Un gesto de trascendencia universitaria y moral: El reciente anuncio del pago total del adeudo que la Universidad Autónoma de Sinaloa (UAS) mantenía con el Servicio de Administración Tributaria (SAT) marca un hecho de enorme trascendencia, no solo en términos financieros, sino también políticos, sociales y morales.
El gobernador Rubén Rocha Moya, al concluir este compromiso histórico, no solo salda una deuda heredada, sino que reafirma su identidad más profunda: la de un universitario y maestro que entiende que el fortalecimiento de la educación pública es el camino más sólido hacia el desarrollo y la justicia social.
Pocos actos de gobierno reflejan con tanta claridad la convicción humanista de un servidor público. Rocha Moya no actuó desde la conveniencia política ni en busca de aplausos; lo hizo desde la responsabilidad moral de quien conoce, desde sus raíces académicas, el valor de preservar el patrimonio educativo de los sinaloenses. En su gesto se funden la memoria del rector que fue, el compromiso del maestro que sigue siendo y la visión del gobernador que piensa en las generaciones venideras.
La Universidad Autónoma de Sinaloa vive hoy un proceso de reingeniería y saneamiento financiero, que más allá de los números, representa una oportunidad de transformación institucional. Y en ese proceso, el respaldo del Gobierno del Estado no solo aligera una carga económica, sino que infunde confianza, abre horizontes y reafirma la alianza entre el conocimiento y el desarrollo social.
Este acto de gobierno, silencioso pero contundente, debería ocupar un lugar destacado en la historia contemporánea de Sinaloa. Porque detrás del pago de 2 mil 901 millones de pesos se encuentra una convicción profunda: la educación no se abandona, se defiende y se fortalece.
Rubén Rocha Moya, más que cumplir con una obligación administrativa, ha honrado su origen universitario. Ha tendido la mano al actual rector Jesús Madueña Molina y, más allá de cualquier diferencia política, ha elegido el camino de la reconciliación, del apoyo institucional y del bien común.
En tiempos donde la política suele confundirse con el protagonismo, este acto revela la ética de un humanista en el poder, que entiende que el futuro de Sinaloa depende, ante todo, de sus jóvenes y de una universidad sólida, libre y responsable.
Porque en cada aula saneada, en cada maestro respaldado y en cada estudiante que mira con esperanza el porvenir, se refleja el verdadero legado de este gesto: un acto de justicia educativa, un tributo a la universidad pública y una lección de congruencia para la historia.




