Sinaloa: un año de balas y la paz que no llega

spot_imgspot_imgspot_imgspot_img

Este 9 de septiembre se cumple un año desde que la guerra entre los cárteles volvió a abrirse paso en Sinaloa. Aquella jornada de sangre comenzó con disparos simultáneos en La Campiña y en Costa Rica, y desde entonces la violencia no ha dado tregua: asesinatos, desapariciones, mujeres, niños y ancianos ejecutados, vehículos robados, residencias incendiadas, policías caídos. Un inventario doloroso que no se mide en cifras, sino en familias rotas.

Lo más desgarrador no es solo la muerte, sino la normalización del horror. Las familias han aprendido a vivir con miedo, a mirar de reojo, a guardar silencio. El dolor se hereda y las ausencias se acumulan, dejando un vacío espiritual que ninguna autoridad parece dispuesto —o capaz— de llenar.

En medio de la violencia, también se instala la incertidumbre económica. Comerciantes que temen abrir sus negocios, agricultores que dudan en sembrar, inversionistas que se alejan y familias que sobreviven con lo mínimo. El dinero circula con miedo, el empleo se precariza y la sensación de futuro se diluye, como si la tierra prometida se hubiera convertido en territorio confiscado por el terror.

Socialmente, la guerra erosiona la confianza en el prójimo y multiplica la desconfianza hacia las instituciones. Políticamente, exhibe el fracaso de un Estado que se proclama garante de la seguridad, pero que en la práctica parece más un espectador de la barbarie.

Filosóficamente, nos enfrenta a la paradoja de una tierra fecunda que ha producido música, cultura y esfuerzo, pero que vive secuestrada por la muerte como rutina.
Espiritualmente, la pregunta es inevitable: ¿cómo sostener la esperanza cuando el mal se impone con tanto estruendo? Y, sin embargo, el pueblo sinaloense sigue buscando una salida. En la oración, en la memoria de los que ya no están, en la terquedad de seguir trabajando y soñando, aun cuando el horizonte se tiña de rojo.

La paz en Sinaloa no es una utopía, pero sí es un deseo frustrado, atrapado en la telaraña del crimen y la indiferencia. Un año de balas nos recuerda que la vida no se negocia, que la tranquilidad no debería ser un privilegio, sino un derecho elemental. El reto es volver a creer que esa paz, alguna vez, pueda llegar.

spot_imgspot_imgspot_imgspot_img
spot_imgspot_imgspot_imgspot_img

Conagua tacha de “campaña de mentiras” afirmaciones sobre nueva Ley General de Aguas

El titular de la Conagua, Efraín Morales López, afirmó que la nueva Ley General...

Baraja Trump posibilidad de dejar expirar el T-MEC o elaborar otro acuerdo

Además, el mandatario volvió a acusar a sus socios de aprovecharse de su país....

Reporta FGE cinco muertos, siete robos de autos y cuatro ‘levantones’ durante el miércoles

Reitera su compromiso de mantener informada a la sociedad con datos oficiales que provienen...

Otro funcionario de BC sin entrar a EU: Alcalde José Luis Dagnino confirma revocación de visa

En sus redes sociales, el alcalde de San Felipe, Baja California, José Luis Dagnino,...

La revocación de mandato: ¿un derecho ciudadano real o un espejismo electoral?

La idea de que “el pueblo pone y el pueblo quita” se escucha inspiradora:...

El Otro Invisible

Existe una forma de ausencia que solo puede experimentarse en presencia: la ausencia de...

Prohibido para unos, permitido para los del poder; neutralidad simulada: así se manipula el proceso en el STASAC

El STASAC ha cruzado, otra vez, la línea del cinismo. Y lo hace a...