El primer informe de gobierno de Claudia Sheinbaum no solo fue un ejercicio de rendición de cuentas: fue, en realidad, un retrato de la apuesta que tiene para consolidar su proyecto político en medio de un país que sigue dividido entre esperanzas y desconfianzas.
La presidenta llegó al informe con la fuerza que le dio una elección arrasadora y la expectativa de encabezar una transición tersa tras el liderazgo avasallante de Andrés Manuel López Obrador. Sin embargo, lo que se juega en estos primeros meses no es la continuidad automática, sino la capacidad de imprimir un sello propio que no se diluya entre las comparaciones inevitables.
El discurso fue cuidadoso, cargado de cifras y promesas, con guiños a la estabilidad y a la idea de que “ya estamos mejor”. Pero entre los números y los anuncios, la pregunta que flota es si en realidad hay un cambio de estilo en el ejercicio del poder. Porque si algo ha caracterizado a Sheinbaum, desde la Jefatura de Gobierno, es su perfil técnico, a veces rígido, que contrasta con la narrativa emocional y de confrontación que dominó los últimos seis años.
Lo cierto es que su informe no dejó espacio para la autocrítica. Ni una palabra sobre los pendientes en materia de violencia, de feminicidios, ni de la crisis en el sistema de salud que todavía padece millones de familias. Y ahí está la principal deuda de un mensaje que quiso mostrarse firme, pero terminó pareciendo incompleto.
En el fondo, Sheinbaum intenta sostener un delicado equilibrio: seguir alimentando la mística de la “transformación” sin caer en el desgaste de repetir un libreto. Y esa es la prueba más difícil. Su capital político es grande, pero también lo son las expectativas. Los próximos informes ya no tendrán el margen de la novedad ni del bono democrático.
El país necesita menos discursos celebratorios y más señales de que la agenda de gobierno entiende la urgencia en los temas que duelen: seguridad, justicia y crecimiento real. Porque si algo quedó claro en este primer informe es que el reto no está en repetir las promesas, sino en demostrar que se puede gobernar con resultados que convenzan a los incrédulos.
Sheinbaum ha empezado su camino como presidenta. Ahora tendrá que decidir si quiere ser recordada como la heredera disciplinada de un proyecto o como la líder que supo abrir una nueva etapa.