En política, los silencios también comunican.
El gobernador Rubén Rocha Moya anunció la suspensión definitiva de la Vocería del Gobierno del Estado, ese espacio que durante poco más de un año sirvió como canal de información institucional, principalmente sobre temas de seguridad.
La medida no es menor. La vocería nació con la intención de mantener un flujo constante de información hacia los medios y la ciudadanía. Al principio se realizaba todos los días, de lunes a domingo, y era encabezada por el entonces secretario general de Gobierno, Feliciano Castro Meléndrez.
Con el paso de los meses, el ritmo comenzó a desacelerarse: primero se redujo de martes a viernes, para dar paso a la conferencia “Semanera” del gobernador los lunes. Luego quedaron solo miércoles y viernes, hasta que, en las últimas semanas, se realizaba únicamente los viernes.
Y justo un par de días después de que se confirmara la salida de Feliciano Castro del gabinete estatal —para asumir el cargo de Secretario de Economía—, llegó también la desaparición formal de la vocería. Un movimiento que, más que casual, parece parte de una reconfiguración interna del gobierno estatal.
Durante su anuncio, Rocha Moya explicó que la decisión busca evitar contradicciones y dispersión de información, concentrando los mensajes en la Secretaría de Seguridad Pública y en su vocera, Verona Hernández Valenzuela. Es decir, menos voces, más control.
En apariencia, se trata de una medida técnica: cuidar el discurso, evitar errores, mantener coherencia. Pero en el fondo, es una decisión política. Porque cada espacio que se cierra, cada micrófono que se apaga, deja al poder un poco más solo frente a sí mismo.
La vocería había logrado, con sus limitaciones, abrir una rendija de diálogo entre el gobierno y la prensa. En ese escenario cotidiano, los periodistas podían cuestionar, repreguntar, confrontar versiones. Hoy, esa rendija se cierra en nombre de la “unidad informativa”.
Rocha Moya ha apostado por una comunicación prudente, cuidadosa, y con cierto celo hacia la exposición pública. Pero con esta decisión, el gobierno estatal corre el riesgo de caer en la opacidad por exceso de control. Porque en la búsqueda de coherencia, puede terminar perdiendo contacto con la espontaneidad y la cercanía que demanda lo público.
A veces, lo que el poder busca “ordenar” no es la información, sino la conversación.
Y en una democracia, callar una voz también es una forma de hablar.




