¿Es posible transformar la realidad desde las aulas? ¿Puede la educación ser verdaderamente liberadora en un sistema diseñado para reproducir desigualdades? El Poema Pedagógico de Anton Makarenko, educador ucraniano, nos desafía a pensar estas preguntas no desde la comodidad de la teoría, sino desde la urgencia de la praxis.
En un momento histórico donde la educación se reduce a métricas de rendimiento y competencias mercantilizables, releer a Makarenko es un acto de insurgencia pedagógica. Su experiencia nos revela que la verdadera educación no puede existir sin una crítica profunda a las estructuras de poder que producen la marginación y la violencia.
La colonia Gorki no fue simplemente un experimento pedagógico; fue un laboratorio de resistencia donde los excluidos del sistema – aquellos etiquetados como “delincuentes”, “inadaptados”, “casos perdidos” – descubrieron su poder para transformar la realidad. ¿No es acaso esta etiquetación una forma de violencia simbólica que perpetúa la dominación?
El trabajo colectivo que Makarenko propuso no debe entenderse ingenuamente. No se trataba de formar trabajadores dóciles para el sistema, sino de desarrollar una conciencia crítica a través de la praxis transformadora. Los jóvenes no solo aprendían oficios; aprendían a leer el mundo, a cuestionarlo, a reimaginarlo.
La disciplina democrática que implementó desafiaba directamente la lógica autoritaria de la educación tradicional. ¿Por qué tememos tanto dar voz a los estudiantes? ¿Qué amenaza representa para el orden establecido una juventud que piensa, cuestiona y decide por sí misma? Cada asamblea en la colonia era un ejercicio de poder popular, una demostración de que otra forma de organización social es posible.
El énfasis en la colectividad no era un simple recurso metodológico. Era un desafío directo al individualismo que atomiza, que nos hace ver al otro como competidor o amenaza. En la experiencia colectiva, los jóvenes descubrían que su liberación personal estaba indisolublemente ligada a la liberación de todos.
¿Podemos hablar honestamente de educación sin abordar las condiciones materiales que producen la violencia y la exclusión? La pedagogía de Makarenko nos muestra que la verdadera educación no puede ser neutral. O sirve para domesticar y reproducir las desigualdades existentes, o se convierte en una herramienta para la emancipación.
La violencia que hoy nos preocupa no es un fenómeno aislado. Es el producto de un sistema que mercantiliza la vida, que deshumaniza, que convierte a los seres humanos en objetos descartables. La respuesta no puede ser más control, más represión, más exclusión. La respuesta debe ser una educación que despierte la conciencia crítica, que construya solidaridad, que genere esperanza.
El legado más radical del Poema Pedagógico no está en sus métodos específicos, sino en su demostración de que otra educación es posible. Una educación que no se conforme con adaptar a los jóvenes a un mundo injusto, sino que los prepare para transformarlo. Una educación que no tema nombrar las opresiones, que no retroceda ante el conflicto, que se atreva a soñar con un mundo diferente.
La pregunta no es si la educación puede transformar la realidad. La pregunta es si nos atrevemos a construir una educación verdaderamente transformadora. En las páginas del Poema Pedagógico encontramos no solo una experiencia histórica, sino un desafío vigente: hacer de cada aula un espacio de resistencia, de cada escuela un territorio liberado, de cada acto educativo una afirmación de que otro mundo es posible.
La educación o es liberadora o no es educación. Este es quizás el mensaje más potente que podemos extraer hoy del Poema Pedagógico. En un mundo donde la deshumanización se normaliza, donde la violencia se naturaliza, donde la injusticia se justifica, educar con esperanza es un acto revolucionario.