El dramático y valiente heroísmo de Modesto Cristerna, que con coraje blandió su espada para salir en defensa del pueblo de Rosario, merece emerger de la niebla de la historia.
Fue un hombre que, sin nacer en Sinaloa, estuvo dispuesto a morir por salvar al pueblo rosarense del ejército de saqueadores de Elpidio García González.
Tal era el nombre verdadero del militar indígena pura sangre de linaje cora Manuel Lozada, apodado El Tigre de Álica, que incendió el pueblo de Escuinapa en cuatro ocasiones, pero que no pudo hacer lo mismo con Rosario gracias a la valerosa actuación de Modesto Cristerna.
Quizás la energía que motivó su hazaña fue su pertenencia a esta tierra y el amor a su familia, que formó con la rosarense Adela Echeagaray Murúa.
Modesto Cristerna García nació en el Real de Ramos, Partido de Ojocaliente, San Luis Potosí, que actualmente pertenece al estado de Zacatecas, el primero de julio de 1828, en la cuna del herrero Ramón Cristerna y Francisca García.
Algunas crónicas amarillentas y olvidadas cuentan que Modesto fue raptado a la edad de ocho años por una horda de indígenas sanguinarios venidos de la frontera a los que sirvió hasta la edad de 15 años colocando herraduras a sus caballos para despistar a los federales.
Se trataba de feroces y sanguinarios apaches que se dedicaban al pillaje y a la depredación, dejando una estela de destrucción a su paso por las poblaciones. Por esta razón, en Estados Unidos y algunos gobiernos de México se ofrecía dinero por la cabellera de cada indígena apache.
Con los apaches aprendió a montar a caballo con apenas ocho años de edad y de pequeño herrero se convirtió en un fantasma de movimientos furtivos que sabía salir ileso de una ráfaga de balas.
Se hizo hombre a base de lecciones de supervivencia, desde descuartizar un animal a cuchillo, alimentarse en el monte, pescar en el río, y un soldado, un guerrero, en el uso del rifle y el buen uso de sus municiones.
En 1843 los federales sorprendieron a los apaches nómadas en Charco Blanco, resultando herido Modesto Cristerna, quien estuvo a punto de ser ejecutado, pero, aunque su piel estaba tostada por el sol y vestía el atuendo apache, llamó la atención al ejército del gobierno que no tenía aspecto indígena. Al hablar en español y narrar la odisea de su secuestro, logra salvarse.
Por su conocimiento sobre las costumbres de los apaches fue incorporado a las fuerzas militares y por su valentía, eficiencia y arrojo, ascendió de grado rápidamente, llegando alcanzar, al final de su carrera de armas, el grado de General.
Sus intrépidas luchas lo llevaron a Rosario donde se enamoró.
Modesto se casó con Adela Echeagaray Murúa el 27 de septiembre de 1873. Ella era hija del jefe político de Rosario, don Ignacio Echeagaray Núñez y Felicitas Murúa Lizárraga.
Con Adela, Modesto procreó dos hijos: el primero fue Pedro José, que vino al mundo el primero de agosto de 1874, y Policarpo Alfredo, el 26 de enero de 1876.
Pedro José, también recordado como Pedro J. Cristerna.
LA VALIENTE DEFENSA DE ROSARIO POR UN SOLO HOMBRE
El cielo de Rosario, en el estado de Sinaloa, estaba despejado prometiendo un día esplendoroso.
Por ese amor que conoció en Rosario, Modesto García se encontraba sereno frente a sus hombres esperando con paciencia a un imponente, salvaje y peligroso enemigo que pretendía tomar el pueblo en el que había el coronel había entregado su corazón y engendrado sus dos hijos.
Manuel Lozada pretendía entrar a Rosario para saquear a sus pobladores y violar a las mujeres.
El coronel Cristerna los esperó en Palo Cagado, a un lado del río Baluarte.
El ambiente era denso, vibrante, cuando Modesto Cristerna, con poca gente, salió en defensa de la plaza de El Rosario de las fuerzas nayaritas del indígena de la tribu cora de Manuel Lozada.
Durante ese hecho de armas un representante de Manuel Lozada, “El Tigre de Alica”, llamado Panduro, con sombrero de Cora, le pidió entregara la plaza, a lo que Modesto respondió con voz firme:
– Aunque somos pocos sabemos pelear hasta morir, dile a tu jefe que no le entregaremos Rosario y vamos a defendernos hasta el último hombre.
Pero también dile, que en lugar de derramar la sangre de nuestros ejércitos esto se decida entre dos hombres. Y a ti –seguro de sí mismo le dice al enviado- te reto a un duelo a muerte con espada o sable.
El desafío se había lanzado, solo quedaba el misterio de la respuesta y el desenlace. Cristerna tenía la plena confianza que, con sus habilidades de combate y supervivencia, sería capaz de enfrentar a cualquier hombre.
El enviado lleva el mensaje a Lozada, jefe de los sitiadores nayaritas, y pidió permiso a este para celebrar el duelo. A lo que Manuel Lozada precisó:
– Estoy de acuerdo y doy la venia para el duelo: si pierde Cristerna me entregan la Plaza, y si pierde Panduro nos retiramos sin combatir.
El acuerdo fue aceptado. Si perdía Cristerna Rosario sería saqueado, sin quemarlo.
El duelo se concertó con espada y montados a caballo, en la comunidad de Palo Cagado. Entre los espectadores había gente de ambos bandos.
Diversas hojas sueltas que narran este combate y narraciones de la historia oral que ha pasado de boca en boca en el sur de Sinaloa cuentan que sucedió de la siguiente manera:
Antes de iniciar el duelo los combatientes se separaron alrededor de cincuenta metros y con los caballos resoplando, galoparon a caballo y blandieron sus espadas comenzando el duelo a muerte.
Al encontrarse a todo galope chocaron las espadas, y comenzó una lucha desesperada por la supervivencia. Se trabaron, como bravos guerreros en combate mortal sin que uno de los dos retrocediera por la fuerza o la velocidad que ejercían el uno del otro.
Se enfrentaron en lo que después llamarían La Laguna Seca ante los azorados ojos de los espectadores, un público formado por hombres de ambos bandos.
Los aguerridos duelistas blandían espadas que surcaban el cielo buscando asestar un golpe certero en la humanidad de su oponente.
Sin tregua, apenas lograban zafarse del envite asesino. Era matar o morir.
Cristerna, con la adrenalina a flor de piel, montaba un hermoso caballo bayo, Panduro -quien superado, cedía ante el avance decidido de su contrincante- uno negro, bajo, de grupa demasiado ancha.
Cristerna era cuadrado de espaldas, con brazos de roble y manos fuertes, con la agudeza visual de un lince y reflejos felinos, de cabeza chica y rostro sanguíneo, colorado y diestro para los pleitos cuerpo a cuerpo, a mano limpia o con espada.
Panduro, en cambio, era bigotudo, con un rostro semejante a una vasija de barro con dos asas y boca grande, pelos de puerco espín y enormes caderas, tan anchas como el animal que montaba. Pero con la fiereza y peligrosidad de los soldados coras.
Se tiraron los primeros tajos, sin encontrar la carne. Los ojos de Modesto estaban fijos y su rostro colorado. Panduro jadeaba y su color era amarillo tierra cuando se dio cuenta de la superioridad de su adversario.
Dando muestras de su adiestramiento apache, con agilidad y maestría Cristerna le asestó el primer espadazo a Panduro que fue a dar de tajo por la oreja yéndole a pegar en el hombro derecho. De inmediato, el golpe hizo brotar la sangre de Panduro a raudales, empapando el uniforme caqui.
En cambio, el espadazo de Panduro rebotó en la cabeza de la silla de Cristerna que la traía totalmente forrada de cobre.
En el siguiente choque, Modesto Cristerna, con un centelleante movimiento de su espada cortó la yugular a Panduro, justo arriba del escapulario que no logró protegerlo, desangrándose rápidamente.
Se enrojeció la tierra.
Sus hombres vieron asustados y confundidos bañado en sangre a Cristerna, quien respiraba fuerte y su cara lucía colorada. Los choques fueron relampagueantes y no podían distinguir quiénes de los dos jinetes habían salido más perjudicados.
El barullo bajó de tono y los murmullos, que eran apenas audibles, se fueron desvaneciendo cuando pensaron que algo andaba mal. Pero no era su sangre, sino la de su oponente.
Cuando concluyó el duelo, Cristerna descabalgó, se limpió la sangre ajena y el sudor de su rostro.
Sin saña vio a su rival desangrándose. Los ojos de Panduro le saltaban de miedo, casi saliendo de sus órbitas. Al inicio parecía estremecerse, pero finalmente se quedó quieto para recibir la muerte por la gravedad de sus heridas. Un súbito frío recorrió su espalda y el pánico, ante la cercanía de su final, lo paralizó. Panduro apretó con fuerza la espada que llevaba consigo y murió.
Los soldados nayaritas abrieron un pozo de dos metros en Chilillos. Ahí dejaron caer de cabeza a Panduro y lo enterraron sin más consideraciones.
Después se retiraron al caer la tarde, cuando la luz empezó a desvanecerse en el horizonte. La oscuridad los envolvió y no volvieron nunca a Rosario.
Sanguinario, pero hombre de palabra, “El Tigre de Alica” cumplió su promesa y retiró el sitio sin combatir.
Por esta razón, se le rinde homenaje al valiente coronel Modesto Cristerna en una de las céntricas calles en El Rosario, misma que lleva su nombre hasta la fecha.
Este valiente personaje militar es tatarabuelo del Almirante retirado de la Marina Armada de México Eduardo Redondo Arámburo, distinguido escuinapense.
LA MUERTE DE UN HÉROE
Hay que destacar que Modesto Cristerna García sirvió con honor al gobierno de Benito Juárez García: el coronel Modesto Cristerna García llegó a ser comandante del octavo regimiento de caballería juarista en 1874.
El 21 de enero de 1877, en el parte firmado por el general Jesús Ramírez Terrón, enviado al General Porfirio Díaz, sostiene que dio muerte en batalla al coronel Modesto Cristerna.
Sin embargo, otra versión indica que fue tomado prisionero y asesinado a traición por un pistolero enviado por el propio Jesús Ramírez Terrón. A Modesto le tenían miedo, por eso probablemente lo mataron a traición. De frente no se podía.
Sin embargo, de manera oficial, según el informe de Ramírez Terrón que se encuentra en el Archivo del General Porfirio Díaz, el coronel Cristerna murió en combate defendiendo la plaza de Cosalá al frente de una columna de ataque, el 5 de enero de 1877, al recibir la embestida de los rebeldes al mando del general Jesús Ramírez Terrón, quien posteriormente buscó la gubernatura como recompensa a sus servicios como dirigente militar de la revuelta tuxtepecana en Sinaloa.
El Plan de Tuxtepec fue una declaración que tenía como objetivo destituir al gobierno de Sebastián Lerdo de Tejada, anunciado el 10 de enero de 1876 y elaborado por Porfirio Díaz, en el municipio de Villa de Ojitlán, Tuxtepec, Oaxaca.
Durante 32 años de 1877, año en que murió Modesto Cristerna, a 1909, apoyado por Porfirio Díaz, Francisco Cañedo gobernó Sinaloa. A esta época. se le llamó “Era de Cañedo”.
Francisco Cañedo, compadre de Porfirio Díaz, mandó matar a Jesús Ramírez Terrón en El Salto, cerca de Mazatlán, el 22 de septiembre de 1880. Lo veía como un peligro para su permanencia en el poder.
Modesto Cristerna, el guerrero blanco con alma apache que nació para estar en permanente combate durante toda su vida, es un personaje que debe ser rescatado de la amnesia histórica que produce el paso de los años.
Su heroísmo se lo merece.