El amor por los animales del Senador Enrique Inzunza Cázarez: una lección de humanidad y ternura

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En medio del fragor político y la rigidez institucional del Congreso, es inusual —y por eso profundamente valioso— encontrar a una figura pública que no sólo legisla, sino que también siente, vive y honra los vínculos que nos conectan con los seres más nobles: los animales.


El senador Enrique Inzunza Cázarez ha mostrado, una y otra vez, que su amor por los animales no es una pose, sino una convicción nacida de la experiencia, la sensibilidad y una vida compartida con ellos.


Recientemente, compartió en sus redes un mensaje que, más allá de lo anecdótico, revela un alma profundamente tocada por la pérdida de un compañero fiel:
“El tiempo que estuviste entre nosotros, fue grandioso. Ahora y por siempre descansas en el monte que juntos andábamos. Un día, próximo o lejano, tan cierto y seguro como la puesta del sol en el cerro, allá nos encontraremos, pequeño y fiel amigo”.


Estas palabras, impregnadas de ternura, duelo y esperanza, nos hablan no sólo de un perro, sino de una amistad que trasciende la muerte, un vínculo profundo forjado en caminatas por el monte, entre la naturaleza y los libros, allá en su tierra natal, Badiraguato.
No por nada al compañero de cuatro patas que lo acompañaba en sus lecturas, lo apodó con cariño el bibliotecario, reconociendo en él no sólo una presencia constante, sino un espíritu curioso, noble y atento, casi humano.


El senador, lector incansable, encontró en La Odisea un eco para ese lazo de fidelidad absoluta que solo los animales saben ofrecer. Citó:
“Y un perro que estaba echado alzó la cabeza y las orejas: era Argos.”
— La Odisea, El regreso a Ítaca. Canto XVII
Argos, el perro que esperó décadas el regreso de Ulises para morir en paz al reconocer a su amo, es la metáfora perfecta de la lealtad sin condiciones. Con esta cita, Inzunza no solo evoca la muerte de su propio amigo, sino que enaltece la figura del animal como símbolo de una virtud rara: la devoción pura, sin exigencias ni segundas intenciones.
En su quehacer legislativo, Enrique Inzunza también ha dejado claro que su amor por los animales va más allá de lo personal. Ha impulsado, promovido y respaldado leyes por el bienestar de los seres sintientes, enarbolando consignas como “Amor sí, maltrato no” o “La 4T por el cuidado y el bienestar de los seres sintientes”, reconociendo el papel que tienen los animales no como propiedad, sino como compañeros con derechos, emociones y dignidad.
El senador ha posado en el recinto legislativo con carteles que lo muestran no sólo como un político, sino como un defensor de causas que apelan a lo más noble del ser humano. Sus palabras y acciones se alinean en una coherencia rara en la vida pública: la de quien predica con el ejemplo.
Y en tiempos donde el mundo parece desbordarse de rencores, prisas y olvidos, vale la pena volver a una frase sencilla pero reveladora, dicha alguna vez por Patrick Swayze:
“¿Sabes a qué huele un perro? Huele a gratitud, lealtad, nobleza, cariño, amor puro e incondicional… no huelen a resentimiento.”
El hogar del senador Enrique Inzunza Cázarez, ya sea en su casa de Badiraguato o en el corazón del Congreso, sin duda huele a eso: a libros abiertos, a pasos por el monte, a afecto sin límites y a memorias compartidas con su “bibliotecario” de cuatro patas. Y con cada ley que impulse, con cada palabra que pronuncie por los que no tienen voz, seguirá honrando la huella —real y simbólica— que dejó su compañero fiel.

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