobernante, cada conflicto sin altura institucional ni pensamiento profundo nos regresa de poco en poco, a la barbarie. Y es de ella de quien nos enseñó a huir la política. Si algo nos hizo capaces de superar a otras especies es que pudimos entender que podemos encontrar mecanismos de lenguaje civilizado para construir espacios de diálogo. La política es tan importante, que no podemos abandonar ese marco civilizatorio ya que, al perderlo, perdemos al menos dos mil años de historia. 

Sobre todo, me duele ver que, ante la tragedia cotidiana, encontramos más pretextos para no hacer las cosas que para cambiarlas. Y me parece triste que haya tantas personas sin temas, incapaces de una sola idea inteligente, movilizando recursos inmensos a políticas y programas que no pasan ni siquiera el menor análisis del sentido común.

El libro termina con el discurso que Mitterrand en Berlín, en un aniversario del final de la Segunda Guerra Mundial. Sus palabras no son las de un vencedor ni las de un vencido. Su interés está en entender que la Guerra es el fracaso de una sociedad civilizada. No son las palabras de un melancólico de la grandeza de Francia. Son las de un hombre universal, que entiende que lo único que importa es crear mejores cosas (mundos, ideas, palabras), para que el futuro sea mejor. 

Ojalá leamos a Mitterrand y entendamos la estatura de su figura histórica. La de un hombre que antes que soñar con vivir en una época extraordinaria, se preocupaba más por merecerla. Y por eso, leía con pasión a la historia, para aprender de los errores que otros cometieron en el pasado. 

Ojalá la clase política de América Latina y de México al menos sea capaz de leer un libro, de entender un contexto, de dibujar un futuro. Las próximas generaciones nos lo van a exigir si es que no lo hacemos.

Óscar Rivas es Economista, con maestría en Negocios Globales por la Escuela de Negocios Darla Moore de la Universidad de Carolina del Sur. Maestría en Administración de Negocios por el Tecnológico de Monterrey. Egresado del Programa de Georgetown en liderazgo e innovación y del Curso Emerging Leaders de Executive Education de Harvard. Cofundador de Chilakings Sinaloenses. Emprendedor, Maratonista y escritor.

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