El 21 de diciembre de 1991 se disolvió la URSS, tras un prolongado proceso de descomposición interna que tuvo en la Perestroika uno de sus momentos decisivos. Aquel experimento histórico fue también el resultado de profundos conflictos heredados: desde los esfuerzos de los siervos de Rusia frente a las monarquías europeas, hasta una lucha titánica que precipitó la Segunda Guerra Mundial y que, pese a su caída, no permitió el regreso pleno del totalitarismo nazi de corte imperial.
Para el año 2000, con la consolidación del neoliberalismo como modelo dominante, esa fase imperial se enfrentó a una lucha decidida del nacionalismo latinoamericano, con Venezuela a la cabeza. Se abrió entonces un nuevo ciclo de confrontación en dos vertientes: por un lado, una crítica desde la lucha de clases; por otro, una corriente identitaria vinculada a los llamados gobiernos progresistas.
Hoy, ese ciclo progresista se encuentra en franco declive, mientras que la visión extremista del conservadurismo, el nazismo y el nacionalismo de corte imperial vuelve a expresarse con fuerza en Europa y en antiguos países coloniales como Estados Unidos, en el contexto del agotamiento del neoliberalismo.
La bandera roja del comunismo comienza a resurgir, mientras que los progresismos timoratos —al igual que la socialdemocracia tradicional— parecen conformarse con seguir el juego del capital, limitándose a administrar el descontento y la miseria sin cuestionar ni derrotar al sistema.
¿Es posible un nuevo ensayo comunista en el mundo? Definitivamente sí, pero no será por la vía de la alternancia. El imperio no está dispuesto a abandonar el viejo colonialismo ni a ceder su lugar ante el avance de la democracia popular directa y el ocaso de la democracia liberal, que aún encuentra contención en las federaciones y las monarquías, respaldo histórico de las oligarquías frente a los pueblos.
La Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas implosionó: nadie la derrotó desde fuera. Fue la corrupción y los anhelos imperiales de la burocracia soviética lo que terminó ahogando a los pueblos. Lo que presenciamos en la década de 1990 fue un profundo hartazgo social ante los agravios acumulados, no una derrota militar o política clásica.




