Del Zombie Filosófico al Zombie Académico

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En el corazón de la educación moderna, donde la tecnología se integra cada vez más en el aula, surge una inquietante figura: el zombi filosófico. Este concepto, del cuál, ya hablamos en un anterior artículo fue acuñado en el ámbito de la filosofía de la mente, y describe a un ser que actúa de manera indistinguible de un ser humano, pero carece de conciencia, emociones y, sobre todo, de reflexión. Hoy, este zombi filosófico encuentra un inquietante reflejo en nuestras aulas, donde tanto estudiantes como profesores corren el riesgo de convertirse en zombis académicos.

¿Qué es un zombi académico? Imaginemos a un estudiante que cumple con todas sus tareas, pasa sus exámenes y participa en clase. A primera vista, parece estar aprendiendo, pero en realidad, su mente está tan vacía de auténtica comprensión como lo estaría la de un zombi filosófico de emociones. Este estudiante no cuestiona, no critica, no reflexiona. Simplemente cumple con los requisitos formales del sistema educativo sin desarrollar una comprensión profunda, pensamiento crítico o creatividad.

Este fenómeno no es exclusivo de los estudiantes. También podemos hablar de profesores zombis: educadores que, en lugar de guiar a sus alumnos hacia un entendimiento genuino, simplemente siguen un guion preestablecido, transmitiendo conocimientos de manera mecánica y sin inspirar la curiosidad o el análisis crítico. Estos docentes no promueven la formación de individuos pensantes, sino la producción de autómatas que replican información sin cuestionarla.

La teoría crítica, desde Adorno hasta Habermas, nos advierte de los peligros de la instrumentalización de la razón. Este proceso reduce la razón a un mero medio para alcanzar fines predefinidos, eliminando cualquier rastro de reflexión o autocrítica. En la educación, esto se manifiesta cuando el aprendizaje se convierte en una mera acumulación de datos, donde lo importante no es comprender, sino aprobar; no es reflexionar, sino repetir. La instrumentalización de la razón en la educación transforma a estudiantes y profesores en herramientas del sistema, seres que funcionan, pero no piensan.

La Inteligencia Artificial Generativa (IAG) en la Educación: ¿Aliada o Enemiga?
Con la aparición de la Inteligencia Artificial Generativa, como ChatGPT y otras herramientas similares, la amenaza del zombi académico se intensifica. Estas tecnologías, aunque poderosas y útiles, pueden convertirse en un arma de doble filo en el ámbito educativo. La IAG permite a los estudiantes acceder rápidamente a información, redactar ensayos, resolver problemas matemáticos y mucho más. Sin embargo, su uso indiscriminado y sin supervisión puede hacer que los estudiantes dependan de ella hasta el punto de que dejen de pensar por sí mismos.

Cuando un estudiante delega su proceso de aprendizaje en una IA, se arriesga a perder la habilidad de reflexionar, analizar y cuestionar. El peligro radica en que la tecnología, en lugar de ser un complemento del proceso educativo, se convierta en un sustituto del mismo. Los estudiantes, al no enfrentarse al esfuerzo cognitivo necesario para comprender un tema, pueden terminar repitiendo mecánicamente las respuestas generadas por la IA, sin desarrollar un pensamiento crítico propio. En otras palabras, la IAG puede ser la chispa que encienda la transformación del estudiante en un zombi académico.

Lo mismo ocurre con los profesores. En lugar de utilizar la IAG como una herramienta para mejorar la enseñanza, existe el riesgo de que algunos docentes la utilicen para automatizar su labor, dejando de lado la reflexión sobre cómo adaptar su enseñanza a las necesidades reales de sus alumnos. Esto podría llevar a una educación estandarizada, deshumanizada, en la que el profesor se convierte en un mero intermediario entre la IA y el estudiante, sin aportar nada de valor propio.

La educación debería ser un proceso de formación integral, en el que la razón y la reflexión crítica sean los pilares fundamentales. Sin embargo, si continuamos instrumentalizando la razón y permitiendo que la tecnología tome las riendas del aprendizaje, corremos el riesgo de crear una generación de zombis académicos: estudiantes y profesores que, aunque aparentemente cumplen con sus roles, están vacíos de pensamiento crítico, creatividad y auténtica comprensión.

No se trata de rechazar la tecnología, sino de utilizarla de manera consciente y crítica. La IAG puede ser una herramienta valiosa en la educación, pero solo si se integra en un proceso de aprendizaje que fomente la reflexión y la autonomía intelectual. De lo contrario, estaremos cavando nuestra propia tumba educativa, creando zombis académicos que, aunque funcionales, carecen de lo que realmente importa: la capacidad de pensar.

Es así, que, mientras la tecnología avanza a pasos agigantados, es nuestra responsabilidad asegurarnos de que la educación no se convierta en un proceso automatizado y deshumanizado. Si permitimos que la IAG sustituya al pensamiento crítico y a la reflexión, estaremos abriendo la puerta a un futuro en el que la educación produce zombis, no seres humanos pensantes. Es hora de despertar y actuar antes de que sea demasiado tarde.

Debemos recuperar la agencia y la autonomía, tanto de estudiantes como de profesores, fomentando un diálogo enriquecedor, el cuestionamiento constante y la búsqueda de soluciones creativas. Sólo así podremos evitar que la razón se vea reducida a una mera herramienta, y que los seres humanos se conviertan en autómatas, privados de la chispa viva que los define como tales.

La educación del futuro debe ser un espacio de emancipación, donde el pensamiento crítico florezca y la creatividad se cultive. Debemos resistirnos a la tentación de la comodidad y la eficiencia a corto plazo, y abrazar el desafío de formar mentes capaces de comprender, cuestionar y transformar el mundo que les rodea. De lo contrario, corremos el riesgo de crear una generación de “zombies académicos”, condenados a deambular por los pasillos de la academia sin el brillo de la genuina razón.

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