El pasado 22 de septiembre, en un acto tan repetitivo como opaco, Julio Duarte entregó el pliego petitorio del STASAC al alcalde de Culiacán. La escena, que debería ser un ejercicio de rendición de cuentas a los trabajadores, volvió a exhibir el sello de la casa: nula transparencia. Nadie conoce el contenido del documento ni cuáles son las conquistas que se buscan para la base sindical. Ese hermetismo confirma que el pliego no responde al interés colectivo, sino a las prioridades de quienes han hecho del sindicato un patrimonio personal.
Duarte, quien inicialmente prometió no reelegirse, se aferró al poder y busca repetir por tercera ocasión bajo el color amarillo. Esa contradicción resume su trayectoria: lo que alguna vez fue una promesa se transformó en un deseo de perpetuarse, sin importar las críticas ni la evidente falta de resultados como líder sindical.
El golpe de realidad fue mayor con la presencia de Salvador “Chava” Flores, el viejo líder moral que salió del retiro para exhibirse al lado de Duarte. No fue un gesto menor: fue un mensaje. Con su sola aparición dejó claro que él sigue moviendo los hilos del STASAC tras bambalinas, y que Duarte no es más que un operador dócil que le garantiza continuidad. Los rumores de que Flores prepara a uno de sus hijos como relevo natural alimentan aún más la idea de un sindicato heredado, convertido en empresa familiar.
Como si no fuera suficiente, en esta elección apareció una jugada burda: la candidatura de Zayda Flores, ex secretaria de Salud e Higiene del sindicato, que porta el color tinto. Lejos de ser alternativa, su postulación parece diseñada para engañar, fragmentar a la oposición y, llegado el momento, declinar a favor de Duarte. Se trata de una mentira con rostro femenino, una estrategia que busca manipular a la base y confundir incluso a actores externos como los diputados Sergio Torres y Ely Montoya, quienes podrían estar siendo utilizados en esta jugada.
La oposición, sin embargo, no está vacía. Por un lado, Homar Salas, con el color rojo, ha logrado consolidarse como un opositor auténtico: nunca formó parte de los comités viciados y defendió los derechos de sus representados desde la trinchera de delegado. Esa independencia lo ha hecho ganar respeto como figura limpia, aunque su fuerza electoral aún se ve contenida por la estructura pesada que controla el sindicato.
Quien ha logrado conectar más de lleno con las bases es Manuel Espinoza, con el color blanco. Su movimiento ha tomado fuerza porque refleja el hartazgo de los trabajadores y porque conoce de cerca las entrañas del STASAC. En contraste con las simulaciones y el reciclaje de nombres, Espinoza encarna la posibilidad de un cambio real. No carga con los lastres del cacicazgo, y su discurso no viene desde la comodidad de las cúpulas, sino desde la experiencia de quienes padecen el abandono y el clientelismo sindical.
La elección coloca al STASAC frente a una disyuntiva clara: seguir atrapado en la desvergüenza de Julio Duarte, sostenido por el eterno “Chava” Flores y sus trampas, o apostar por una renovación que abra las puertas a un sindicalismo más auténtico y cercano a la base.
Salas aporta la dignidad de un opositor que no se ha contaminado con los vicios de los comités, pero es Espinoza quien hoy concentra las simpatías y puede capitalizar el malestar generalizado. Si logra traducir esa inconformidad en votos, podría no solo ganar la secretaría general, sino iniciar una etapa distinta en la historia del STASAC, una en la que los trabajadores recuperen lo que siempre debió ser suyo: un sindicato al servicio de la base y no de las familias que lo han secuestrado durante décadas.