Martha Yolanda Dagnino Camacho nació el 30 de mayo de 1958 y fue criada en El Burrión, una comunidad de Guasave donde la tierra, el trabajo y la convivencia marcan el ritmo de la vida.
Creció en un entorno sencillo, rodeada de gente humilde y trabajadora, que encontraba en el esfuerzo diario la dignidad para sostener a sus familias. Ese origen, profundamente enraizado en el pueblo, moldearía para siempre su carácter, su manera de entender la vida y su futuro sentido del servicio.
Su madre, Ignacia Camacho Ruelas, nacida en 1935, fue una mujer laboriosa, centro de un hogar lleno de cariño y firmeza. Su padre, Ramón Dagnino Angulo, conocido como “El Tara” y nacido en 1916, era un hombre de espíritu libre y corazón apasionado, un enamorado empedernido cuya fuerza y carácter dejaron una marca imborrable en su hija.
De él heredó la valentía y la determinación, así como la memoria de un hogar amplio y diverso, pues tuvo veintitrés hijos con distintas mujeres, todas reconocidas por su belleza y su fuerza.
De él heredó el coraje, la firmeza ante la adversidad y una particular presencia que dejaba memoria en quienes la conocían.
En la comunidad, muchas personas aún recuerdan anécdotas y episodios que la retratan como una mujer valiente, impulsiva, pero noble, capaz de defenderse sin temor y también de generar afecto duradero.
Desde temprana edad se desenvolvió en ambientes donde la palabra y el cuerpo tenían que sostenerse con decisión. Sabía lo que era trabajar en la ladrillera, cargar pajoso, convivir en la calle y aprender a responder con dignidad cuando la vida la ponía a prueba. No le intimidaban los desafíos: sabía enfrentarlos con temple y con esa mezcla de espontaneidad y carácter que la hicieron respetada.
A los diez años comenzó a trabajar en un cine que su padre poseía en El Pitahayal. Allí se encargaba de la limpieza, barría las instalaciones y también preparaba y vendía palomitas, aprendiendo desde pequeña el valor del esfuerzo y la responsabilidad.
En su juventud se destacó como campeona goleadora en todos los torneos de fútbol femenil que se realizaron en Guasave, y además participó en un campeonato nacional en Colima, representando a Gómez Palacio como jugadora de refuerzo.
Su familia administró el restaurante Minerva durante más de veinte años, ubicado a la orilla de la carretera.
Además, emprendió negocios propios, entre ellos una blockera y una ladrillera, y se involucró activamente en el trabajo del campo, donde adquirió un profundo entendimiento de la realidad social de su gente. Ese contacto directo con la precariedad, el esfuerzo cotidiano y el sufrimiento ajeno le enseñó que la verdadera grandeza reside en el servicio y la solidaridad.
Con el paso del tiempo estudió leyes y ejerció como litigante. Comprendió que la pobreza no solo es falta de recursos, sino una batalla constante por sobrevivir con dignidad.
Fue esa vocación por ayudar lo que la acercó a la política, no como ambición personal, sino como una responsabilidad. Cuando le propusieron participar como candidata a la sindicatura, aceptó sin tener experiencia en ese terreno. Competía contra seis contendientes y resultó electa.
Su administración se caracterizó por el orden, la disciplina y, sobre todo, por el respeto a las personas. No permitió abusos, ni de autoridades ni de particulares. Su actuación dejó huella en la comunidad, y muchas personas expresaron entonces que desearían tenerla como síndica en sus propios pueblos.
Más tarde, su labor social la llevó a colaborar en áreas de asistencia y desarrollo comunitario.
A pesar de enfrentarse a obstáculos políticos y a momentos difíciles que pusieron a prueba su fortaleza, nunca abandonó sus valores. Sostuvo su vida y de la mano de su pareja, la de su hijo, con trabajo honrado. Su hijo, formado bajo los principios de humildad y esfuerzo, estudió mecatrónica y construyó una carrera sólida y exitosa, reflejando en su propio camino la enseñanza y el ejemplo de su familia.
Con el tiempo, su trayectoria en el servicio público se consolidó más allá de la sindicatura. Su vocación por estar cerca de la gente y atender las necesidades más urgentes la llevó a desempeñar distintos cargos dentro de la administración municipal y estatal, siendo regidora y funcionaria, donde reforzó su compromiso con el desarrollo social y la gestión comunitaria.
No buscó la política como plataforma de prestigio, sino como un medio para dar respuesta a problemas cotidianos: la falta de empleo, el acceso a servicios básicos, el apoyo a madres trabajadoras y a familias que luchan por salir adelante. Su trabajo destacó por la cercanía y la convicción de que la autoridad no debe estar detrás de un escritorio, sino caminando entre la gente, escuchándola y acompañándola.
Ese camino, construido desde abajo y sin concesiones a la comodidad, la llevó a ocupar una curul en el Congreso del Estado en la Sexagésima Quinta Legislatura.
Como diputada, se ha distinguido por su presencia firme y su discurso claro, siempre orientado a la justicia social y a la defensa de los derechos de quienes históricamente han sido ignorados.
No utiliza la tribuna para lucirse, sino para alzar la voz de campesinos, obreros, mujeres jefas de familia, jóvenes que buscan oportunidades y comunidades que han cargado por generaciones con la desigualdad.
Su labor legislativa se ha caracterizado por la gestión constante, por tocar puertas, por no dar descanso a la causa de la gente que trabaja silenciosamente para sostener a Sinaloa.
Su lucha ha sido permanente, pero tiene un epicentro afectivo y moral: Guasave y sus comunidades rurales. Allí están las raíces que explican su vocación y su sentido de justicia.
Para ella, cada logro, cada programa gestionado, cada recurso invertido, tiene nombre y rostro. Son las mujeres que se levantan antes de que amanezca, los jóvenes que sueñan con estudiar, los hombres que trabajan la tierra con las manos agrietadas. Su causa es esa gente que pocas veces aparece en discursos oficiales, pero que sostiene la vida de la región.
Hoy, su caminar político se reconoce por la coherencia entre su origen y su actuar. Su voz representa a los humildes, a los que luchan para vivir con dignidad, a los que no se rinden. Su historia, lejos de la soberbia o la distancia del poder, es la de una mujer de combate que hizo de la política un servicio real, cercano y profundamente humano.
Lo más grande en la vida de Martha Yolanda Dagnino Camacho ha sido siempre la satisfacción de servir. Desde sus primeros años en El Burrión hasta su trayectoria como funcionaria y diputada, encontró en la atención a las necesidades de su gente, especialmente de los más humildes y trabajadores, la verdadera medida de su grandeza. Para ella, cada acción, cada proyecto gestionado y cada recurso destinado tenían sentido solo cuando contribuían a mejorar la vida de quienes luchan diariamente por sostener a sus familias con dignidad y esfuerzo.
Martha Yolanda Dagnino Camacho es una persona marcada por la intensidad de sus experiencias: la calle, el trabajo, la familia numerosa, la disciplina aprendida en la práctica, el contacto con el dolor humano y la firme convicción de que la política solo tiene sentido cuando se utiliza para servir. Su historia es la de alguien que no se quebró, que supo levantarse y mantenerse de pie, que aprendió a cultivar lo bueno para cosechar lo bueno.
El Burrión no solo es su origen, sino también su destino. A ese lugar pertenece su historia, su identidad y su vocación de servicio. Allí, entre la tierra y la memoria de quienes la conocen, permanece su nombre como símbolo de carácter, entrega y lealtad a su gente. Su corazón, su espíritu, está en Guasave, aunque su amor es por todo Sinaloa.




