Ninguna guerra es fácil de explicar, ni de entender, ni tiene solo un ganador o un perdedor. En todo conflicto se encuentran involucrados dilemas éticos y morales que desafían el nivel de pensamiento colectivo de toda una época y la concepción del bien y del mal en cada país, en cada generación, en cada ser humano.
Sabemos, por ejemplo, que la Guerra tiene reglas escritas y no escritas. Una de ellas, por ejemplo, es que la población civil no debe ser lastimada de manera arbitraria por parte de las fuerzas armadas involucradas en el conflicto. Pero, los hechos nos demuestran que es el sector que más sufre los abusos de la violencia. Sabemos que la tortura es una de las prácticas más detestables de la historia, pero que en un conflicto cualquiera de las partes en disputa buscará usarla para sacar una ventaja, aunque sea mínima para obtener información, recursos y una victoria final.
La Guerra acompaña al hombre desde sus inicios. Es uno de los males formadores de la civilización y no hay ni cultura ni país, ni pueblo que haya escapado de sus garras. Todo lo que hoy conocemos y hasta lo que habremos de conocer en un futuro, es resultado de ella.
Este debate no deja de ser menor cuando hablamos de los personajes que se han beneficiado de ella. Julio César fue el forjador de la Roma inconquistable, y admiramos su talento como estratega militar, pero bajo los parámetros actuales, sería un genocida por lo que le hizo a los galos. Napoleón es admirable por la inteligencia con la que fraguó alianzas, derrotó ejércitos y comandó soldados, pero era un adversario despiadado que no conocía ni el cansancio ni la sed de victorias militares, con su consecuente derramamiento de sangre. Vaya, qué decir del talento militar de Hernán Cortés, hoy tan vilipendiado y tan polémico, que dio nacimiento al México en el que vivimos.
El ser humano ha entendido que no puede hacer otra cosa sino domar a la bestia con cadenas cada vez más fuertes. Esto le ha llevado a crear instituciones, documentos, principios basados en la legitimidad moral, en el derecho natural, para evitar que los excesos agravien más de lo que deberían.
Hace prácticamente 20 años, el 11 de septiembre de 2001, el mundo veía con horror el nacimiento de una nueva Guerra, de métodos cada vez más sanguinarios y difíciles de controlar. El terrorismo comenzó a secuestrar a la sociedad civil, a utilizar las inercias de las fallas del capitalismo a su favor, para precisamente, destruirlo y con ello, a la sociedad occidental.
Y aquí comienza el primer dilema de nuestro tiempo. Sí, porque ese Occidente que hoy pide paz, fronteras seguras y que ha sido capaz de crear niveles de bienestar altísimos para su sociedad, lo logró porque explotó a otros pueblos, porque esclavizó a razas, porque extrajo las riquezas de continentes enteros, porque asesinó a los que pedían independencia y libertad por esos agravios.
Ese mismo Occidente que hoy goza de una democracia sólida e instituciones pacíficas, pretende encerrarse en sí mismo aun cuando los países en subdesarrollo sufrieron su intervencionismo, su manipulación, su invasión.
Pero también, Occidente desplegó las instituciones que habrían de domar las bestias de la Guerra: Naciones Unidas, la Carta de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, la Corte Internacional. Elementos que son fundamentales para que la Guerra tenga soluciones que la guerra tenga frenos.
En Afganistán estamos encarnando este dilema y no estamos encontrando soluciones. El ejército Talibán es terror interno y externo. Es fundamentalismo religioso que viola derechos de mujeres, de niñas y niños. Es la pesadilla de una humanidad que se niega a construir futuro porque sigue anclada a la barbarie del pasado.
Por otro lado, la postura de Biden es controversial, pero válida. Durante 20 años, el ejército de Estados Unidos intentó impulsar un gobierno democrático y para lograrlo, quitó dinero de los contribuyentes americanos para financiar una Guerra y a un país que no quiso el paradigma democrático.
En Afganistán no estamos hablando de un choque de civilizaciones, sino del avance de un grupo violento que destruye todo a su paso, que no ha evolucionado, que viola Derechos Humanos, que promueve el fanatismo religioso y que aniquila sin razón todo aquello que sea distinto.
El Islam, como el Catolicismo y el Protestantismo son religiones que pueden convivir, que no destruyen al hombre. La destrucción y el caos lo hacen los fanáticos, los intolerantes, los que no soportan convivir con la diferencia. Esto es lo que está en conflicto en este país: la supervivencia del concepto del hombre universal, que, a pesar de sus diferencias, encuentra mecanismos para evolucionar y construir un mundo común a todos.
A partir de este momento, la educación religiosa y su enfoque radical desplazará a la ciencia. Veremos que el Talibán será un régimen que asesina homosexuales, que apedrea mujeres, que tortura y violenta, que destruya las herencias culturales que considera sucias, como las del budismo y otras expresiones religiosas del pasado.
Algunos están contentos con esta derrota moral de Estados Unidos, el líder occidental por excelencia. Les gana un sentimiento de triunfo vano, porque antes que la verdad está su espíritu revanchista. Justifican al Talibán porque “es un acto de soberanía que el pueblo afgano haya elegido a su propia forma de gobierno”, sin entender siquiera que la humanidad ya no puede darse el lujo de apoyar Estados Nacionales que violenten a los Derechos Individuales.
Esos mismos que condenan a Estados Unidos, quieren que dictaduras como la de China y Rusia, intervengan en los asuntos internos de Afganistán. Prefieren ver al Gobierno de Putin, que encarcela disidentes y persigue homosexuales, o al régimen de Beijing, que cancela a los opositores, evita la formación de partidos políticos, departiendo con los Talibanes y fomentando sus excesos.
Si, Estados Unidos no es una blanca paloma y debe, sin lugar a dudas, que dar explicaciones sobre los golpes de Estado que hizo en Chile, Guatemala y rendir cuentas por Kosovo, Guantánamo y Siria. Pero al menos los mecanismos internacionales han frenado las intentonas de continuar con el espíritu del injerecismo yanqui.
Sin embargo, es preciso analizar el rol y las facultades que tienen los organismos internacionales en estos momentos de mayor complejidad geopolítica. Por ejemplo, el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas requiere con urgencia un rediseño ante el monopolio de las decisiones que están teniendo China, Rusia y Estados Unidos y el eco que está teniendo el conflicto entre las tres potencias en este foro.
Nos urge construir una institución que vaya más allá de las sanciones económicas contra las dictaduras y es necesario que las instancias de Desarrollo Internacional de verdad construyan proyectos de largo alcance, por encima de las restricciones a los choques económicos como los que vivimos actualmente.
Estados Unidos tomó el rol de Policía del Mundo porque nadie quería en un primer intento serlo. Pero, además, era el único con recursos para serlo. Con la caída del muro de Berlín, asumió con soberbia ese rol, despreciando la legitimidad moral de sus acciones, como lo hizo con Kosovo. Ahora, el mundo está en otro escenario, hay dos potencias que no quieren asumir ese rol, pero que capitalizarán todos los errores de Estados Unidos para debilitarlo. Además, al país americano ya le cuesta demasiado una Guerra, entre otras cosas porque sus niveles de déficit presupuestal son exorbitantes: si hay un país endeudado consigo mismo más que cualquier otro es Estados Unidos.
El mundo que viene es muy diferente al actual. Seremos testigos del declive de la primera superpotencia internacional y de un juego geopolítico cada vez más lleno de actores que tendrán interés más mezclados. Vivimos apenas el inicio de una guerra no convencional, que usa a la tecnología y a la psicología de masas para obtener dividendos estratégicos.
Lo de Afganistán es el principio. No solo tomemos nota, reflexionemos con inteligencia sobre los dilemas que plantea este país. El futuro va a requerir mentes sagaces y espíritus humanistas para evitar tragedias como la que hoy, al escribir esta columna, está sucediendo en esta zona de Medio Oriente.
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Economista. Maestría en Negocios Globales por la Escuela de Negocios Darla Moore de la Universidad de Carolina del Sur. Maestría en Administración de Negocios por el Tecnológico de Monterrey. Egresado del Programa de Georgetown en liderazgo e innovación y del Curso Emerging Leaders de Executive Education de Harvard y del Programa de liderazgo y ciudades inteligentes de la Fundación Naumann, de Alemania.