La mayoría de los seres humanos no estamos preparados para tomar decisiones racionales con base a evidencias numéricas o estadísticas que respalden la decisión; en su lugar utilizamos historias (propias y ajenas) para fundamentar cualquier decisión que vayamos a tomar. En el caso de la política, las cosas empeoran. Los políticos tienden a negar la realidad; inventar su propio mundo y convencernos de sus tonterías con mentiras (narrativas les llaman ellos).
Haca algunos años, Investigadores de la Universidad de Idaho realizaron una propuesta para reducir el número de accidentes en carreteras de Estados Unidos. En sus conclusiones determinaron que una de las principales causas de accidentes eran las colisiones ocasionadas por venados que se perdían en medio de los caminos. También descubrieron que la población de venados era particularmente alta en ciertas zonas puntuales. El estudio propuso reducir la población de estos animales para controlar los accidentes; sin embargo, decidieron incluir una solución a este problema: la forma más eficiente de controlar la población de venados era introduciendo gatos salvajes. Era una solución económica, ecológica y de equilibrios naturales. Estadísticamente la solución no tenía ninguna crítica. Los resultados eran incontrovertibles, pero había un problema…nadie quería asumir las consecuencias de esa decisión; por eso, nunca se puso en práctica.
Las estadísticas del estudio indicaban que un determinado número de personas morían en accidentes ocasionados por venados al año, incluidos niños. La propuesta de los gatos salvajes para disminuir los venados tenía un problema, los gatos salvajes (gatos monteses, linces, etc) podrían también atacar a niños de la zona. Habría ataques de niños muertos por esos gatos; aún así, los menores muertos por gatos serían 10 veces menores que los niños muertos en accidentes de tráfico. Los políticos desecharon la idea. Los números eran contundentes; si bien, los gatos se comerían a unos cuantos niños, los salvados por accidentes de tráfico hubieran sido mayores.
El ser humano no toma decisiones con números. No estamos preparados para eso. En el caso del ejemplo anterior podemos observar que la pérdida de menores de edad es inevitable, pero una propuesta que reduce considerablemente esa realidad fue ignorada por los temores de una historia en contra de algún político. Morir en un accidente de auto o ser atacado por un gato salvaje son circunstancias propias del azar. Una representa menos muertos que otras, pero las decisiones no se tomaron en función de las estadísticas. Se tomó en función de la narrativa.
Para el caso de nuestro país podríamos utilizar cientos de ejemplos para determinar lo malos que somos para tomar decisiones con bases a variables meramente estadísticas. Para fines didácticos utilizaremos dos ejemplos que, a mi gusto, son los más representativos de vivir en sociedades más inclinadas a aceptar historias bonitas que decisiones sensatas.
En México tenemos dos empresas públicas que tienen años registrando pérdidas: PEMEX y CFE. Ambas empresas son una carga para el erario. PEMEX registra más de 400,000,000 MDP en pérdidas acumuladas los últimos 5 años. De nada ha servido que los precios del petróleo alcanzaran cifras históricas; tampoco funcionó que el gobierno inyectara millonarios subsidios para mantener a flote la paraestatal petrolera. Poco o nada sirve que tengamos una evidencia numérica sobre la inutilidad de mantener un organismo que cuesta a los mexicanos mucho más de lo que se robaron en el huachicol; sin embargo, la historia que nos contaron en los libros de la SEP hace que cualquier decisión sensata sea cambiada por sentimentalismos ramplones. Los mexicanos estaríamos mejor liquidando PEMEX y abriendo una empresa nueva del Estado encargada del sector petróleo, pero no. Preferimos seguir manteniendo el nombre de PEMEX por meras razones sentimentales. Odiamos los números porque se meten con nuestros sentimientos.
El caso de la CFE es parecido. Los estados financieros muestran que esa empresa está muy lejos de ser autosustentable. El gobierno podría destinar directamente a los ciudadanos la enorme cantidad de dinero que se inyecta en la “empresa de clase mundial”. Si lo que se busca es mantener bajos los precios de la electricidad. Un subsidio universal nos costaría mucho menos que mantener a la CFE; de nuevo, el sentimentalismo se termina por imponer a los números. Preferimos el cuento a la realidad fría de los dígitos.
Tomar decisiones no es fácil; aceptar consecuencias de las mismas, todavía es peor. Los políticos no están preparados para aceptar las consecuencias. Casi cualquier profesión utiliza la realidad numérica para decidir que hacer; por desgracia, en nuestros temas públicos, la respuesta sensata casi siempre será la última a elegir, ¿Usted qué opina, amable lector? ¿Prefiere que los niños mueran en accidentes de tráfico o se anima a meter gatos salvajes al entorno?