El Partido Sinaloense (PAS) celebró 13 años de existencia, un hito que va más allá de un simple número. En un estado donde los partidos locales suelen desvanecerse, el PAS se mantiene como el único sobreviviente, navegando cambios de gobierno, reacomodos políticos y la tragedia que marcó su historia: el asesinato de su fundador, Héctor Melesio Cuén Ojeda.
Desde sus inicios, el PAS ha cimentado su fuerza en la Universidad Autónoma de Sinaloa (UAS), contando con académicos, trabajadores y estudiantes como columna vertebral de su estructura territorial. Esta base le ha dado músculo político, pero también ha sido fuente de críticas: el partido ha sido señalado por utilizar a personal y alumnos en tareas partidistas, lo que ha ensombrecido su imagen y generado cuestionamientos sobre la ética de sus prácticas. Reconocer y atender estas percepciones será clave para consolidar su credibilidad futura.
La muerte de Cuén Ojeda el año pasado fue un golpe devastador, pero también un punto de inflexión. Bajo el liderazgo de Robespierre Lizárraga Otero, el PAS ha buscado combinar continuidad con reinvención, adaptándose a un entorno político cada vez más competitivo. Su alianza estratégica con Morena, que en su momento parecía prometedora, terminó en ruptura, situando al partido como una oposición crítica, dispuesta a marcar agenda propia pese a los desafíos de mantenerse visible en un panorama dominado por fuerzas nacionales.
El decimotercer aniversario no fue solo una celebración; fue un mensaje político. La presencia de líderes como César Emiliano Gerardo (PRI), Wendy Barajas Cortés (PAN) y Fernando García (PT) no pasó desapercibida. En política, las imágenes hablan más que las palabras. La coincidencia de estas figuras abre la puerta a especulaciones sobre posibles alianzas rumbo a 2027, aunque por ahora no hay acuerdos formales. Lo cierto es que el PAS está consciente de que la supervivencia y relevancia del partido podrían depender de su capacidad para dialogar estratégicamente con otros actores.
El camino hacia 2027 plantea un triple desafío: preservar su identidad local sin diluirse ante fuerzas nacionales, superar las críticas por su vinculación con la UAS y consolidar su presencia en Congreso y municipios para mantener influencia real. Trece años pueden parecer un suspiro, pero para el PAS han sido una prueba constante de resistencia y adaptabilidad. La gran pregunta que queda en el aire es inevitable: ante un futuro incierto, ¿remará solo o buscará aliados para no naufragar? Como siempre en política, el tiempo dará la última palabra.