Del 10 al 16 de noviembre, Culiacán hará algo que a veces parece imposible en medio del ruido, el vértigo y la aspereza cotidiana: respirar. Y respirar por la palabra. Por el libro. Por la conversación. Por la imaginación.
La Feria Internacional del Libro Culiacán 2025 llega como un gesto de luz en una ciudad que carga días difíciles, tensiones políticas, memorias duras y una historia que muchas veces nos duele. Sin embargo, también somos esto: una ciudad que lee, que piensa, que discute, que crea. Una ciudad que se reconoce en la cultura como lugar de encuentro y no de ruptura.
Más de 170 escritoras, escritores, académicos, periodistas, artistas, maestras y mediadores estarán aquí. Ocho invitados internacionales. Siete foros para niñas, niños, jóvenes y familias. Calles, plazas, librerías, escuelas y teatros convertidos en estaciones de pensamiento.
La FIL no es solo un programa: es una respiración colectiva.
El alcalde Juan de Dios Gámez Mendívil lo dijo con atino: la feria no pertenece al gobierno en turno, sino a la ciudad. Y tiene razón.
Una feria del libro no se inaugura: se enraíza. No se presume: se vive. No se organiza para la foto, sino para la memoria.
Porque lo que ocurre alrededor de los libros siempre va más lejos que la agenda cultural: es formación de sensibilidad, es comunidad, es pensamiento crítico, es identidad. Y sobre todo, es futuro.
En una ciudad donde tantas veces se nos narra desde la violencia, los libros abren otro relato. Y no uno ingenuo—nadie en Culiacán desconoce la realidad—sino uno profundo: el relato de quienes hacen preguntas, entienden, interpretan, imaginan y no se rinden.
Por eso la frase de Gabriel García Márquez resuena como himno: “La cultura es la única forma de riqueza que los tiranos no pueden arrebatar.”
La cultura no es un lujo ni una actividad decorativa. La cultura es defensa. La cultura es trinchera. La cultura es lo que nos salva de aceptarlo todo como destino.
Una feria del libro es un acto político —en el sentido más limpio y humano de la política: construir lo común.
Leer es formar criterio. Escuchar es aprender del otro. Compartir una mesa es reconocer que lo público existe. Que nos necesitamos. Que no estamos solos.
En los pasillos de la FIL, los niños hoy cargan títulos que mañana pueden convertirse en vocaciones. Las y los jóvenes encuentran palabras que los nombran cuando nadie más lo hace. Las familias se sientan en círculo a leer, como si hicieran fuego en medio del viento. Y los adultos, nosotros, recordamos que pensar todavía es posible.
Durante estos días, Culiacán no será trending por lo de siempre, sino por algo distinto y profundo: se convierte en la capital de la lectura en México.
No porque sea la ciudad que más libros vende, ni la que presume índices perfectos.
Sino porque aquí, hoy, se defiende la palabra como se defiende la vida: a contracorriente y con esperanza.
La FIL es una casa abierta. Una plaza. Una mesa larga donde todos caben. Y esa es la victoria.
Que la ciudad respire cultura. Que la conversación venza al silencio. Que la imaginación abra puertas que la violencia intenta cerrar. Que nadie pueda arrebatarnos aquello que pensamos, sentimos, soñamos.
Nos vemos entre los libros. Allí donde comienza lo posible.





