Elogio a la ciencia y a la crítica

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En su libro “La era de las Turbulencias”, Alan Greenspan narra un episodio muy interesante en su carrera como economista. Quien fuera en su momento Presidente de la Reserva Federal de Estados Unidos, cuenta que cuando cayó la Unión Soviética, una de las tareas de los Bancos Centrales de todo el mundo era ayudar a la reconstrucción de la economía rusa y hacer los cambios legales y estructurales adecuados para convertirla en una economía capitalista.

Greenspan se sorprendió del extraordinario conocimiento que tenían los economistas rusos sobre el funcionamiento del capitalismo. Cuando les preguntó sobre cómo habían obtenido tanto entendimiento sobre la economía occidental, el entonces asesor de Gorbachov, Grigori Yavlinski respondió con una sonrisa que todos en las Universidades rusas tenían acceso a los libros de matemáticas y econometría avanzada, puesto que eran los únicos que no entendían los censores del Partido Comunista, ya que las matemáticas, decían, no tenían ningún componente ideológico.

La anécdota, más allá de ser una graciosa metáfora de lo pésimo que funcionaba el modelo socialista de la URSS, es también una lección clara y contundente de lo que la ciencia como acto racional, puede entender del mundo y de nosotros mismos.

Y esto es fundamental en momentos en los que los populismos políticos parecen destruir cualquier evidencia. En la era que vivimos, tenemos a Jefes de Estado negando el trabajo de cientos y miles de científicos, médicos, investigadores sociales y todo, en afán de imponer una narrativa claramente dictatorial sobre la realidad.

Esto no solamente tiene un objetivo de control político, es también un acto de alienación social. Controlar los conceptos implica encapsular al intelecto humano en trampas y telarañas, en ilusiones y no en realidades. El pensamiento crítico, el individualismo como acto de construcción y deconstrucción del ser humano, siempre ha sido peligroso para quienes aspiran a controlar las voluntades.

Hoy, desafortunadamente, en México vemos cómo la Ciencia está siendo perseguida bajo la hoguera de una Inquisición política, que día con día, mañana tras mañana, no solo quiere confundir con conversaciones banales, sino también, se erige como tribunal de la “moral y las buenas costumbres”, dedicando dedos flamígeros a quienes son lo suficientemente críticos como para incomodar al Poder.

Me preocupa que se condene el esfuerzo de cientos y miles de jóvenes mexicanos que día con día, tratan de obtener una beca para estudiar en las mejores universidades del mundo, bajo la pena de que con ello se convierten en “bestias que no aman a su Patria, en aspiracionistas renegados, en ciudadanos sin amor por la transformación histórica del Presidente.”

Quienes hemos tenido la oportunidad de irnos para estudiar y regresar a nuestro país, sabemos lo difícil que es ganarse una admisión en una de esas Universidades. No solo implica hacer un examen de admisión, es también estudiar de manera lateral a lo que aprendemos en las escuelas mexicanas, particularmente las públicas.

Para dominar un idioma, en ocasiones se dedican hasta cinco años de estudio constante. Para entender procesos metodológicos y poder ser aceptado para publicar en una revista indexada, es necesario trabajar y estudiar al mismo tiempo, dada la terrible precarización de la academia mexicana. No, no es fácil y quien diga lo contrario, es porque jamás ha emprendido dicho objetivo.

Es más, los libros especializados son cada vez más costosos, por lo que quienes hemos egresado de una Universidad Pública, tenemos que ingeniárnosla para obtenerlos, o en su caso, destinar una cantidad importante de un ingreso para ello.

Salir al mundo académico es crucial para expandir el pensamiento. Es fundamental confrontarse con culturas diferentes, con ideas y planteamientos sobre una disciplina, totalmente distintos a los que día con día vemos en nuestro país. Es, sobre todo, ganarse un lugar y un respeto en las aulas en las que coinciden los mejores estudiantes del mundo.

No es ni será fácil irse a otro país para estudiar. Pero además del logro personal, esto provoca una cantera de connotados y reputados pensadores en todas las áreas.

Recordemos, por ejemplo, que los mejores escultores, músicos y pintores mexicanos de principio del siglo XIX, entre los que están Manuel M. Ponce, Saturnino Herrán, Jesús F. Contreras, asistieron a Francia para conocer de los mejores, las maneras de dominar cada una de las artes, llevando a la escuela mexicana en estas disciplinas, a ser una de las mejores por su calidad y aportación a la estética universal.

El intercambio académico es un camino para traer ideas, para pulir intelectos, para crear innovaciones en todas las áreas. Y hay que decirlo, no hay aún los suficientes programas en las Universidades Públicas para llevar a más talentos mexicanos a las universidades de otros países, para confrontarlos con otras metodologías y maneras de pensar una ciencia. Lo triste es que, en vez de aumentar dichos Programas, estamos ante un Gobierno que quiere tramposamente, limitarlos, reducirlos, a aquellas disciplinas que le conviene: “¿Quieres irte a Oxford a estudiar Astrofísica? No, es una ciencia Neoliberal.”

Este etnocentrismo, este falso nacionalismo, que se encierra en sí mismo y que niega la idea del hombre universal, es tramposa y tiene consecuencias fatales. La Ciencia en sí misma se nutre del debate entre pares, de la discusión interminable, del ensayo y error para construir mejores ideas, para descubrir y superar más fronteras.

El problema es este doble discurso del populismo, que condena a una juventud a salir de sus hogares y entregarse al mundo, porque aspira a tener personas dependientes de un gobierno paternalista, que lo mismo impone el escarnio al crítico como anhela modelar sus verdades e imponerlas en la narrativa pública.

México produce apenas 30 patentes por año, en descubrimientos científicos y aplicaciones tecnológicas. La Universidad de Stanford produce un millón al año. Sí, un millón. Y es una sola Universidad americana. Y el Gobierno mexicano dice que no hay dinero para invertirle a eso. Pero cuando se le plantea un mecanismo de asociación con el sector privado, dice que no, que eso es darles dinero a las corporaciones. La ideología antes que la eficiencia, la ignorancia y la cerrazón antes que la oportunidad, que buscar el cómo sí.

Nos ponen después falsos dilemas: «en Oaxaca hay pueblos que no tienen ni pa´ comer. ¿Para qué le tiramos dinero a esas cosas neoliberales?» Falacia tras falacia, ignoran los logros y aportaciones de la ciencia aplicada para el desarrollo social. Desprecian a la tecnología y en vez de aprender de quienes están generando innovación, van y compran tecnología barata y la quieren vender como “hecha por mexicanos”.

La trampa del populismo es perversa, porque quiere denostar el beneficio social de un país que suma sus talentos y los pone a trabajar en beneficio de sus habitantes. Nos quiere dividir entre “sabios sabelotodos neoliberales y traidores” contra los “buenos y puros mexicanos que no necesitan maquinotas para salir adelante”.

Estas posturas no solo no aportan, sino que destruyen al talento y lo peor, en el largo plazo, destruyen a las sociedades.

La historia de Ugur Sahin es un ejemplo de cómo la ciencia no debe de tener fronteras ni estupideces ideológicas. Ugur era un hijo de migrantes turcos en Alemania. Al ser un migrante, no tendría derecho a estudiar lo equivalente a la Preparatoria en aquél país.

Fue su vecino, ciudadano alemán, quien fue a hablar uno por uno con los maestros de la escuela para lograr que lo aceptaran.

Gracias a eso, Ugur Sahin estudió ciencias, y de ahí se especializó en oncología, y en una cepa particular de virus. Sí, él es uno de los descubridores de la Vacuna de Pfizer. El mundo le debe a su vecino la audacia de abrirle espacio a un niño migrante que luego, fue capaz de desarrollar su talento y ponerlo al servicio de la humanidad, particularmente contra el Covid-19.

No, la ciencia no debe de tener fronteras. Y tampoco debe ser perseguida por los autócratas que nos quieren vender un mundo cerrado, sin intercambio de ideas, sin debate, sin crítica, sin pensamiento original.

México está urgido de científicos, de médicos, de investigadores, de individuos críticos al poder. No somos “animalitos” para que nos alimente el Gobierno. Somos seres humanos que tenemos el derecho de crear y los talentos para hacerlo. La Educación debe ser un motor para que las nuevas generaciones salgan y conozcan al mundo, regresen y aporten lo mejor que tienen en beneficio del país y de toda la humanidad.

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Economista. Maestría en Negocios Globales por la Escuela de Negocios Darla Moore de la Universidad de Carolina del Sur. Maestría en Administración de Negocios por el Tecnológico de Monterrey. Egresado del Programa de Georgetown en liderazgo e innovación y del Curso Emerging Leaders de Executive Education de Harvard y del Programa de liderazgo y ciudades inteligentes de la Fundación Naumann, de Alemania. 

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