La historia es por demás conocida. Dos países, con población similar, en el mismo territorio, con las mismas ventajas y desventajas geográficas, están totalmente distantes en desarrollo social, economía, educación y oportunidades. Por un lado, República Dominicana, un país que, con todo y sus problemas, crece y mejora las condiciones de vida de su sociedad. En el otro lado está Haití, un país sumido en la tragedia, la pobreza, la prostitución, los asesinatos y el hambre.
Otra historia similar. Nogales, Sonora y Nogales en Estados Unidos. En ambos lados, hay mexicanos y norteamericanos. En ambos lados se habla español e inglés. Pero la forma en que ambas ciudades están diseñadas contrasta de manera tan evidente que es visible a simple vista. En el lado americano, vemos casas que ocupan varios metros cuadrados, con parques limpios, calles amplias, tráfico moderado, espacios públicos de primer mundo. En el lado mexicano, casas amontonadas, calles mal diseñadas que complican el paso de muchos vehículos en corto tiempo, sin mencionar niveles de pobreza en colonias populares que provocan violencia.
Si la diferencia no es cultural, entonces ¿por qué hay este contraste? La respuesta es simple y complicada a la vez. Son las instituciones y las reglas que hay para los actores sociales y la manera en que ayudan o no a la evolución institucional.
Las buenas reglas premian la conducta de los actores cuando su accionar beneficia de manera colectiva o los castiga cuando generan un agravio generalizado. Por ejemplo, el libre mercado es un mecanismo de asignación eficiente de recursos que premia a quien se adapta mejor a las necesidades de una sociedad. Vender abrigos en Culiacán, con temperaturas de más de 40 grados centígrados es una locura, mientras que quienes compitan por vender helados, tendrán una recompensa económica en la manera en que lo hacen optimizando sus procesos.
Las malas reglas hacen lo contrario, puesto que priorizan y recompensan a los grupos con mayor influencia, generando inequidades que se traducen en muchos castigos para la mayoría y muchas recompensas para la minoría. Por eso es que la corrupción tiene un efecto tan dañino en un país, ya que significa que algunos grupos tienen ventajas relacionales, tecnológicas y económicas fuera de las reglas formales. Vaya, que es como jugar ajedrez en un tablero donde un jugador puede estar metiendo las piezas que le capturó el contrario y este último no puede hacer lo mismo.
Otra situación con las reglas es que provocan problemas cuando hay demasiadas o no son claras. Por ejemplo, en Miami para tener un restaurante hay que cumplir más o menos 14 leyes locales, muy específicas y con castigos claros si no se cumplen. En la mayor parte de las ciudades mexicanas, para abrir un restaurante, según el reporte de Doing Bussines 2020, hay entre 40 y 60 permisos a conseguir.
Bueno, de esto y de muchas otras cosas más, hablamos en el Encuentro de la Red ILG y GCL de la Universidad de Georgetown, la mayor universidad jesuita de Estados Unidos. La Red aglutina a quienes tuvimos la extraordinaria oportunidad de participar tanto en el Programa de Innovación y Liderazgo en Gobierno, enfocado a servidores públicos, y quienes participaron en el programa de Global Competitiveness Leadership, enfocado a emprendedores y empresarios.
El encuentro reunió a una enorme cantidad de talentosos líderes de opinión y generadores de cambio de América Latina. En el espacio, reflexionamos colectivamente sobre los temas que afectan a nuestra región: desde el combate a la corrupción, la educación en la Pandemia, innovación y consolidación de la democracia.
De la mano de un extraordinario académico, conferencista y autor, Ricardo Ernest, (quien ha sido el creador y un gran impulsor de estos Programas), y de Silverio Zebral, (uno de los mejores maestros de la Universidad y Conferencista en Harvard y otras grandes Universidades), los más de 40 asistentes buscamos construir soluciones comunes a las complejidades que afectan a nuestros países.
Y es que América Latina es una de las regiones que más sufrió con la Pandemia. Representando más o menos el 14 por ciento de la población del mundo, concentramos el 60 por ciento de las muertes por Covid-19. Además, la brecha digital abrió más la brecha educativa y con ello, las desigualdades sociales. Las condiciones de infraestructura educativa siguen siendo lamentables, con escuelas en Panamá que no tienen acceso a agua potable o en México, con escuelas de cartón, sin agua ni electricidad.
Los procesos migratorios día con día se hacen más complejos, la violencia está imparable en México, Brasil y Centroamérica. La polarización social agrava la situación de una de por sí frágil democracia que aún está en jaque, con el surgimiento del populismo y los extremismos de izquierdas y de derechas, como lo dejaron ver este pasado domingo las elecciones en Chile.
Por eso es que estos diálogos importan. Porque significan la oportunidad de construir soluciones regionales a problemas complejos. Si a algo estamos obligados es a entender que, para resolver problemas en contextos globales, necesitamos una red de liderazgos capaces de empujar una agenda común, con el mismo sentimiento de creación y de modernidad que los nuevos acontecimientos requieren.
Y es precisamente porque las reglas importan que estas tienen que construirse de una manera democrática y liberal. Ricardo Ernest nos platicó de que en una conversación con Howard Schultz, CEO de Starbucks. El profesor de Georgetown le preguntó que, si cuál café era mejor, si el de Honduras o el de Costa Rica. Schultz le contestó que el de Honduras, pero que compraba más el de Honduras. La razón era simple: las reglas de Costa Rica hacen más fácil que haya un proceso de negocios, mientras que en Honduras es más complicado.
Este concepto no es nada nuevo. Lo creó el Premio Nobel de Economía Douglass North, con lo que titularía Neoinstitucionalismo. En pocas palabras, las reglas generan instituciones y equilibrios de poder. Hay árbitros imparciales que están lejanos a los intereses de grupos económicos o políticos, que garantizan con autonomía, decisiones en temas específicos.
Las instituciones importan porque son los árbitros del juego. Vuelvo al ajedrez. Si un jugador mueve una pieza y luego la regresa porque se arrepiente, estamos hablando de una violación a las reglas del tablero. Por eso la Federación Internacional de Ajedrez pone al menos cuatro jueces, que están midiendo y evaluando el comportamiento de los jugadores. (Por cierto, ya va a empezar el duelo por el título internacional y se va a poner bueno entre el noruego Carlsen y el ruso Nepomniachtchi, quien por primera vez tratará de que Rusia recupere el campeonato, después de que era impensable que hubiese otro país que dominara al juego).
Entonces las instituciones son importantes. Generan condiciones de equilibrio, reflejada en acceso a las oportunidades de los diferentes grupos e individuos. Para conseguir que en América Latina pueda construir solidez, necesitamos una Red de líderes. Eso es lo que significa ILG y GCL y la intención que tiene la Universidad de Georgetown de construir y educar a las élites políticas de la región.
Para conseguirlo, en 2022 se iniciarán los trabajos del Instituto de las Américas, un think tank que habrá de generar conversación de alto valor intelectual y social, en donde académicos de Georgetown habrán de construir una agenda de trabajo para que la región tenga herramientas técnicas para enfrentar el enorme rezago social y económico que deja la pandemia.
Llevaremos esta conversación a México en donde con la mayor de las voluntades, haremos que este centro de pensamiento se convierta en una herramienta para enfrentar los desafíos que tenemos.
Mi reconocimiento por sus enseñanzas a Ricardo Ernst, a Silverio Zebral, quienes nos dejan una misión en cada uno de nuestros países. Y también a Romina Sarmiento, quien es la Presidenta de ILG, por su esfuerzo por integrar a más de 18 países, coordinar logística y desarrollo del evento. Su liderazgo permitió que este evento rompiera fronteras y nos uniera en torno a una sola voz: la de América Latina.
Quiero también reconocer a los colegas de Panamá, María Victoria Langman, Andrés Buitrago, Raúl Perez Gurdian y a todos los que hicieron posible este evento, por la cálida atención, la recepción, el apoyo y el cariño con el que nos recibieron. Indudablemente, lo que movió a la Red es el amor que tenemos por nuestra Patria Grande. Y más allá de la retórica bolivariana, la intención, las ganas y la voluntad de hacer posible lo imposible, de ayudar a los que menos de tienen, de construir países modernos donde un niño indígena pueda llegar a Harvard, donde las mujeres tengan mejores oportunidades, donde todos los latinos demostremos de igual a igual, que nuestra región importa, vale y tiene la riqueza cultural para fundar el mundo del mañana.
Porque, si no es ahora ¿cuándo?
Porque, si no somos nosotros, ¿quiénes?
SIGUE A ÓSCAR RIVAS EN:
Economista. Maestría en Negocios Globales por la Escuela de Negocios Darla Moore de la Universidad de Carolina del Sur. Maestría en Administración de Negocios por el Tecnológico de Monterrey. Egresado del Programa de Georgetown en liderazgo e innovación y del Curso Emerging Leaders de Executive Education de Harvard y del Programa de liderazgo y ciudades inteligentes de la Fundación Naumann, de Alemania.