Cambio de cuacos y jinetes

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Dicen que los pueblos tienen los gobiernos que se merecen o a los que más se parecen.

Muchas de las penas sociales del país tiene que ver con la apatía y modorra de los ciudadanos que no mueven un solo dedo mientras la desgracia caiga sobre los bueyes del compadre, no invada zonas de confort o la lumbre no les llegue a los aparejos. En México tienen que ocurrir tragedias personales o familiares para movilizar a los ciudadanos. Ahí están los trágicos ejemplos de Alejandro Marti, Isabel Miranda, los Lebaron y el poeta Javier Sicilia.

Si revisamos los últimos 50 años de nuestra historia intima, podemos contar con los dedos de la mano a los mazatlecos de nacimiento o adopción que hicieron algo por la ciudad para merecer vivir en ella, como dijo el presidente John F. Kennedy.

Amado Guzmán Reynaud es un joven empresario mazatleco que está metiéndole varios millones de pesos de su bolsa para que el Centro Histórico de Mazatlán sea “ la zona más bonita y emblemática de la ciudad”, ha dicho. Y lo hace en solitario, entre la mezquindad de otros empresarios o prestadores de servicios turísticos que se benefician de la explotación comercial de esta zona de la ciudad, pero no aportan ni un solo peso de sus pingües utilidades para mantenerla en buenas condiciones, antes todo lo contrario.

Entre otras acciones de responsabilidad social, Guzmán Reynaud patrocinó la limpieza y pintura de 50 casas vandalizadas con grafitti, plantado varias palmeras en sustitución de los destructores ficus, iluminado algunas calles con foquitos navideños y ya lleva restauradas 40 cajas de transformadores -de una meta de 150- de la inconclusa instalación subterránea del cableado eléctrico a un costo unitario de 5 mil 500 pesos cada uno, “por si alguien quiere entrarle”, invita.

Sin embargo, todos esos millones, asi sean a fondo perdido, tendrán una permanencia de corto plazo si su aplicación no se rige por las reglas operativas de la promoción social -que brinda herramientas para resolver rezagos de fondo y permanentemente (“no regales pescado, enseña a pescar…”)- y no por los vicios atávicos del pernicioso asistencialismo (paternalismo/populismo) que provoca una masiva y pachorruda fiaca en quienes esperan que gobierno o bienhechores les lleven todo “peladito y a la boca”, meciéndose en poltronas de Concordia y un six a tiro de piedra, sin comprometerse ni siquiera a barrer su banqueta, regar las plantas de la calle o pintar sus fachadas, como era tradición en el pasado reciente.

A “Amadito”, como se le conoce en circulos sociales, pueden criticársele sus “modos”, la arrogancia y estulticia al momento de imponer intervenciones urbanas o proyectos turísticos -como la innecesaria tirolesa-, pero nadie puede regatearle el legítimo amor que tiene por la ciudad. Con todos sus millones, pudo echarse la cola al hombro y ver desde cualquier parte del mundo como se va hundiendo Mazatlán en anarquía, corrupción, incompetencia gubernamental e indolencia de sus habitantes. Contra la opinión de algunos familiares que le recomendaron abandonar la plaza, decidió quedarse a dar la batalla..

Hace unos días su propiedad en el Cerro del Vigía fue pintarrajeada con proclamas de ambientalistas que se oponen a la profanación del ecosistema del Cerro del Crestón. Otros ciudadanos criticaron este acto vandálico -como ocurre con las marchas feministas-, pero a la hora de evaluar los hechos deben ponderarse la causas que lo generanon, entre las que destaca la falta de información oportuna sobre los términos de la concesión del Faro, los compromisos para mitigar el daño ecológico, las responsabilidades oficiales y muchas explicaciones más.

La defensa legítima de un ecosistema o la vida de una mujer, están por encima de daños al mobiliario urbano público o privado, inclusive si son de valor histórico o artístico. Un grafitti se borra, pero ¿cómo se repone la vida de una madre o el hábitat de especies endémicas en peligro de extinción?

Quienes pasamos de los 50 años hicimos lo que pudimos para mantener a raya la anarquía que acecha al puerto desde su fundación. Debo reconocer que hicimos varias cosas bien, pero el balance final no es favorable pues dejaremos a nuestros hijos menos recursos de los que nos entregaron nuestros padres.

Es hora de cambiar de cuacos y jinetes para que las nuevas generación de mazatlecos hagan efectivo su derecho a construir la ciudad en la que quieren vivir y administrar sus recursos como mejor les venga en gana. Ojalá elijan el camino de la participación social organizada desde la que puedan dirimir diferencias y conflictos.

Saludos cordiales

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