Por Miguel Alonso Rivera Bojórquez
El próximo miércoles de ceniza, 14 de febrero, Día del Amor y la Amistad, es el natalicio del director fundador de Fuentes Fidedignas: el recordado amigo periodista Luis Enrique Ramírez Ramos, asesinado en mayo de 2022 siendo columnista activo del periódico El Debate al momento de su muerte.
Comparto una fotografía del recuerdo capturada el 5 de enero de 1987. En la fotografía aparecen de izquierda a derecha Luis Enrique Ramírez Ramos, Laura del Carmen González Bon y Adriana Margarita Ochoa del Toro, todos egresados de la Escuela de Comunicación Social de María Teresa Zazueta y Zazueta, recientemente fallecida.
La última persona de izquierda a derecha es -si no me equivoco- “Lulú” Mendoza, secretaria de Ignacio Lara Herrera, a quien cariñosamente se le recuerda como “Nacho” Lara, coordinador de Comunicación en la administración del gobernador Francisco Labastida Ochoa (1987-1992).
El 1 de enero de ese año había iniciado el sexenio y ese 5 de enero era el cumpleaños 23 de Laura González.
Según notas que escribió en sus redes sociales Luis Enrique, al parecer la fotografía fue tomada en la casa familiar de Laura González, donde su madre doña Laura Bon Morales los consentía y motivaba. Laura esperaba a su hija Laura III “la Peques”, y era un momento de celebración.
El próximo 14 de febrero Luis Enrique cumpliría 61 años de edad. Lamentablemente ya no está con nosotros, pero nos dejó su recuerdo y una sonrisa que perdura por siempre.
Lo conocí en el periódico Noroeste donde fuimos compañeros en el equipo de Trabajos Especiales junto con Elizabeth Valdez Caro. Ahí inició una amistad sólida y con los años volvimos a coincidir en la Ciudad de México con Leonardo Gutiérrez Martínez. Por él luego conocí a Yuriana Díaz Millán. Me di cuenta cómo formaron una familia y un proyecto de vida con Fuentes Fidedignas.
Vi sumarse a este legado a muchas personas, siendo Marissa Palafox una de las que se ha mantenido fiel.
No voy a escribir aquí unas líneas con datos biográficos de Luis Enrique, mucho menos un escrito estilo obituario que termine con las remembranzas de un genio literario y periodístico de una intuición innata que acabó sus días de una forma tan absurda y trágica, privado de su libertad cerca de su propia casa.
Solo diré que admiraba mucho su talento y brillantez, pues era un superdotado.
Al momento de redactar podía ser fulminante y letal, un auténtico demonio que se iba a la yugular, pero también un redactor de fina pluma de extrema caballerosidad con inigualables dotes para el análisis y una gran capacidad para la crónica, el reportaje y la entrevista.
Nos permite reencontrarnos con él en dos libros de enorme valía en el periodismo cultural: La muela del juicio (1994), donde escribe un formidable prólogo Elena Poniatowska donde lo califica cariñosamente como “el reportero metiche” y La ingobernable (2000), producto de sus charlas con la polémica escritora y periodista Elena Garro en Cuernavaca, quien estuvo casada con Octavio Paz, con quien procreó a su hija Laura Helena Paz Garro.
Luis Enrique era un hombre que sabía leer la personalidad ajena, incapaz a veces de resolver sus tormentas personales, amable y cortés, risueño y bromista como un niño y en ocasiones retraído.
Me quedo con las imágenes que conservo en mi mente, al acompañarlo algunas veces a darle de comer a los gatos callejeros y a las palomas.
Fueron muchas las vivencias, las charlas y las aventuras con un alma de contrastes que en la bohemia no podía aplacar el ímpetu de su corazón nocturno.
Pedro Calderón de la Barca nos advirtió hace tiempo: “¿Qué es la vida? Una ilusión, una sombra, una ficción, y el mayor bien es pequeño: que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son”.
Juan Boscán escribió alguna vez: “Quien dice que la ausencia causa olvido merece ser de todos olvidado”. Luis Enrique será siempre recordado porque su ausencia nunca será olvido.