La Asamblea General Ordinaria CXXXIX del Sindicato de Trabajadores al Servicio del Ayuntamiento de Culiacán (STASAC), programada para el jueves 4 de septiembre de 2025, huele más a maniobra política que a ejercicio sindical. La convocatoria firmada por Julio Enrique Duarte Apan, actual secretario general, en apariencia cumple con los Estatutos: cita a la base, exige asistencia bajo amenaza de descuento salarial y promete discutir el pliego petitorio que definirá las negociaciones con el Ayuntamiento. Sin embargo, detrás de la formalidad late un trasfondo de control, manipulación y cálculo electoral.
Duarte busca perpetuarse en el cargo por un tercer periodo, y para ello necesita sofocar cualquier brote de disidencia. Su estrategia no solo consiste en acaparar el escenario con bases heredadas, promesas incumplidas y la simbólica “marea amarilla” de los viernes, sino también en preparar un escenario donde, paradójicamente, el desorden le favorezca.
En los pasillos sindicales y en áreas como Servicios Públicos ya se comenta la posibilidad de un autoboicot: dejar pasar a sus seguidores y permitir el ingreso de grupos opositores (blancos, rojos y morados), para después culparlos de provocar disturbios y con ello justificar la suspensión de la reunión. Una jugada que, en los hechos, evitaría que la Asamblea se convierta en escaparate para los aspirantes a sucederlo.
El verdadero temor de Duarte tiene nombre y apellido: Manuel Espinoza. Aunque no es el único contendiente —junto a Homar Salas y Zayda Flores—, Espinoza representa el rival que puede aglutinar mayor inconformidad entre la base. Duarte lo sabe y ha emprendido una campaña soterrada de intimidación: advertencias veladas a los trabajadores de no recibirlo, amenazas de congelarlos o reubicarlos si simpatizan con él, y mensajes directos en redes que más parecen guerra sucia que vida sindical.
A estas maniobras se suma ahora una nueva estrategia: la repartición de formatos entre la base sindical para recoger firmas bajo la leyenda: “los compañeros activos pedimos de favor que se ponga orden con los compañeros que están visitando áreas a manera de campaña, ya que aun no son los tiempos y eso entorpece la negociación del pliego petitorio que es lo que verdaderamente interesa a nuestra organización”. Bajo el disfraz de “orden” y “prudencia”, Duarte busca en realidad bloquear las visitas de Manuel Espinoza, cuya aceptación crece día a día y que es bien recibido en prácticamente todas las áreas del Ayuntamiento de Culiacán. La intención es clara: neutralizar la cercanía de Espinoza con los trabajadores, impedir que gane terreno político y justificar futuras medidas de exclusión.
La Asamblea, que históricamente funge como antesala de las elecciones sindicales, se convierte cada tres años en vitrina política. En ella desfilan pancartas, porras y discursos disfrazados de participación gremial, pero que en realidad son estrategias de campaña. El problema es que en esta ocasión el dirigente en turno no parece dispuesto a permitir el mínimo margen de visibilidad a sus adversarios. De ahí la sospecha de que la reunión se diseñe para fracasar: si se desordena, si se rompe el quórum, si se suspende, el gran beneficiado será quien controla la logística, las listas de asistencia y la convocatoria.
A esto se suma la polémica inclusión de personal eventual y de confianza en la Asamblea, algo que no corresponde a la esencia del sindicato. Convocarlos para que “levanten la mano” y aseguren el quórum legal constituye un artilugio para manipular el resultado de las votaciones y las decisiones sobre el pliego petitorio. En otras palabras, el voto de quienes no son sindicalizados podría terminar decidiendo el destino de los derechos de quienes sí lo son. Un despropósito que desnuda la urgencia de Duarte por sostener su poder a toda costa.
Las bases sindicales, no obstante, ya no son las de hace diez años. Hoy circula más información, la inconformidad se expresa en redes sociales y la crítica se replica en tiempo real. La exigencia de algunos trabajadores de invitar a la prensa a la Asamblea refleja que hay sectores dispuestos a romper con la simulación. Esa mirada externa podría ser el mayor contrapeso frente a las maniobras internas.
En el fondo, lo que está en juego no es solo la renovación de la dirigencia, sino la viabilidad misma de un sindicato que ha dejado de ser referente de lucha laboral para convertirse en botín político. Duarte, con cinco años en campaña permanente, ha perfeccionado la retórica de las promesas incumplidas: ascensos por escalafón, nuevas bases, entrega de heredadas. Pero la base ya no come entero.
La amenaza de que “si no apoyas, pierdes tus derechos” no puede sostener indefinidamente un liderazgo que confunde autoridad con autoritarismo.
De concretarse el autoboicot, la Asamblea pasará a la historia no como un ejercicio democrático, sino como un capítulo de simulación sindical. Y si bien Duarte tiene estructura, experiencia y recursos para maniobrar, su afán de prolongarse en el cargo puede convertirse en su mayor debilidad. Porque cada amenaza, cada exclusión y cada intento de silenciar a la oposición alimenta la figura de Manuel Espinoza, el adversario que más le preocupa.
El jueves no se juega solo la aprobación de un pliego petitorio: se juega la credibilidad del STASAC y la posibilidad de que la base trabajadora recupere el sindicato como instrumento de defensa, no como feudo de un dirigente obsesionado con perpetuarse.