Sinaloa ante el calentamiento global. Propuestas para un mundo diferente.

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Hans Hacker, profesor de la Universidad de Arkansas ha desarrollado un concepto muy importante para entender los procesos sociales que estamos viviendo. El académico compara a las sociedades con dos juegos: Monopoly y Warcraft.

En el primero, los jugadores tratan de quitarle todos los recursos a los otros jugadores. En el segundo, por el contrario, la única manera de ganar es que todos los participantes del juego colaboren. Monopoly entonces es un juego de suma cero, mientras Warcraft sería un juego de intereses colectivos.

El Doctor en Ciencias Políticas nos explica que, en esta Pandemia, tendremos dos opciones: o actuar de manera egoísta o colaborar colectivamente.

Por ejemplo, lo que vimos en los primeros días de la crisis por el Covid-19 es muy similar a un juego de suma cero: personas comprando masivamente papel higiénico, acaparando productos y hasta revendiendo material médico. Bajo esta premisa, todos estamos perdiendo. Siendo egoístas no solamente no estamos deteniendo el avance de la enfermedad, sino que estamos también, acelerando la crisis económica.

Pero también, miramos a personas que decidieron actuar para proteger a otros. Que decidieron compartir alimentos con quienes perdieron su empleo. A personas que apoyaron consumiendo productos de empresas de la ciudad. Ellos lograron entender que la única manera de sobrevivir el caos económico y de salud es a través de algo muy sencillo: pensar como grupo.

Estas analogías nos ayudan a entender uno de los enormes desafíos que enfrentaremos en los próximos años: el Cambio Climático.

En la economía de suma cero, las empresas extraían los recursos y generaban empleos más o menos bien pagados. Pero el exceso de desperdicios modificó al medio ambiente, afectando ecosistemas enteros y destruyendo elementos vitales: agua, tierra, aire. Lo peor, generamos una cadena de procesos económicos que dependen de un ciclo repetitivo de desperdicio y desecho. Nada, ni las sobras, se comparten.

El cambio climático es una realidad. Una que es imposible de evadir en contextos como el actual, pues el cambio en la temperatura, el aumento de la temporada de sequías, así como el increíble y errático comportamiento de fenómenos meteorológicos, tiene un efecto económico enorme en todas las actividades sociales para el país y para el mundo.

Sinaloa no está aislada de esos problemas. Siendo una entidad cuya economía está sustentada en la agricultura, es preciso comprender el grado de exposición que tenemos, pero, además, entender que esto tendrá un efecto social incalculable si no actuamos ahora.

De igual forma, es necesario emprender esfuerzos para proteger los más de 640 kilómetros de litoral costero en que se sustentan diversos ecosistemas y que albergan una gran diversidad de especies de interés biológico. La sobreexplotación de la pesca de alta mar ha destruido parajes enteros de moluscos y con ello, afectado la cadena alimenticia de todo el litoral.

Se requiere una regulación en donde la voz de las organizaciones sociales de campesinos y ganaderos, de la mano del Gobierno y de sus diferentes instancias, disminuyan la deforestación, se constituyan mecanismos de uso controlado de pesticidas y se logre pasar de una ganadería muy agresiva con el medio ambiente a una que permita protección de la tierra.

Estos temas deben de estar en la agenda pública. Más allá de nombres o perfiles, es urgente crear un marco transversal de acción en tres ejes: entender los efectos climáticos, emprender un proceso de reeducación social y además, desarrollar ciudades estables, inteligentes y sustentables.

Sinaloa lleva un rezago en términos legislativos en cuestiones ambientales. No contamos con una Ley integral que mida los impactos de la contaminación en mares y ríos, no tenemos tampoco, una Ley que sea capaz de premiar con incentivos fiscales el desarrollo de empresas de reciclaje y tampoco hemos caminado hacia la construcción de una Economía Circular que permita una arquitectura innovadora en las cadenas productivas.

Creemos que este tema debe de estar incluido en la agenda política del próximo año, porque si no nos preparamos para el futuro, veremos un enorme costo social con efectos nocivos en la pobreza y la violencia de nuestro estado.

Datos de CONAGUA en 2009, muestran que la sobre fertilización de los suelos y el uso indiscriminado de pesticidas han contaminado el agua, los acuíferos, el aire y los suelos. Además, se ha dado durante la última década una mayor variabilidad y reducción global de las precipitaciones lo que ha afectado mayormente a los productores de temporal, generalmente campesinos de subsistencia. Se estima que en 2050 se podrían perder por el cambio climático entre 13 y 27 por ciento de la superficie de maíz sembrada.

Imaginemos el efecto que eso tendrá en las más de 20 mil familias que dependen directamente o indirectamente de la agricultura de temporal. Al no haber agua, se provocarán movimientos de migración interna, desplazamientos sociales que presionarán a las ciudades, que, al no poder procesar las demandas de estos grupos, verán un aumento en violencia y pobreza.

Es imprescindible que en el Marco Regulatorio se incluyan mediciones, presupuestos, Consejos Interinstitucionales en donde todos los ciudadanos estén representados, así como la voluntad política de los actores, para fortalecer el marco legal y evitar que este problema le haga daño a nuestra economía.

Creo que en la medida en que miremos que el objetivo de este proceso también es aprender a actuar colectivamente, seremos capaces de enfrentar a la incertidumbre. Esto significa entender que todos estamos interconectados, que nuestras decisiones, por más pequeñas que sean, constituyen un tablero de juego en el que afectamos a los demás.

No podemos perder de vista que el objetivo no es quitarles a otros, sino más bien, dar lo más que podamos. Dar aliento, dar apoyo, dar ánimo. Y no hacer negocio con las necesidades de quienes han perdido algo.

Significa construir entre todos, una realidad de manera colectiva, pero sustentada en individuos conscientes de su papel. Implica construir una sociedad que planea su futuro con inteligencia, decisión y ciencia. Que compra productos de comercios locales, apoyando a los pequeños negocios para mantener vivos los empleos de todas las familias.

Esto último, es algo que Alexis de Tocqueville, uno de los autores más brillantes de la filosofía política y de mis favoritos, llamaba: virtudes cívicas. Ayudar a otros, construir entre todos, creer en algo más importante que el egoísmo personal.

Los retos que vienen no son menores y no podemos abusar de la improvisación. El cambio climático es el reto más fuerte de nuestra especie, porque sus efectos son impredecibles, pero, además, incalculables: perder especies enteras, destruir paisajes y recursos, son acciones que destruyen las posibilidades de sobrevivencia del ser humano. Es más, que convierten al ser humano en su propio enemigo, porque si hay escasez, no podremos construir sociedades civilizadas.

Hemos jugado en los últimos 150 años al Monopoly, con resultados desastrozos. Es hora de aprender a jugar Warcraft, porque los problemas que vienen son tan grandes que ya superan a generaciones enteras.

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Economista. Maestría en Negocios Globales por la Escuela de Negocios Darla Moore de la Universidad de Carolina del Sur. Maestría en Administración de Negocios por el Tecnológico de Monterrey. Egresado del Programa de Georgetown en liderazgo e innovación y del Curso Emerging Leaders de Executive Education de Harvard y del Programa de liderazgo y ciudades inteligentes de la Fundación Naumann, de Alemania. 

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