Los cambios en el gobierno no son, por sí mismos, garantía de transformación. Son apenas el gesto inicial de un proceso que solo cobra sentido si se traduce en una mejora perceptible en la vida de las personas.
Esta semana, el Ayuntamiento de Culiacán dio un paso en esa dirección al anunciar los primeros tres movimientos en su gabinete, un ajuste que ocurre apenas una semana después de la reconfiguración en el Gobierno del Estado. Más que una coincidencia, el timing revela una lectura del momento: se abre un nuevo ciclo político y, con él, la necesidad de reacomodar estrategias, estilos y prioridades.
La llegada de Itzel Estolano a la Secretaría de Bienestar, de Jaír Flores Téllez a Comunicación Social y de Adalay Montoya Castro al Área de Gestiones de Presidencia no es menor. Son áreas que, si funcionan bien, definen el pulso de la relación del Ayuntamiento con la ciudadanía: cómo se escucha, cómo se responde, cómo se gestiona. Es decir, cómo se gobierna en la práctica diaria de la calle, las colonias y los sectores.
El propio alcalde Juan de Dios Gámez lo sostuvo: estos son solo los primeros tres movimientos de una evaluación continua. Una administración que se evalúa a sí misma, que observa lo que avanza y lo que se estanca, tiene al menos una intención clara: mejorar. Ese es un punto de partida valioso, aunque no suficiente.
Culiacán es una ciudad donde la política se mira, se mide y se siente. No bastan los diagnósticos ni los discursos: la gente observa si el trámite se agiliza, si la calle se atiende, si el funcionario escucha. En ese nivel se valida o se desvanece cualquier promesa.
Por ello, más allá de nombres, cargos o trayectorias, lo que está en juego es algo más profundo: la capacidad de la administración municipal para pasar de la gestión de oficina a la gestión humana; de la comunicación institucional a la comunicación cercana; del asistencialismo a las políticas que transforman realidades.
Si estos cambios representan un ejercicio genuino de gestión de calidad —como en cualquier sistema profesional: medir, evaluar y mejorar—, entonces se trata de una señal positiva. Si, en cambio, se quedan solo en reacomodos de coyuntura o en lógicas de grupo, perderán sentido tan pronto como se anuncien.
Es legítimo que existan miradas críticas; la política requiere vigilancia ciudadana. Pero también es justo reconocer cuando hay intención de corregir rumbo, fortalecer vínculos y replantear prioridades. Ojalá estos movimientos no sean únicamente un ajuste administrativo, sino una invitación a gobernar con mayor cercanía, sensibilidad y eficacia.
Culiacán no necesita discursos perfectos: necesita resultados visibles. Si los cambios abren la puerta a ello, valdrá la pena haber movido las piezas. Y si no, la ciudadanía —que siempre observa— sabrá decirlo.
Por ahora, lo deseable es lo razonable: que estos cambios mejoren la ciudad que todos habitamos y compartimos.


                                    

