50 años del huracán Olivia: aprendimos nada

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“Mazatlán es como un viejo boxeador que sube al ring anémico y sin estrategia. El cambio climático lo espera del otro lado del cuadrilátero para propinarle un knockout mortal”. MM

Hemos recibido muchas felicitaciones por la cobertura especial “Cuando el destino nos alcance, Huracán Mario #5, publicada durante 3 días consecutivos a partir del domingo 19 de octubre.

Hay que decirlo, también cayeron algunas críticas. Nos acusan de meter miedo, de buscar likes con el estruendo del desastre. Y, mire usted, no les falta razón: a veces hay que meter miedo para que una sociedad modorra despierte.

Porque a medio siglo del huracán Olivia —aquel que en la madrugada del 25 de octubre de 1975 azotó a Mazatlán con categoría 3 y lo puso de rodillas— ni la sociedad ni los gobiernos aprendieron nada.

Durante cinco décadas se ha preferido el olvido a la prevención, la especulación inmobiliaria al orden urbano, y el discurso triunfalista al dato duro. Hoy, Mazatlán sigue siendo un puerto hermoso, pero extremadamente vulnerable.

Hace unos meses, la organización Conselva, Costas y Comunidades presentó el estudio que la Fundación Río Arronte realizó sobre el nivel de vulnerabilidad del puerto ante el cambio climático. De ahí partimos para construir nuestro reportaje: un modelaje que proyecta el impacto que tendría un huracán categoría 5, como el Otis de Acapulco, sobre la ciudad.

El resultado es brutal: si Mazatlán recibiera un golpe así dentro de los próximos dos años, desaparecería del mapa nacional e internacional por al menos ocho años. Ocho!

El costo aproximado de reconstrucción sería de 1.65 billones de pesos, y eso sin contar las pérdidas por el paro total de los motores económicos del puerto: turismo, comercio, pesca, servicios, y una pizca de agricultura y ganadería. La cuenta real sería mucho mayor.

Sí: metimos miedo. Pero el miedo, bien dirigido, es un acto de responsabilidad. Los periodistas no estamos para arrullar conciencias sino para agitarlas.

De las autoridades, poco se puede esperar: sus prioridades son la rentabilidad política inmediata, el enriquecimiento ilícito o, en el mejor de los casos, la sobrevivencia electoral. Por eso, la verdadera respuesta debe venir de los ciudadanos, de quienes todavía aman esta ciudad de mar y luz, donde hasta ahora la vida se pasa sin llorar… Pero no hay estudio científico que asegure que jamás nos lastimará un ciclón y mucho menos que nunca lloraremos al ver postrada a La Perla del Pacífico.

Mazatlán es hoy como un viejo boxeador que sube al ring anémico, con reflejos gastados, enfermo y sin entrenador. Enfrente tiene a un rival joven, fuerte, rápido y letal: el cambio climático. Si el viejo no se prepara, el nocaut será fulminante y casi mortal. Pero si entrena, se alimenta bien, desarrolla una buena estrategia de combate y sube con voluntad, la madriza puede ser menor o por lo menos soportable.

Esa preparación empieza en lo pequeño:

Mazatlán tiene 13 arroyos, convertidos hoy en basureros y drenajes clandestinos. ¿No habrá 13 empresarios con la visión suficiente para adoptar uno de ellos y convertirlo en un jardín de infiltración, un pulmón verde, un escudo natural contra las lluvias torrenciales? No es utopía: es cuestión de voluntad.O, ¿no habrá ciudadanos que aporten a Conselva desde 100 pesos para restaurar la erosionada cuenca del Río Presidio?

El huracán Olivia nos enseñó —o debió hacerlo— que la memoria salva vidas. Pero medio siglo después, seguimos repitiendo los mismos errores: construir sobre el cauce, tapar drenes, deforestar laderas, ignorar alertas.

Cuando el destino nos alcance —porque nos alcanzará algún día — no podremos decir que nadie lo advirtió.

Vean, si no lo han hecho, la emisión de La Tertulia del martes 22 de octubre: tres periodistas veteranos compartimos nuestras historias personales de aquella madrugada de furia en la que Mazatlán conoció su fragilidad.

Cincuenta años después, la pregunta es la misma: ¿aprendimos algo?

Por lo visto, nada.

Saludos cordiales

MM

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