El corredor del despojo: guerra, comercio y la reconfiguración violenta del Medio Oriente

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El tablero geopolítico del siglo XXI ha estallado definitivamente en Medio Oriente. Lo que por décadas fue un conflicto localizado y aparentemente marginal hoy se revela como uno de los principales epicentros de reconfiguración del orden mundial. El estallido de una guerra directa entre Israel e Irán, con la intervención militar del ejército estadounidense, confirma lo que analistas críticos han señalado por años: el conflicto en Palestina no es un asunto aislado o local, sino el corazón visible de un proyecto mucho más amplio cuyo objetivo es rediseñar el mapa político y económico del Medio Oriente en beneficio de las potencias occidentales. La actual ofensiva de Israel sobre Irán, seguida de una respuesta sostenida por parte de Teherán que ha logrado vulnerar la hasta ahora incuestionable Cúpula de Hierro israelí, es la expresión brutal de ese proceso. Lo que antes se discutía en informes diplomáticos y conferencias económicas ha llegado al terreno abierto de la guerra regional.

Estados Unidos, como era de esperarse, ha decidido intervenir directamente, no por solidaridad automática con Israel, sino por el profundo interés estratégico que representa para sus planes globales consolidar un nuevo orden en la región.
Este proyecto no es improvisado. Desde hace años, Washington y Tel Aviv impulsan la creación de un nuevo corredor económico, anunciado formalmente como el Corredor India-Medio Oriente-Europa (IMEC), cuyo propósito es enlazar los grandes polos productivos del sur asiático con Europa a través de Israel. Bajo la apariencia de un proyecto de infraestructura comercial, el IMEC oculta una lógica profundamente geopolítica: garantizar que el comercio mundial transite por rutas controladas por Estados Unidos y sus aliados, debilitando a sus principales adversarios estratégicos, en especial China, Rusia e Irán. Pero este corredor, presentado como una ruta de paz y prosperidad, necesita despejar del camino a todos aquellos actores que puedan cuestionar o interrumpir su viabilidad. Y es ahí donde Palestina, Siria, Líbano e Irán se convierten en enemigos objetivos del proyecto. Lo que ocurre hoy en Gaza, Damasco, Beirut y Teherán no son episodios inconexos, sino partes articuladas de una estrategia imperial orientada a eliminar cualquier resistencia política, militar o cultural que pueda obstaculizar el dominio comercial y estratégico de Occidente en la región.

La guerra abierta contra Irán no es solo una extensión del conflicto palestino-israelí, sino un salto cualitativo en la dinámica de confrontación regional. La vulneración de la Cúpula de Hierro por parte de las fuerzas iraníes ha roto uno de los principales mitos de invulnerabilidad que sostenían el poder israelí. Israel, acostumbrado a la guerra asimétrica contra pueblos ocupados o fuerzas guerrilleras, enfrenta ahora un enemigo estatal, con capacidad tecnológica, misiles balísticos de alcance real y una red de alianzas regionales que incluyen a Siria, Líbano y milicias iraquíes. Lo que antes se resolvía con ataques quirúrgicos o bloqueos diplomáticos ha escalado a una guerra regional, con Estados Unidos como actor militar directo, consciente de que el fracaso de Israel en este conflicto representaría no solo una derrota geoestratégica, sino el debilitamiento definitivo de su proyecto comercial y político para el Medio Oriente.

Este escenario bélico debe ser comprendido dentro del marco de crisis más amplio del orden occidental. Estados Unidos no actúa por iniciativa aislada, sino como respuesta al avance del eje China-Rusia-Irán, el fortalecimiento de los BRICS+ y el surgimiento de proyectos alternativos como la Ruta de la Seda china. El IMEC representa el intento desesperado de Occidente por controlar los corredores de comercio global antes de que el eje euroasiático termine por desplazar al dólar como moneda hegemónica en el comercio internacional. La diferencia, trágica y brutal, es que mientras China propone rutas comerciales basadas en cooperación y desarrollo, Occidente impone las suyas a sangre y fuego, desatando guerras abiertas y desplazamientos masivos para limpiar el terreno de cualquier obstáculo humano o político.

El papel de Palestina en este tablero es decisivo. No solo como territorio ocupado, sino como símbolo de la resistencia global contra el colonialismo moderno. La agresión sistemática contra el pueblo palestino, agravada por las recientes campañas de limpieza étnica y destrucción total en Gaza, responde a la necesidad estratégica de consolidar un espacio geográfico homogéneo bajo control israelí, por donde transiten las rutas comerciales del nuevo orden. La resistencia palestina, por ende, trasciende el ámbito local para convertirse en un factor geopolítico de alcance global. En paralelo, Irán emerge como el principal dique de contención militar contra la expansión israelí-estadounidense, lo que explica la virulencia con la que ahora es atacado, y el enorme costo político que Washington está dispuesto a asumir para aplastar ese frente.

El futuro inmediato es incierto, pero una cosa es clara: la guerra por el Nuevo Medio Oriente ya no es una hipótesis, es un hecho consumado. El corredor económico que Washington y Bruselas sueñan consolidar no será un camino de desarrollo, sino una ruta pavimentada sobre ruinas, escombros y cadáveres. El rostro sonriente del comercio internacional oculta el rostro brutal del despojo, la subordinación y la guerra. La humanidad asiste al nacimiento de un nuevo orden global, no por acuerdos diplomáticos o alianzas solidarias, sino bajo la sombra de los misiles, los desplazamientos forzados y la militarización absoluta de los territorios. Lo que está en juego ya no es solo el control de una región, sino la posibilidad misma de construir un futuro distinto al que imponen las lógicas imperiales.

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