En tiempos donde la confianza pública parece una fibra cada vez más delgada, es necesario recordar que todavía existen personas cuya trayectoria habla más fuerte que cualquier discurso. Nos enteramos recientemente que el nombre de Jorge Alan Urbina Vidales se está considerando para encabezar el Banco de Alimentos de Mazatlán, una responsabilidad que no sólo requiere capacidad administrativa, sino sensibilidad humana, vocación social y un profundo sentido de comunidad. De confirmarse, sería una decisión que no sorprende: donde ha estado, ha cumplido. Y donde ha cumplido, ha dejado una huella.
Químico Bacteriólogo Parasitólogo egresado del Instituto Politécnico Nacional, con maestría en Ciencia y Tecnología de Alimentos por la Universidad Autónoma de Sinaloa, Urbina Vidales no es un improvisado. Su paso por la Comisión Estatal para la Protección contra Riesgos Sanitarios (COEPRISS) y por la Procuraduría Federal del Consumidor (PROFECO) fue testimonio de una gestión responsable, transparente y cercana a la gente. Se ganó algo más difícil que un nombramiento: la confianza. Esa rara virtud que no se decreta, se construye todos los días.
Pero su hoja de vida no se agota en los cargos técnicos. Ha sido coordinador de prensa, secretario particular, enlace institucional, gestor de puentes entre gobiernos y ciudadanía. No viene de la torre de cristal del funcionariado distante. Viene del barrio político donde se aprende a escuchar antes de hablar, a resolver antes de prometer, a ver a la gente como rostro y no como cifra. Quien lo ha visto caminar por Mazatlán sabe que lo saludan igual el empresario que el vendedor del mercado; que su lugar natural es el punto medio donde las manos se estrechan y las diferencias se reconcilian.
Esa cercanía no se finge. Es una forma de estar en el mundo.
El Banco de Alimentos de Mazatlán no es una institución técnica: es un puente entre la dignidad de quien da y la dignidad de quien recibe. Para dirigirlo no basta saber administrar bodegas; hay que saber administrar esperanzas. Se necesita alguien capaz de mirar de frente a quienes viven en la incertidumbre diaria del plato vacío y decirles, sin soberbia y sin lástima, que no están solos.
Y ahí es donde el perfil de Jorge Alan Urbina Vidales cobra sentido. Su formación en alimentos no es sólo una calificación académica; es un compromiso con lo esencial: con lo que nos sostiene vivos, con lo que no puede faltarnos, con lo que define el derecho más básico y más humano. Su historia con las colonias populares no es un episodio, es una práctica constante. No es raro verlo apoyando, escuchando, acompañando. No por política: por convicción.
Porque hay hombres cuya verdadera profesión es ayudar.
En Mazatlán se necesita justamente eso: alguien que sepa escuchar el latido de la ciudad, que conozca su desigualdad sin desentenderse de ella, que entienda que alimentar también es un acto de amor social. Un hombre que pueda hablarle lo mismo a la mesa bien servida que a la mesa que tiene hambre.
Y, sobre todo, alguien que recuerde que la comida no es sólo sustento: es dignidad. Es encuentro. Es comunidad.
Por eso su nombre genera consenso. Porque antes que cargos, antes que títulos, antes que responsabilidades, Jorge Alan Urbina Vidales ha sido un hombre de corazón grande. Un hombre que camina acompañado. Un hombre que no olvida.
Y esa es, quizá, la cualidad más escasa.
Que se confirme, entonces, lo que para muchos ya es evidente: Mazatlán necesita perfiles así. Humanamente sólidos. Socialmente sensibles. Éticamente firmes.
Porque el hambre no se combate sólo con alimentos. Se combate con manos limpias y espíritu dispuesto.




