Jorge Arredondo: herencia, música y memoria

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Hay encuentros que parecen casuales, pero que en realidad obedecen a una lógica profunda de la cultura: la de la transmisión, la de los hilos invisibles que enlazan a las generaciones.

Este domingo 7 de septiembre, Jorge Arredondo Solís se sentó a compartir canciones y reflexiones en un ambiente íntimo, casi fortuito. Y lo que ocurrió ahí fue la reaparición de una verdad antigua: la cultura no sobrevive en los grandes escenarios, sino en las conversaciones sencillas, en los cantos compartidos, en el gesto de un artista que abre su corazón para reconocer la sensibilidad musical de quienes lo rodean, sean jóvenes, adultos o ancianos.

Arredondo había llegado tras marchar por la paz, llevando en alto el emblema del Supremo Concejo Nacional Indígena. Su sola presencia vinculaba la música con el compromiso social, la sensibilidad estética con la responsabilidad política. Y, sin embargo, para comprender el peso de ese instante hay que mirar hacia atrás, hacia la raíz que lo sostiene: su padre, Perfecto Arredondo Valdez.

Perfecto nació en 1927 en el Rancho del Padre, Sinaloa, hijo de Reyes Arredondo Soto y Ricarda Valdez Cabrera. Su infancia transcurrió en el ámbito rural, en la dureza y sencillez de la vida campesina, donde la escuela primaria del pueblo en 1935 fue apenas el inicio de una educación que completaría con la experiencia del trabajo, el sudor en los campos y el trato directo con los hombres y mujeres que compartían sus mismas carencias y esperanzas.

Se casó con María del Refugio Solís Urtusuástegui y desde muy joven entendió que la organización era la única herramienta que podía cambiar la vida del trabajador agrícola. Fue comisario ejidal en 1956 y desde entonces su nombre se asoció al sindicalismo. La lista de cargos que ocupó da cuenta de su incansable andar: secretario general del Sindicato Industrial y de Oficios Varios en Estación Bamoa, secretario del Sindicato de Trabajadores de Guasave, tesorero del Comité de Obras de su comunidad, secretario general adjunto de la Federación de Trabajadores Agrícolas, líder del Sindicato Nacional de Trabajadores Asalariados del Campo dentro de la CTM, regidor municipal en Guasave, secretario de Acción Social y de Agricultura en la Federación de Trabajadores de Sinaloa, secretario adjunto del Comité Nacional de la SAREI y la CTM, hasta llegar a ser senador de la República en la LIII Legislatura (1986-1988). En el Senado participó en comisiones claves como Marina, Comunicaciones y Transportes, y en subcomisiones sobre soberanía alimentaria y sector social del trabajo.

Falleció el 27 de noviembre de 1988, dejando tras de sí la memoria de un hombre que creyó en la organización colectiva como camino de dignidad.
De esa raíz proviene Jorge. Su vida musical no puede entenderse sin el eco de esa herencia: la disciplina, la cercanía con la gente, la certeza de que compartir es también un acto de justicia. Quienes lo conocen saben que posee un don de gentes poco común: es capaz de abrirse a todos, de conversar con un joven que apenas comienza en la música o con un anciano que conserva la memoria de los viejos boleros. Su generosidad radica en hacer de la música un puente, una forma de encuentro entre generaciones.

Cuando habla de su padre lo hace con un respeto que emociona. Alguna vez lo resumió en una frase que contiene más de lo que parece: “El único hombre Perfecto que he conocido fue mi padre”. Con ello no solo juega con el nombre de quien le dio la vida, sino que afirma la enseñanza recibida: la rectitud, la disciplina y la sensibilidad humana de un obrero que se convirtió en líder sin dejar nunca de pertenecer al pueblo.

La historia de los Arredondo nos recuerda que las genealogías importan, no como cadenas que atan, sino como raíces que nutren. La vida sindical y política de Perfecto, la sensibilidad musical de Jorge y la manera en que éste sabe tender puentes entre generaciones confluyen en un mismo cauce: el de la memoria viva, la que no se queda quieta en los archivos, sino que se canta, se conversa y se comparte.

Seguramente de los encuentros de Jorge con la comunidad musical sabremos más en el futuro cercano: nuevas composiciones, colaboraciones y espacios de diálogo que renueven el bolero y las formas de la canción. Por ahora queda la certeza de que la cultura no es una herencia inmóvil, sino un río en movimiento. Como el Nilo que hizo eterno a Egipto, la música en Sinaloa sigue fluyendo de generación en generación, llevando consigo la memoria de los que lucharon y la voz de los que hoy siguen cantando.

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