No hay éxito, solo resistencia

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Ding Liren se coronó recientemente como Campeón Mundial de Ajedrez, venciendo al ruso Nepomniachtchi, en uno de los match más reñidos de la historia. Con ello, por primera vez en más de 200 años que el Ajedrez se juega de forma profesional, China tiene a un Campeón Mundial.

Tras quedar empatados en 7 partidas ganadas por cada uno, hubo tres tablas (o empates), antes de una partida decisiva, en la que Liren obtuvo una pequeñísima ventaja con un peón pasado, lo que significó que, en el transcurso del juego, el chino venciera al ruso.

Lo interesante, es que Liren comenzó perdiendo el Campeonato. Además, nunca fue considerado un jugador que tuviera el nivel de un Kasparov, Karpov o Carlsen. La trayectoria profesional de Liren, no ha sido precisamente, la que se esperaría de una de las estrellas de este juego. El estilo del chino es sencillo, poco arriesgado, técnicamente nada fuera de lo común.

En una entrevista posterior, otorgada al diario El País, Liren recordaría la famosa frase de Albert Camus, el filósofo francés, quien dijera: “Si no puedes ganar, hay que resistir”. Algo identifica y conecta a Liren con Camus, pues ambos crecieron en entornos difíciles, saliendo inclusive de la pobreza y con todas las posibilidades en contra. Esa frase, es tan heroica como precisa.

En su libro “Fooled by Randomness”, Nassim Nicholas Taleb analiza el papel del azar en el desarrollo de una carrera profesional exitosa. Usando un gran número de datos, herramientas estadísticas, evidencia empírica y conceptos filosóficos extraídos de la filosofía griega y oriental, su conclusión es contundente: el éxito es producto del azar, el fracaso es más probable que el éxito y en vez de seguir el camino de los exitosos, deberíamos estudiar las razones del fracaso de quienes no son recordados por la historia. 

Taleb descorazona a toda una generación que ha crecido creyendo en decretos. Le quita la esperanza a los que han creído simplemente en que el Universo conspira a favor de cada individuo para lograr sus propósitos. La verdad es dolorosa: al Universo no le importamos, las reglas de la física cuántica o de la química no piensan en ayudarnos y por más que nos esforcemos, luchemos o gritemos, es mucho más probable que fracasemos en lo que intentamos a que salgamos victoriosos.

Y peor aún, hay otros que nacen con el premio de la lotería genética: cuerpos atléticos que sin lugar a dudas les permitirán obtener medallas de oro con mayor facilidad que otros. Hombres y mujeres que nacieron en países desarrollados, con un sistema de salud de primer nivel, con un sistema educativo que a los 10 años les permite acceder a la posibilidad de aprender cinco idiomas; padres que pueden pagarles estadías largas en el extranjero, acceso a las mejores Universidades del mundo, entre muchas otras cosas.

En sintonía con esta explicación, la Premio Nobel de Economía, Esther Duflo, llegó a una conclusión similar al estudiar la pobreza como fenómeno global: hay poblaciones enteras que simplemente, por no tener acceso a los servicios básicos, a un nivel aceptable de salud pública y a un sistema educativo con mínimas condiciones, están estadísticamente imposibilitados para tener algo más que una vida precaria.

La realidad es áspera y contundente. Con lo anterior, como alguna vez dijo Mario Vargas Llosa, ante esa realidad inevitable, parecería que solo tenemos el camino del lamento hacia nuestra mala fortuna, con la única opción de sentarnos en una banca y esperar a la muerte. Pero, por el contrario, el Premio Nobel de Literatura nos recuerda que es precisamente, lo que no debemos hacer. 

Vargas Llosa recuerda a otro gran escritor, Eduardo Galeano, quien dijera: “La utopía está en el horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. ¿Entonces para qué sirve la utopía? Para eso, sirve para caminar.”

Y, ¿qué es la Utopía? Es precisamente, la necesidad del ser humano por trascender. Vargas Llosa entonces recupera la necesidad del ser humano por descubrir, por salir de las cuevas de un entorno seguro, por pintar en su mente la complejidad del mundo. Lo que movió a nuestros ancestros, no fue la casi nula posibilidad de sobrevivir a un entorno hostil. Fue, que al final, nuestras mentes entendieron que había algo más grande que ellos mismos.

Caminar es lo mismo que resistir. La única verdad es que el éxito tal y como lo hemos visto en la Televisión no existe. No hay un momento en el que seremos totalmente felices, apostando en el mercado de las Criptomonedas y con ganancias multimillonarias, bebiendo un Martini en una isla griega y teniendo como pareja a una persona sumamente atractiva.

Primero, porque lo inevitable en la existencia es la tragedia. Apenas tenemos un poco de estabilidad, el azar entra a nuestras vidas como una fuerza destructora que afecta todo lo que creíamos cierto. Puede suceder una enfermedad, la pérdida de un ser querido, un ciclo laboral que se concluye. Todo lo anterior, con mayor probabilidad que lo contrario: ganarse la lotería, ser ascendido, tener una pareja sentimental para siempre.

Segundo, porque los sistemas sociales en los que nos movemos influyen absolutamente en nuestras probabilidades. Imaginemos a un esclavo afroamericano con talentos increíbles, viviendo en Estados Unidos en la época de la esclavitud. Imaginemos a un migrante mexicano, que salió de una de los pueblos más pobres. Sus posibilidades de ganar el Premio Nobel de Literatura, ser exitosos, es prácticamente nula.

Aún el genio no garantiza nada. La obra del gran dramaturgo francés Moliere fue descubierta 300 años después de su muerte, en un basurero parisino. Las composiciones de Mozart no fueron valoradas sino casi un siglo después de su fallecimiento. Borges nunca ganó el Nobel de Literatura, a pesar de ser uno de los escritores más profundos de la literatura. Edison fracasó 99 veces, perdió financiamiento y amigos, antes de encontrar la bombilla. A Mandela lo encarcelaron 23 años, antes de ser Presidente de Sudáfrica.

Y ante todo esto, ¿qué podemos hacer? Como dijera Camus, resistir. El éxito no es un fin en sí mismo, debe ser, por el contrario, una oportunidad para dar la mano a quienes no pueden alcanzarlo.

Resistir es también ayudar, compartir, crear. Porque es precisamente la suma de probabilidades colectivas las que pueden hacer un mundo distinto. Por eso creo que tener oportunidades, por más pequeñas que sean, es una responsabilidad ante nuestra especie. Enseñar a un niño a leer, dar la mano a una persona para trabajar dignamente, construir empresas que mejoren al mundo, son también, actos de resistencia ante lo inevitable.

Resistir no garantiza el éxito. De hecho, nada lo garantiza. Pero lo que, si nos da, es un halo de dignidad que permanece inquebrantable aún en medio de la tragedia. En la película Rocky I, Rocky Balboa habla de cómo piensa que será su encuentro con Apollo Creed: “sé que no puedo ganarle a un Campeón Mundial, pero no me iré de la pelea solo con unos dólares en la bolsa. Nadie le ha resistido 12 rounds, pero si yo puedo hacerlo, sabré que no habré desperdiciado la oportunidad de mi vida”.

A veces, solo podemos ser Rocky Balboa en la vida. Resistir como dijera Camus y como lo pensó Liren, es darle a la vida la dignidad a la que venimos. Resistir es un acto íntimo de heroísmo, una puerta que abrimos a las próximas generaciones, un eslabón en una escalera infinita de acontecimientos que, en el futuro, dará una pequeñísima ventaja a alguien, como el peón adelantado que hizo que un niño chino se convirtiera en Campeón Mundial de Ajedrez por primera vez, en doscientos años.

Óscar Rivas es Economista, con maestría en Negocios Globales por la Escuela de Negocios Darla Moore de la Universidad de Carolina del Sur. Maestría en Administración de Negocios por el Tecnológico de Monterrey. Egresado del Programa de Georgetown en liderazgo e innovación y del Curso Emerging Leaders de Executive Education de Harvard. Cofundador de Chilakings Sinaloenses. Emprendedor, Maratonista y escritor.

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