A veces vale la pena volver atrás. No para quedarse allí, sino para recordar de qué está hecha la raíz. Recientemente encontré uno de los primeros videos que subí a LogoCómic: una pieza sencilla, grabada en 2017, donde hablo de Julio Verne y de su legado para la ciencia ficción moderna. Apenas 73 visualizaciones. Una cámara modesta. Un niño explicando con emoción lo que amaba.
Y, sin embargo, ahí está todo.
Verne fue el escritor que entendió que el futuro no se predice: se imagina. Fue el hombre que diseñó submarinos antes de que existieran, que soñó viajes a la luna un siglo antes de que fueran posibles, que convirtió la literatura en ingeniería de mundos.
Pero también fue un hombre que, como algunos de nosotros, estudió matemáticas.
Esa coincidencia, que podría parecer anecdótica, terminó siendo un puente personal: descubrí que la imaginación también es estructura, proporción, lógica y salto al vacío. Que soñar no es una huida, sino una construcción.
Cuando grabé aquel video, yo no sabía todavía que LogoCómic se convertiría en una especie de trinchera cultural, un espacio para leer, conversar, explicar, acercar la cultura a quien quisiera acompañarla. No sabía que ese pequeño gesto —hablar de Verne frente a una cámara— era también una declaración de sentido: creer que la cultura puede ser compartida, que puede tocar, que puede cambiar.
Porque lo que sigue sosteniendo a LogoCómic no es la producción, la edición o la técnica.
Es la convicción de que la palabra tiene todavía el poder de abrir ventanas.
Y eso importa aún más en un país —en una ciudad— donde muchas veces la realidad se cierra sobre nosotros como un cielo bajo.
Donde pareciera que lo urgente devora lo importante.
Donde hablar de libros, arte, ciencia o historia puede sonar “innecesario” para quienes confunden sobrevivir con vivir.
Por eso revisitar ese video no es un ejercicio de nostalgia: es un recordatorio de misión.
Julio Verne imaginó lo que aún no existía.
LogoCómic intenta algo parecido: imaginar una conversación pública donde la cultura sea puente y no adorno, donde el conocimiento sea abrazo y no élite.
En tiempos donde la velocidad todo lo arrasa, detenerse a pensar, a leer, a conversar, es casi un acto político.
No un acto partidista, sino profundamente humano.
Verne escribió una vez: “Todo lo que una persona puede imaginar, otra lo puede hacer realidad.”
Ahí está el centro de todo.
Ahí está la razón por la que seguimos.
Por eso comparto ese video antiguo, imperfecto, honesto.
Porque recordarnos de dónde venimos nos ayuda a decidir hacia dónde vamos.
Porque no hay proyecto cultural que no tenga una chispa inicial.
Porque la imaginación, cuando es verdadera, no se extingue: solo cambia de forma.
Y porque aún quedan viajes por hacer.





