El STASAC en la encrucijada: Julio Duarte y el reclamo que ya no se puede callar

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Hay historias que intentan contarse solas, aunque quienes las protagonizan prefieran mantenerlas en penumbra. Historias que se deslizan entre oficinas, pasillos administrativos y murmullos en los talleres y departamentos municipales. Historias donde la palabra “transparencia” no es una virtud, sino una demanda. Y, en el caso del STASAC, esa palabra se ha convertido en la grieta por donde se asoma una inconformidad que ya no cabe bajo la alfombra.
Hay momentos en la vida de las instituciones donde lo que se intenta ocultar se hace inevitablemente visible. Y en el STASAC, ese momento ha llegado. La solicitud presentada por la doctora Zayda Flores ante la Auditoría Superior del Estado (ASE) para auditar las finanzas del sindicato no es un hecho menor: ocurre justo cuando las elecciones internas se acercan, cuando las promesas y compromisos de los dirigentes deberían hablar más alto que los rumores y la desconfianza.
Flores no actuó por impulso ni por confrontación. Su petición es clara, fundamentada y acompañada de trabajadores que representan a la base sindical: se trata de revisar el manejo de cuotas, fondos de ahorro, intereses y préstamos, de garantizar que los recursos que mes con mes los trabajadores aportan no se pierdan en la opacidad. Su mensaje es simple, pero contundente: “Si todo está bien, ¿por qué no mostrarlo?”
No es menor que en vísperas de una elección interna aparezca una solicitud formal ante la Auditoría Superior del Estado (ASE) para revisar a fondo las finanzas del sindicato. No se trata de rumores de pasillo, ni de gritos aislados. Es una petición sustentada, acompañada por trabajadores y expuesta de frente a los medios.
Y en medio de esto surge la figura de Julio Enrique Duarte Apan, secretario general del sindicato, quien se encuentra ahora en el ojo del huracán. Llegó con la promesa de un solo periodo y hoy busca el tercero. No es solo una cuestión de ambición personal: es un cuestionamiento directo a la confianza de los trabajadores, a la legitimidad de un liderazgo que debería velar por la transparencia y la rendición de cuentas, y que, hasta ahora, ha fallado en cumplir con esos compromisos fundamentales.
La opacidad no es un detalle menor. Es el fondo de ahorro que nadie sabe cómo se maneja, son los préstamos que requieren meses de espera, son las cuotas sindicales que deberían generar seguridad y certidumbre y que en cambio generan incertidumbre y desconfianza. Es el sindicato convertido en un espacio donde el miedo y el silencio prevalecen sobre la claridad y la participación.
Aunque suene repetitivo hay que recalcarlo pues la búsqueda de continuidad se da en medio de acusaciones graves:
Falta de transparencia en el manejo de cuotas sindicales.
Opacidad en la administración del fondo de ahorro.
Ausencia de informes claros sobre el destino de los intereses generados.
Restricciones de acceso a la información para los mismos trabajadores que financian el sindicato.
Una “campaña permanente” desde la estructura sindical, financiada —según denuncias— con recursos del propio gremio.
Cuando un dirigente actúa como si el sindicato fuera patrimonio personal y no colectivo, estamos ante un problema que rebasa la simple disputa electoral. Estamos hablando del corazón de la representación laboral: la confianza.
La solicitud presentada ante la ASE no es una sentencia. No es una condena. Es una acción institucional para responder una pregunta básica:
Si todo está bien, como repite el discurso oficial, entonces no hay absolutamente nada que temer.
Una auditoría transparente no destruye dirigentes; los fortalece.
Lo que sí destruye reputaciones es la negativa a rendir cuentas.
Y aquí está el punto más delicado: Zayda Flores afirma haber solicitado esta información de manera directa al Comité Ejecutivo del STASAC una y otra vez… sin respuesta.
La cerrazón, más que el señalamiento, es lo que hoy coloca a Julio Duarte en el centro del huracán.
Algo se quebró en el sindicato. Y no es un secreto.
A muchos trabajadores se les ha enseñado que pedir información “es buscar problemas”. Que cuestionar “es ponerse en contra”.
Pero ese tiempo está cambiando. Lo que antes se comentaba en voz baja, ahora se expone en las puertas de la Auditoría Superior del Estado.
Cuando la confianza se fractura, no hay discurso que alcance.
La decisión de acudir a la ASE refleja la agotada paciencia de los trabajadores y la necesidad de que intervenga un órgano externo. No se trata de una acusación, sino de una exigencia elemental: transparencia, rendición de cuentas y democracia interna. Lo que se reclama no es un favor, sino un derecho. Y lo que se cuestiona no es solo la figura de un dirigente, sino el futuro del sindicato mismo.
Este hecho reciente es, además, un espejo de la política sindical: un espacio que debería proteger los intereses de la base se ve tensionado por prácticas que parecen buscar la perpetuidad personal en el poder. La elección interna se aproxima, y con ella la oportunidad de devolver al STASAC la confianza de sus trabajadores, de erradicar la discrecionalidad y de cerrar de una vez por todas la puerta al miedo.
Julio Duarte puede elegir el camino de la apertura y la claridad, demostrando que sus manejos han sido correctos, o puede mantener la opacidad que hoy lo coloca en el centro de la polémica. Pero lo que ya no puede negar es que la exigencia de la base está sobre la mesa, firme y creciente, y que la historia reciente del sindicato se encuentra ante un punto de inflexión que definirá su credibilidad por años.
Porque, tarde o temprano, la transparencia no es un acto voluntario: es la única manera de sostener la confianza. Y en ese principio se juega el futuro del STASAC.

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