Tal vez porque mi vida ha sido una carrera contra la corriente, admiro y pongo en mis altares personales a las mujeres y a los hombres que han venido con su paso por la existencia a mostrarnos caminos diferentes, a abrir brechas donde antes no había nada, a construir puentes donde hay abismos.
En la oscuridad del tiempo, veo en el legado de esos corazones inconquistables, una notable lección el individuo y sobre la humanidad entera. En la rebeldía de sus actos, encuentro un elemento para no claudicar en la lucha contra los oprobios, la desigualdad y la ignorancia. Y también, he aprendido a leer sus miserias, sus dolores, sus llantos. En la contemplación de su vida miro las historias de corazones que sufrieron pero que fueron valientes hasta los últimos instantes. A veces demasiado, a veces no lo suficiente.
He sido un voraz lector de las biografías de los personajes de la historia. Entendiendo su vida, logro entender mucho de su pensamiento. Por eso a veces me desagrada la facilidad con la que citamos las frases de los grandes pensadores sin entender sus vidas, sus contextos, sus luchas. Citamos demasiado a Einstein como símbolo de inteligencia, sin saber que él mismo fue desprestigiado como estudiante y que, de no haber sido por su contumaz voluntad, jamás hubiese podido ser el genio en que se convirtió.
Si Einstein les hubiese hecho caso a sus maestros (que decían que sufría retraso mental), o a sus superiores en la oficina en la que trabajaba (que solo le pagaban unos pocos francos suizos por unas horas revisando patentes), si acaso hubiese pensado que sus ideas eran locura, nunca hubiéramos asistido a la mayor revolución científica de la historia en doscientos años. Einstein no lo logró únicamente por ser bueno en matemáticas. Consagró su vida a luchar contra las reglas del pensamiento de la física de su entorno. Y con ello, cambió la historia de la ciencia.
Y es que al genio no se le aprisiona, no se le cataloga. Por eso han sido voces incomprendidas. Pero por lo mismo, la humanidad les debe tanto. Admiramos a los que se enfrentan al status quo, porque irónicamente, son ellos los que provocan el futuro.
Virginia Woolf, por ejemplo, encarna cada una de esas partes que admiro. Rebelde, lista, apasionada, es una escritora que irrumpe en la escena de la literatura como si fuese una estrella, un faro, un relámpago que abre un antes y un después en el arte. Su voz es la voz de una pléyade de mujeres que en la mitad del Siglo XIX clama con sutil vitalidad la calidad de su arte y el derecho a estar en la historia.
Si algo hay en su poesía y en su prosa es eso: una voluntad libre para ir con el viento o para mostrarse como Faro en medio de la tempestad. Cuestiona todo: los roles de sumisión al que la sociedad victoriana condena a las mujeres; el amor como decoración del simple acto de procrear y heredar; la vida como pretexto para presumir vanidades.
A Virginia Woolf la conocí a los 16 años, cuando encontré “Al Faro” (To the Ligthouse) en la biblioteca de mi secundaria. Una biblioteca, por cierto, descuidada, triste, llena de libros maravillosos, pero abandonados. (Es uno de los pocos recuerdos tristes de esa época, ver tantos libros arrumbados en esquinas, sin que nadie los leyera).
“Al Faro” es un libro complejo. Tiene pocos diálogos y tiene una prosa densa, en la que lo mismo hay anécdotas, alegorías y monólogos. Va lo mismo a hablar de la Guerra, como de las difíciles relaciones entre los miembros de una familia, hasta del clima, de pintura y obviamente, de Faros.
También tiene partes brillantes en las que cualquiera puede identificarse: el dolor de la muerte de un ser querido, la visión que tenemos que impregnarle a nuestra vida para que seamos capaces de soportar los sufrimientos más intensos. “Al Faro” es la búsqueda de una luz en medio de la neblina de la Guerra, de la tormenta interna de cada ser humano, que deambula entre sus dolores, sus contradicciones, sus paradojas.
Y, ¿qué estamos haciendo hoy por hoy, sino buscar un Faro que nos ilumine en medio de la Pandemina, cuando entre tanto conflicto, noticias que nos destruyen espiritualmente (lo de Tadeo, el bebé que murió, que robaron su cuerpo para pasar droga a un penal), no encontramos ciertamente algo de que asirnos en medio del caos de esta época?
En su otro famoso libro, “Una habitación propia”, Woolf desencadena preguntas que aún son vigentes en el sistema social en el que vivimos. Su voz es la de una mujer que está cansada de un mundo donde los hombres compartimos riqueza, honor y privilegios, pero donde las mujeres no solo no tienen derecho a mostrar sus talentos, sino que son castigadas por ello.
Nos muestra que la humanidad se cercenó de tajo, por miedo a las mujeres, la mitad de los avances artísticos, tecnológicos y sociales que pudiésemos haber tenido. Si en tres mil años de civilización, la voz de la mujer hubiese sido escuchada y respetada, muy probablemente tendríamos un mundo muy diferente al que hoy tenemos.
Su escritura profunda, su sentido del humor mordaz y sus personajes me hicieron admirar cómo cuestionaba al mundo con sutileza, pero también, cómo hablaba de sus pasiones sin remordimiento. Virigina fue una mujer que se enamoró de otra mujer, hablando con poesía y ternura, enseñándonos que el amor de verdad no tiene sexo o más que eso, está por encima de él. Ella es la que comienza a hablar del sexo como acto rebelde, como la primera construcción del individuo. Si no tenemos derecho a enamorarnos, cualquier derecho es insulso.
Virginia Woolf fue un intelecto rebelde en medio de la tempestad. Vivió la Primera Guerra, supo de la muerte de muchos de sus amigos y familiares. Su prosa está llena de encanto a pesar de ello, de saltar al tiempo, de romper con su tiempo. Su grandeza fue pensar en un mundo diferente aún medio de la Guerra, donde el talento no tuviera cadenas para volar y crecer, donde las mujeres tuviesen las mismas oportunidades que los hombres de conquistar un nombre en la historia.
Esto me lleva a preguntar, ¿por qué perdemos con tanta facilidad la rebeldía? ¿Qué consignas atrapan a nuestros talentos, que preferimos dejar pasar la posibilidad de crear? ¿En qué momento parece que solo los artistas pueden romper con su tiempo? Insisto, Einstein era bueno en matemáticas, Virginia era buena escribiendo. Pero lo que los llevó a la grandeza fue cuestionar las reglas de su época, a base del uso intensivo y constante de sus talentos.
Por ello considero que la vida de Virginia Woolf es la narrativa de que el individuo es más poderoso que la muchedumbre, que un solitario (de regreso a la figura del Faro), tiene más capacidad de construir un mundo, que una masa que asume sin cuestionar al que le toca.
No creo en las multitudes. Creo en que las personas pueden y deben enfrentarse a su época, como razón crucial de avance social. Si muchos defienden algo al mismo tiempo, es porque han normalizado no pensar. “Desconfía de las multitudes”, pensaba Bukowski, y tenía razón.
El mayor legado de Virginia Woolf es ese: cada ser humano, cada individuo, puede romper con su tiempo. Es más, debe hacerlo. Es la única manera en que la ciencia y las artes puedan dar espacio a nuevos conceptos y a mejores futuros.
Ojalá habláramos más de las mujeres escritoras, de sus aportaciones a la civilización, de la belleza de sus novelas o de sus escritos. Ojalá entendiéramos la importancia de reconocer el talento de cada persona y, sobre todo, de nosotros mismos, y nos atreviésemos a cuestionar las reglas de ésta época tan decadente, para la construcción de un mundo más libre y, sobre todo, más justo.
Virginia Woolf nacía un 25 de enero de 1882. El mejor homenaje a tan genial escritora es leerla, conocer su vida, sus luchas y, sobre todo, leer a más mujeres que como ella, le dieron a la literatura universal creaciones fascinantes.
Óscar Rivas es Economista, con maestría en Negocios Globales por la Escuela de Negocios Darla Moore de la Universidad de Carolina del Sur. Maestría en Administración de Negocios por el Tecnológico de Monterrey. Egresado del Programa de Georgetown en liderazgo e innovación y del Curso Emerging Leaders de Executive Education de Harvard. Cofundador de Chilakings Sinaloenses. Emprendedor, Maratonista y escritor.
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