Imelda Castro, en campaña encubierta y tramposa por la gubernatura

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El caso de la senadora Imelda Castro ejemplifica a la perfección la ambigüedad y el doble discurso que suele prevalecer en tiempos preelectorales dentro de la política mexicana, particularmente en el contexto de las nuevas reglas internas de Morena para evitar el uso del Senado como trampolín político.

El “candado” de Morena y su impacto en este tema es de suma relevancia y es nota principal en la portada del periódico Excélsior de este lunes.

Morena, con su mayoría absoluta en el Senado, acordó que ningún legislador con aspiraciones a gobernar su estado podrá presidir la Mesa Directiva del Senado durante todo el sexenio. La medida busca evitar que dicha presidencia se convierta en una plataforma de exposición nacional y fortalecimiento político, como ocurrió con Alejandro Armenta (Puebla) o Eduardo Ramírez (Chiapas), quienes usaron esa visibilidad para proyectar sus candidaturas estatales.

Este acuerdo afecta directamente a 25 senadores y senadoras, entre ellas Imelda Castro, quien tiene claras aspiraciones a la gubernatura de Sinaloa en 2027.

Por eso es pertinente preguntarse ¿de qué nivel cree la senadora Imelda Castro que es la inteligencia de la gente? ¿De verdad cree que todo mundo se chupa el dedo? ¿En su discurso, Imelda Castro, qué está mostrando? ¿honestidad o simulación?
Tras anunciar que no buscaría la presidencia del Senado, Imelda justificó su decisión con un discurso aparentemente humilde y orientado al servicio social: “No quiero presidir el Senado para acercarme más al pueblo de Sinaloa.”

Sin embargo, esa justificación no se sostiene ante los hechos ni frente al nuevo acuerdo interno de Morena: No fue una decisión voluntaria, sino una obligación derivada del “candado” partidista.
Su negativa a presidir no fue un acto de sacrificio o humildad, sino una condición impuesta por su interés en competir por la gubernatura.

Ahora, lo que vimos estos últimos días fue una campaña anticipada disfrazada de “información”. Aunque Imelda afirma que “no son tiempos de andar en campaña”, recorre Sinaloa realizando “asambleas informativas” en las que, según ella, resalta los logros legislativos del Senado, difunde los programas federales y las acciones del nuevo gobierno de Claudia Sheinbaum, y se presenta como una figura activa, visible, cercana al pueblo y alineada al poder federal.

Estas actividades, aunque técnicamente legales, funcionan como precampaña encubierta. En realidad, lo que hace Imelda es posicionar su imagen, fortalecer redes clientelares y construir estructura territorial, todo mientras se mantiene en funciones legislativas y evita sanciones del INE por actos anticipados de campaña.
Hoy en la columna Tercer Piso del periódico El Debate aparece la pregunta: ¿Quién le cree?, cuando la senadora declara que “trabaja por la paz” y que sus recorridos no tienen fines políticos, pero visita comunidades, da discursos, difunde acciones de gobierno y se presenta como una opción cercana y eficaz, lo que vemos es una estrategia de construcción electoral cuidadosamente disimulada.

Esto despierta una pregunta legítima: ¿Quién le cree realmente que no está en campaña?

Imelda Castro no renunció a la presidencia del Senado por voluntad propia, sino porque el nuevo marco disciplinario de Morena se lo impide. Al mismo tiempo, sigue operando políticamente con miras a 2027, usando recursos públicos, tiempo legislativo y actos de “información” como vehículos de promoción personal.

Esto refleja un fenómeno más amplio dentro de la política mexicana: el uso de figuras retóricas para disfrazar actos anticipados de campaña, mientras se navega en los márgenes de la legalidad y la narrativa partidista.

En esencia, Imelda Castro ya está en campaña, aunque no lo diga abiertamente, y su narrativa sobre “acercarse al pueblo” es simplemente un eufemismo para no confrontar abiertamente los límites impuestos por su partido.

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