Aquí y Ahora.
Por @carlosreamx
En Sinaloa se ha propagado un mito sobre la relación que los sinaloenses tenemos con los libros. Un divorcio sin consentimiento, sin explicaciones, sin derecho a réplica. Una melodía celosa cantada a una sola voz. Los sinaloenses no leemos porque no nos interesa, murmuran las y los literatos de café, clientes frecuentes de las presentaciones de libros, muchos de ellos instalados en el confort de la burocracia, en el estante del privilegio heredado.
Hace más de un mes un grupo de compañeros tomamos la iniciativa de conformar un club de lectura con el objetivo de promover libros, hacer amigos y ser disciplinados en el hábito. Se integró mayoritariamente por jóvenes, todos estudiantes, no mayores a los 21 años. Las dificultades que presentábamos como comunidad para acudir a las sesiones fueron el transporte, el dinero para adquirir las lecturas, los espacios de reunión y los horarios.
Sobre el transporte, al igual que la gran mayoría de los jóvenes, las personas se trasladan en camión a su escuela o trabajo. La única opción de transporte público en Sinaloa son los camiones urbanos, donde al menos se debe pagar dos veces para ir a un espacio céntrico. Salir de ahí duplicará o triplicará el presupuesto asignado para movilidad. A diferencia de otras ciudades, no contamos con un metro, metrobus o un tren ligero, mucho menos con ciclovías que garanticen una alternativa rápida y económica. El clima caluroso también es factor.
Muchos libros son caros. Para los estudiantes y jóvenes resulta costoso comprar dos o tres libros cada mes. Por ello optamos el atender obras populares, clásicos literarios de México y el mundo. Iniciamos con Los de Abajo de Mario Azuela, que forma parte de la colección de libros que regaló el Fondo de Cultura Económica como estrategia de promoción literaria. Los 21 libros para el 21 incluyen obras de Elena Poniatoska, Elena Garro, Inés Arreondo, Rosario Castellanos, Carlos Monsiváis, Octavio Paz, entre otros.
Otra situación a la que nos enfrentamos fue el espacio para tomar las sesiones. Teniendo en cuenta las dificultades de movilidad y recursos limitados, ser clientes de cafeterías céntricas, con consumo mínimo, representa una restricción para algunas personas. El Instituto Sinaloense de Cultura, a través de la Coordinación de Vinculación, tuvo el solidario gesto de prestarnos su sala de lectura, pero la condición de estudiantes de los compañeros, con horarios quebrados, sumado a los horarios de salida de las burocracias, limitaron la continuidad.
La falta de espacios y programas que propicien la promoción lectora, así como las alternativas al transporte público tradicional son áreas de oportunidad para la administración pública. Hay entusiasmo en adentrarse al mundo literario, esa es una realidad irrefutable. Los esfuerzos desde FCE para generar libros accesibles a sectores populares como la colección Vientos del Pueblo abonan a la democratización de la cultura.
No perder la iniciativa será importante para generar mayor ambientación. En Sinaloa hay lectoras y lectores. Están en la calle, en las colonias, son nuestros compañeros de militancia, los vecinos de la oficina. Hay entusiasmo para leer en comunidad. El ánimo debe mantenerse.
Carlos Rea Reátiga
Lic. en Estudios Internacionales, estudios de Maestría en Gestión y Políticas Públicas, militante de izquierda, asesor legislativo, de órbita propia y libre, columnista en El Soberano.