Al leer Conversaciones en la Penumbra, me descubrí no como un simple lector, sino como un cómplice en la intimidad de un lazo profundo. Horacio de Jesús Malcampo Moreno no solo escribió un libro: levantó un altar en el silencio, un espacio donde la voz de su padre, Horacio Malcampo de Dios, sigue resonando más allá de la vida y el tiempo.
La obra se siente como un desahogo que trasciende lo biográfico. Escribir —me atrevo a decir— fue para el autor un acto de resistencia contra la ausencia, un modo de seguir dialogando con esa figura que en vida fue guía, psicoterapeuta, maestro y, sobre todo, padre amoroso. Lo conmovedor es que no lo hace desde la nostalgia fácil ni desde la resignación, sino desde una lucidez poética que convierte al duelo en revelación.
En esas páginas, la penumbra no es oscuridad, sino un territorio donde la conciencia se dilata, donde las preguntas más hondas —el miedo, el sentido, el propósito, la finitud— se vuelven carne. Y mientras el narrador dialoga con esa presencia inasible, uno como lector siente que asiste al eco de las enseñanzas del propio Horacio Malcampo de Dios: el hombre que predicaba que el desarrollo humano es revolución, que practicaba terapias que parecían imposibles pero que nacían todas de un mismo origen: la esperanza de sanar al ser humano desde su raíz más profunda.
Me impresionó la simetría: el padre, en vida, había hecho de la psicología un acto de amor; el hijo, en la escritura, transforma la memoria en un puente para que esa voz paterna nunca se apague. La dedicatoria lo resume: “Tu voz resuena en mi silencio, tu ejemplo guía cada palabra que escribo”. Así, cada conversación con la sombra es también una conversación con su padre, un modo de continuar ese aprendizaje interminable.
Confieso que, al cerrar el libro, no tuve la sensación de haber leído una despedida, sino una prolongación. Como lector íntimo, me llevé la certeza de que Horacio Malcampo de Dios vive no solo en sus alumnos, en sus pacientes, en sus libros, sino también en este testimonio donde la literatura se convierte en terapia y la terapia en legado.
Porque Conversaciones en la Penumbra no es solo una novela: es una ceremonia íntima donde la palabra adquiere la fuerza de la confesión y el eco del rezo. En sus nueve diálogos —la presencia, el propósito, el miedo, el dolor, el perdón, el amor, la muerte, el umbral, el olvido y la libertad— se traza un mapa de la condición humana, un itinerario hacia lo más hondo de la existencia. Allí donde el miedo deja de ser verdugo para volverse maestro, donde el dolor revela la persistencia de la vida, y donde el perdón se abre como una grieta luminosa en el muro de la memoria.
En ese tránsito, el hijo no solo honra al padre, sino que nos ofrece a todos una lección: que el diálogo con los muertos no es imposible, porque mientras haya palabra, habrá presencia. La penumbra, lejos de ser clausura, es el umbral de la revelación.
Conversaciones en la Penumbra es, así, un libro que no termina al cerrarse: acompaña, interroga, reconcilia. Y lo más valioso, quizá, es que nos recuerda que la memoria no es un refugio estático, sino un puente vivo. Un puente que Horacio de Jesús Malcampo Moreno construyó para seguir conversando con su padre… y para invitarnos a todos a cruzarlo.
Lo que permanece, después de la última página, no es la historia, sino la resonancia: el eco de un diálogo que nos recuerda que el miedo puede volverse maestro, que el dolor también es persistencia de vida y que el perdón abre grietas de luz en la muralla del recuerdo.
El lector no asiste al cierre de un ciclo, sino al inicio de un tránsito. Porque en la penumbra no hay clausura: hay revelación, hay compañía, hay regreso.