Hubo un momento en la historia del arte en el que la realidad dejó de ser un espejo. La pintura, aquella ventana pulida hacia la apariencia del mundo, se quebró en pedazos. No fue un accidente: fue una declaración. A comienzos del siglo XX, Pablo Picasso y Georges Braque tomaron la tradición al lienzo y la voltearon como quien desmonta una máquina para entenderla mejor. ¿Qué es ver? ¿Qué es representar? ¿Qué significa mostrar lo real? Su respuesta fue clara: la realidad no es un solo punto de vista… sino muchos.
Así nació el cubismo, una revolución visual que nos enseñó a mirar de otra manera. En lugar de figuras suaves, volúmenes pulidos y perspectivas ordenadas, los artistas cubistas descompusieron cuerpos, objetos y paisajes en planos geométricos, superpuestos como fragmentos simultáneos de un mismo instante. Miramos un violín, una cara, una botella; pero no la vemos como la cámara lo haría, sino como nuestra mente la recuerda, la imagina, la recompone.
La clave está en la multiplicidad de perspectivas. La pintura deja de ser una vista frontal para convertirse en una experiencia: vemos los costados, las sombras, las aristas que normalmente se ocultan. Picasso lo dijo sin decirlo: la verdad no es una sola. Braque lo acompañó con la misma convicción: la pintura no debe imitar, sino construir.
Entre las obras que marcaron este quiebre destacan “Las señoritas de Avignon”, donde los rostros se vuelven máscaras y los cuerpos geometrías tensas; o “Naturaleza muerta con silla de rejilla”, que introduce materiales reales en el lienzo, rompiendo los límites entre arte y objeto. Cada pieza es un rompecabezas que no se debe resolver, sino experimentar.
El impacto del cubismo fue profundo. Sin él, no existirían los juegos visuales del futurismo, la arquitectura racionalista o la abstracción que dominaría el siglo XX. El arte dejó de imitar al mundo y comenzó a interpretarlo.
Hoy, más de cien años después, el cubismo nos sigue recordando algo esencial: nuestra visión del mundo está hecha de fragmentos, de memorias, enfoques, luces y sombras superpuestas. Lo real no es lo que se ve, sino lo que se piensa.
Si este viaje te intrigó, te invito a seguir explorando conmigo.
Lee mi columna completa y acompáñame en el canal LogoCómic, donde seguiremos trazando la ruta de las corrientes artísticas que transformaron nuestra manera de mirar… y de sentir el arte.


 
                                    

