La vida sindical del STASAC siempre había presumido una certidumbre casi ritual: las asambleas eran espacios de discusión seria, de debate franco, de defensa de derechos y de construcción de acuerdos. Medio siglo de historia había consolidado ese espíritu. Pero lo ocurrido en la reciente asamblea no solo rompió con esa tradición, sino que dejó una marca de ambigüedad y retroceso que hoy mantiene al gremio confundido y profundamente preocupado.
Manuel Espinoza, voz crítica y referente sindical, no duda en señalar lo ocurrido como una farsa. Para él, la conducción de Julio Duarte no solo es un error estratégico, sino una traición directa al espíritu del STASAC. Y no lo dice a la ligera: nunca —insiste— en cincuenta años de vida sindical se había dado un aumento salarial bajo un esquema tabulado, y menos aún proveniente del mismo dirigente que tiempo atrás fue quien inició los incrementos escalonados. El contraste es brutal y, para muchos, imperdonable.
“Una parte para el 01 y otra para el 02”, explican. Una división que más que ajustar criterios laborales, parece instaurar una mecánica que fragmenta, que confunde, que diluye el sentido de igualdad que históricamente ha defendido el sindicato. Por eso se encienden las alarmas: si hoy se permite una tabulación disfrazada de progreso, mañana pudiera normalizarse como una política regresiva que afecte a las bases.
Manuel lo resume con claridad: “Eso no lo podemos permitir”.
Las acusaciones son directas. Afirman que Julio Duarte actuó con artimañas, que impuso decisiones sin consenso y que su proceder exhibe un desdén evidente por la historia y el corazón del STASAC. La palabra es dura pero certera: atroz. Así califican su manera de conducir, una forma que para el gremio revela falta de cariño por el sindicato y que, lejos de unir, provoca ruptura. Por eso la promesa se vuelve consigna: en 2026 será desterrado, porque —aseguran— su estilo es inhumano y su pliego petitorio, enredado y falso.
Pero quizás la escena más simbólica ocurrió durante la asamblea. Aquello que debía ser un espacio solemne terminó convertido en una verbena, en un espectáculo ruidoso y estridente. Matracas, cornetas, grupos vestidos de amarillo animando un ambiente que para muchos parecía más un mitin montado que una reunión sindical legítima. El amarillo, dicen, no fue casual: en la narrativa política, histórica y gremial, representa la traición. Y ahí estaba Julio, envuelto precisamente en ese color.
Del otro lado, Manuel, con camisa blanca, símbolo de pureza, transparencia y lucha limpia. La imagen es potente: dos colores que se enfrentan, dos visiones del sindicato, dos caminos para el futuro.
Los gritos de la multitud lo confirmaron:
“¡Fuera, fuera, fuera!”
“¡Stasac, Stasac, Stasac!”
El eco de esas voces no fue solo protesta, fue memoria. Fue un recordatorio de que el STASAC no nació para someterse a decisiones unilaterales ni para soportar atropellos disfrazados de procesos democráticos. Fue un llamado a recuperar la esencia, a no dejar que las artimañas tomen el lugar de la participación, y a defender un sindicalismo que respete a sus trabajadores.
Porque, al final, lo que está en juego no es un aumento tabulado ni un color en la vestimenta: es el futuro mismo del STASAC y su capacidad de ser fiel a su historia. Y en esa batalla —como lo dejaron claro— el gremio está dispuesto a luchar.




