Contra las narcoseries

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En todo conflicto, nos dice la sabiduría popular, hay dos versiones de la historia. Pero habría que agregar una más: la de quien hace dinero con la historia.

El fenómeno de las narcoseries bien responde a esta afirmación. Me extraña la fascinación moderna por estos asesinos y el deseo de retratar personajes sanguinarios como víctimas de un sistema social y político corrompido.

Y sí, me preocupa este moderno morbo por ver en estas historias verdades a medias de la inconfesable relación del narco con el poder.

He visto algunos capítulos, para mi desgracia, de las narcoseries. Ha sido imposible no asomarse a este caleidoscopio de poses y de narrativas sesgadas. Más allá de las evidentes limitaciones propias de un género sin buenos guionistas, en donde saltan a la vista las malas actuaciones, los diálogos ridículos y los excesos de paranoia, está a la vista para mí algo fundamental: la ausencia de una brújula moral.

Y es que al contrario que en los dramas contemporáneos, tan llenos de la partitura del antihéroe (House of Cards, Game of Thrones), en las narcoseries se pierde el contacto de la realidad. Pasan de la pretensión de ser descriptivas (el mayor argumento de sus defensores), a ser propaganda de una forma de vida que tanto daño le ha hecho a un país como México.

Verán, aquí nadie cuenta la historia de las víctimas. Nadie habla de los soldados que mueren combatiendo o de los policías y sus familias que enfrentan a grupos de criminales que extorsionan a comunidades enteras.

Nadie se fija en los esfuerzos de aquellos que eligen no ser devorados por ese caos social. Nadie cuenta las proezas de los maestros rurales que van a la sierra a enseñar a leer. Nadie cuenta la de los médicos que están curando y salvando vidas. Nadie cuenta la tenacidad de aquellas personas. Es simple. No venden esos heroísmos porque no cuadran en la retórica propagandística de un modelo social que alienta a sus hijos a ver en la violencia una salida a su propia injusticia.

Y lo peor, es el reforzamiento del cliché de la justificación de que el pobre “elige” forzado por el hambre y la ignorancia, vivir una vida de lujos y excesos, como si eso fuese la carta patente para la barbarie o una oportunidad para destrozar el sentido de comunidad.

De nada sirve contar las historias de aquellos que han salido de la pobreza con esfuerzo, dedicando su vida a construir carreras sólidas mediante el trabajo individual (no venden, no interesan, no cuentan para el drama envalentonado del prócer sanguinario).

Y en esta narrativa, se suman las voces antisistema, que antes que imaginar soluciones que no ha proveído la estructura vigente de poder, justifican al Capo o a los criminales arropándolos de adjetivos que potencian sus arrebatos.

Agrego con esto que no hay mínimamente un esfuerzo por hacer crítica social. Para estas series, todo está mal, pero estamos tan podridos que nos divierte. ¿Qué se puede hacer en un país donde el mal siempre acaba ganando, donde el honesto es “wey”? ¿Qué se puede hacer en un país cuyas identidades culturales dejaron de ser un folclor que enorgullece a todos, para pasar a ser con toda la tradición mexicana, formas para cantarle a quien ha matado inocentes?

Siendo un producto de mercado, obedecen al criterio de sus espectadores. Dejan cualquier posibilidad de objetividad para convertirse en centro, pivote y retrato de sus consumidores. Teorías de conspiración en donde las instituciones siempre son innecesarias. En donde nadie habla para cambiar las cosas, porque, como ya dije, todo está tan podrido que nos divierte. El precio del cinismo para comprar las excentricidades en un país lleno de desigualdades.

Quizá lo que más me llame la atención de estas producciones sea el reforzamiento del patriarcado primitivo: hombres fuertes, que compiten por tener más insensatez, menos seso y mucho “me pelan la v…”, como un grito de guerra de trogloditas peleando por comparar el tamaño de sus genitales. El hombre sin sentido de comunidad, que no busca otra cosa más que llenarse de armas y vehículos y mujeres y cosas porque tiene el cerebro tan pequeño y la existencia tan vacía.

Me pregunto ¿en qué pensamos cuando las vemos? ¿En esa historia del malo que es bueno o se convierte en bueno por ser un Robin Hood Moderno?

Todos los defensores de la narcocultura olvidan que ésta se ha convertido en un instrumento de despolitización de la juventud y en un proceso de control de la clase obrera a través del desprecio a las causas sociales.

Con ello, se reivindica el papel del lumpen por encima de los que luchan por la clase obrera. Asistimos con ello a un proceso acelerado de alienación social. No importan las causas, importan los narcos vistos como héroes, en un afán por desviar la atención de lo verdaderamente trágico de una sociedad. No es casualidad que se pervierta la figura del maestro, del médico o del luchador social. Importa que al Narco se le mira como un representante de las causas populares, ya que no tiene ánimo de cambiar las estructuras de poder. Y eso es porque son ellas las que lo patrocinan, le suben sus historias al mass media y le defienden hasta de procesos legales.

Lo triste es que con ello han legitimado al lumpen sin conciencia social y a las estructuras hegemónicas de poder. Lean a Marx y su discurso sobre la alienación de la sociedad. La narcocultura es eso: un medio para despolitizar y para difundir falsos positivos en una circunstancia histórica tan frágil como la que vivimos.

En El Padrino, Mario Puzo castiga al Capo. Le condena a una existencia vacía, peligrosa, triste. El llanto de Michael Corleone cuando grita desesperado ante el cuerpo de su hija asesinada, es una metáfora visual de que jamás quien elige esa vida tendrá la tranquilidad y la decencia que cualquier persona anhela.

En estas series, nunca se castiga al malo. Y eso al menos, pierde y hace perder el juicio a una sociedad sin brújula. Porque, si todo se trata de vencer, ¿En qué momento lo harán los buenos y valientes que luchan por su sociedad? ¿En qué momento triunfarán los que buscan el progreso colectivo, las maneras de llevar justicia, los que hablan por los corazones de las comunidades rurales más pobres de México?


Óscar Rivas es Economista, con maestría en Negocios Globales por la Escuela de Negocios Darla Moore de la Universidad de Carolina del Sur. Maestría en Administración de Negocios por el Tecnológico de Monterrey. Egresado del Programa de Georgetown en liderazgo e innovación y del Curso Emerging Leaders de Executive Education de Harvard. Cofundador de Chilakings Sinaloenses. Emprendedor, Maratonista y escritor.

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