La Universidad Autónoma de Sinaloa (UAS) atraviesa uno de los capítulos más difíciles de su historia reciente: una crisis financiera que amenaza con comprometer su viabilidad, su cobertura educativa y el futuro de miles de jóvenes sinaloenses. El déficit, que asciende a más de mil 200 millones de pesos para el cierre de este año, no es solo una cifra fría; es el reflejo de una encrucijada en la que se juega el destino de la máxima casa de estudios del estado.
En este escenario complejo surge una figura central: el rector Jesús Madueña Molina. Solo alguien que se ha preparado toda su vida para asumir el liderazgo universitario podía enfrentar con firmeza y sensatez un reto de esta magnitud. Madueña no se ha limitado a describir el problema: lo está enfrentando con valentía, honestidad y convicción. Dialoga de frente con el gobernador Rubén Rocha Moya, expone con claridad la situación ante las y los diputados locales, mantiene comunicación con la federación y con la presidenta Claudia Sheinbaum, e incluso sostiene un canal institucional con el Poder Judicial.
La política universitaria no se trata únicamente de administrar recursos; es también una prueba moral y social. El rector ha planteado que la UAS no solo debe ir a “estirar la mano”, sino asumir corresponsabilidad mediante una reingeniería integral que incluya decisiones difíciles: compactación de grupos, fusión de unidades académicas, reducción de la burocracia y una reforma al sistema de pensiones que dé certidumbre a las próximas generaciones.
El Congreso del Estado, a través de la Comisión de Educación, Ciencia y Tecnología, ya manifestó disposición para trabajar hombro con hombro con la Universidad. Sin embargo, ha dejado claro que el respaldo estará condicionado a que las medidas de reingeniería se apliquen con transparencia y verificabilidad. Este matiz es crucial: no basta con tener voluntad política, hace falta confianza social.
En este punto radica el verdadero desafío. La UAS no puede perder de vista su misión esencial: garantizar el derecho a la educación de calidad para todos los sinaloenses. Las cifras hablan de 170 mil estudiantes en 210 planteles, con una cobertura universal que ha colocado a la institución en un sitio de privilegio a nivel nacional. Si no se toman decisiones firmes, esa conquista puede desmoronarse.
Hay una reflexión moral de fondo: ¿qué le dice esta crisis a la sociedad sinaloense? Que la educación pública, cuando no se financia con justicia y visión, se convierte en rehén de la inequidad. Que la inequidad en el subsidio por alumno —60 mil pesos en la UAS contra una media nacional mucho más alta— es una forma silenciosa de castigo a los jóvenes del estado. Y que, sin la valentía de los liderazgos, las universidades públicas están condenadas a la precariedad.
Hoy, Jesús Madueña Molina asume la tarea de salvar a la UAS no solo con diagnósticos y cifras, sino con una propuesta que busca garantizar un futuro con certidumbre, solidez y calidad. Su reto es político porque requiere tejer acuerdos en todos los niveles de poder; es social porque involucra el destino de miles de familias; y es moral porque exige poner el interés colectivo por encima de los privilegios o resistencias.
La Universidad Autónoma de Sinaloa está en un punto de inflexión. O se transforma con responsabilidad, o corre el riesgo de colapsar bajo el peso de la inercia. La historia juzgará este momento. Pero lo cierto es que, hoy, la voz del rector Madueña encarna la posibilidad de que la Casa Rosalina no solo sobreviva, sino que siga siendo el motor educativo y social de Sinaloa.