Gran indignación, rabia contenida y un profundo dolor recorren al gremio periodístico tras el asesinato de Luis Alejandro Ahumada Rocha, nacido el 3 de febrero de 2006, un joven de apenas 19 años de edad, único hijo de la colega Alejandra Guadalupe Rocha García. Ayer estaba desaparecido; hoy fue localizado sin vida.
Un muchacho descrito por quienes lo conocieron como buen hijo, buen estudiante y un joven con futuro. Una vida limpia, una historia que apenas comenzaba y que fue brutalmente interrumpida por la violencia.
Luis Alejandro era hijo del ya fallecido ingeniero Jorge Luis Ahumada Llanes, quien partió el 5 de septiembre de 2022, y de una mujer que ha sido ejemplo de resistencia, vocación social y compromiso auténtico con los más vulnerables.
Alejandra Rocha García, conocida en el gremio como “La gestora de los pobres”, sacó adelante a su hijo con un sacrificio que pocos dimensionan, enfrentando no solo la precariedad y la indiferencia institucional, sino también graves y prolongados problemas de salud que en más de una ocasión pusieron su vida en riesgo. Él no era solo su hijo: era su orgullo, su ancla y la razón diaria para no claudicar.
Con Alejandra Rocha compartí la redacción de El Sol de Sinaloa durante la década de los noventa. Siempre la he conocido como una mujer de extraordinaria calidad humana, congruente, solidaria y entregada a las causas más nobles: dar voz a quienes no la tienen y aliviar, en lo posible, el dolor de los desposeídos.
Hoy, la violencia le arrebata lo más sagrado que puede perder una madre: su único hijo.
Desde 2004, Alejandra ha sostenido una lucha permanente tras sufrir una pancreatitis necrótica aguda, que derivó en la extirpación de gran parte de su páncreas, diabetes severa y una condición médica que la obliga a vivir bajo tratamientos permanentes.
Aun así, jamás se rindió. Nunca dejó de trabajar, de ayudar, de tocar puertas por otros cuando ella misma apenas podía sostenerse. Su hijo creció viendo esa entereza hecha carne, ese ejemplo silencioso de dignidad.
Hoy, de manera brutal, cobarde e injusta, le arrebatan lo más preciado.
Como escribió Eduardo Galeano: “La violencia nos duele porque nos roba futuro”. Y eso es exactamente lo que ha ocurrido aquí: le han robado el futuro a un joven y han condenado a una madre a un dolor que no tiene nombre.
El crimen ocurrió la mañana del miércoles 31 de diciembre de 2025, cuando el cuerpo de Luis Alejandro Ahumada Rocha (3 de febrero de 2006 – 31 de diciembre de 2025) fue localizado en el sector Infonavit Solidaridad, en Culiacán, con impactos de bala en el cráneo y el cuello, además de un mensaje intimidante escrito en una cartulina.
El asesinato se perpetró a escasa distancia de su hogar, un dato que agrava el horror: la muerte alcanzándolo casi en la puerta de su propia casa. Un hecho atroz que no solo enluta a una familia, sino que vuelve a exhibir la normalización del terror y la fragilidad de la vida cotidiana.
Este asesinato no puede ni debe quedar impune. No se trata de cifras, estadísticas o expedientes que se empolvan en un archivo. Se trata de una vida joven arrancada y de una madre golpeada por una crueldad que ninguna sociedad debería tolerar.
El gremio periodístico alza la voz no por corporativismo, no por privilegio, sino por humanidad, dignidad y justicia.
Ya basta de la violencia que desaparece jóvenes un día y los devuelve sin vida al siguiente; que asesina hijos, destruye familias y pretende que el horror sea rutina.
Hoy el dolor es colectivo.
Hoy la indignación es legítima.
Y hoy la exigencia es una sola, clara e ineludible: justicia para Luis Alejandro Ahumada Rocha.
El cuerpo fue localizado boca arriba, con múltiples impactos de arma de fuego y huellas visibles de violencia, signos inequívocos de una ejecución que no admite eufemismos ni medias verdades.
Junto a la víctima fue encontrada una cartulina de color blanco, con un mensaje escrito en letras negras, cuyo contenido no fue revelado por las autoridades. Un silencio oficial que, lejos de atenuar el hecho, lo vuelve aún más ominoso y doloroso.
Porque cuando la violencia deja mensajes y el Estado calla, la herida social se profundiza y la exigencia de justicia se vuelve impostergable.
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