CFE: entre la modernización digital y el malestar social

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La Comisión Federal de Electricidad atraviesa uno de los momentos más oscuros de su historia. Mientras desde el discurso oficial se habla de “modernización digital” con la instalación de medidores inteligentes de fibra óptica, en la realidad de los hogares sinaloenses y mexicanos la CFE se ha convertido en una empresa del malestar, no del bienestar. Lo que debería ser un paso hacia la eficiencia tecnológica se ha transformado en un calvario cotidiano: recibos que se duplican de inmediato tras el cambio de medidor, apagones cada vez más frecuentes y prolongados, y un servicio que deja a miles de familias en la indefensión.
En Sinaloa, los apagones ya no se cuentan por minutos, sino por días enteros. En Juan José Ríos, familias de la calle 7 cumplieron tres días sin electricidad, con adultos mayores viviendo bajo temperaturas extremas, obligados a soportar moscos, calor y desvelos. En Palmillas, sindicatura de Escuinapa, la gente pasó más de 30 horas sin energía eléctrica, en medio de la desesperación por el calor, la incomunicación y la pérdida de alimentos que se echaron a perder sin refrigeración. En Culiacán, colonias enteras sufrieron 19 horas sin servicio, un verdadero calvario urbano que paralizó a cientos de hogares. La ausencia de electricidad en pleno verano sinaloense, con temperaturas que superan los 40 grados, no es una simple falla técnica: es un atentado a la salud pública. Mantener a comunidades enteras sin energía durante días debe considerarse un crimen de lesa humanidad.
Pero el malestar no solo está en los usuarios. También dentro de la propia CFE se escuchan voces de dolor. Una exempleada jubilada confiesa con pesar: “Veo con tristeza sus quejas contra mi amada CFE. Que no es la misma desde el pasado y el actual sexenio federal. Lamentablemente, no sólo hay falta de recursos y amenazas externas, sino acoso laboral extremo hacia el personal de confianza. Si les contara detalles tal vez no lo creerían. La CFE la convirtieron en caja chica del gobierno. Y lo que menos les importa es la opinión pública. Me faltó decir que la palabra bienestar, tan hermosa que es, hoy se usa como un eslogan político. Y el bienestar está más lejos que nunca de los que menos tienen. Sólo quien no quiere ver, no lo ve”. Su testimonio revela una verdad incómoda: la crisis de la CFE no es solo técnica, es institucional y ética.
Mientras los transformadores revientan y las comunidades se quedan a oscuras durante días, la empresa estatal presume modernización digital. Pero en lugar de invertir en mantenimiento de la red eléctrica, instala medidores digitales que sustituyen a los viejos análogos y que, en la práctica, duplican o triplican los recibos de inmediato. Usuarios lo denuncian con impotencia: “de 2,400 a 4,987 pesos”, “nosotros no nos equivocamos”, “es inútil reclamar”. La precisión de los nuevos medidores no significa eficiencia, sino un castigo directo a la economía familiar.
La CFE, que en el discurso presidencial se defiende como “empresa del pueblo”, hoy es vista por muchos como el rostro más cruel de la burocracia: déspota en el trato, indolente en las fallas, implacable en los cobros. No distingue ideologías ni partidos; golpea a todos por igual. Cada apagón y cada recibo inflado se convierten en recordatorio de que la llamada modernización no trajo bienestar, sino agravios. Y el riesgo es mayor: si la empresa que simboliza al Estado mexicano se percibe como abusiva e insensible, la crisis de legitimidad trasciende a la propia narrativa de la Cuarta Transformación.
La energía eléctrica no es lujo ni comodidad; en Sinaloa es cuestión de vida o muerte. Cuando el calor aprieta y los ventiladores no giran, cuando los alimentos se pudren y los adultos mayores se asfixian en casas sin corriente, lo que se quiebra no es un transformador: es la confianza social. La CFE está atrapada entre dos discursos: el de la modernización tecnológica y el de una realidad de apagones, cobros desproporcionados y abandono. Y mientras no haya inversión real en mantenimiento, transparencia en tarifas y trato digno al ciudadano, el malestar seguirá creciendo.
Porque, aunque la CFE insista en que “nosotros no nos equivocamos”, el pueblo tampoco.

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