Michael J. Sandel pregunta ¿Qué ha sido del bien común? La obra “La tiranía del mérito” lo cuestiona. Y el fragmento del libro lo tomamos de las redes sociales del Senador electo por Sinaloa Enrique Inzunza Cázarez:
“La idea –inicia la cita- de que el sistema premia el talento y el trabajo anima a los ganadores a considerar que su éxito ha sido obra suya, un indicador de su virtud, y a mirar con condescendencia a quienes no han sido tan afortunados como ellos”.
“La soberbia meritocrática refleja la tendencia de los ganadores a dejar que su éxito se les suba demasiado a la cabeza, a olvidar lo mucho que les han ayudado la fortuna y la buena suerte. Representa la petulante convicción de los de arriba de que se merecen el destino que les ha tocado en suerte y de que los de abajo se merecen también el suyo, y esta actitud es el complemento moral de la política tecnocrática”.
Fin de la cita.
De estas reflexiones de Michael J. Sandel sobre la meritocracia, Enrique Inzunza considera que “son lúcidas y esclarecedoras. Hoy más que nunca es necesario repensar nuestras instituciones, incluido el Poder Judicial, desde el civismo humanista y democrático. Los derechos son un ideal común”.
Apenas el martes culminó su ciclo como Secretario General de Gobierno para incorporarse al Senado de la República y hoy miércoles vivió la experiencia de su primera sesión plenaria con las y los senadores de Morena, a la cual acudió la presidenta electa de México Claudia Sheinbaum Pardo.
Previamente, por unanimidad de votos, Adán Augusto López fue elegido como Coordinador General de Morena en el Senado y Gerardo Fernández Noroña fue seleccionado como el próximo presidente de la Mesa Directiva del Senado de la República.
Por cierto, la Senadora por Sinaloa Imelda Castro Castro fue electa también por unanimidad como vicepresidenta de la Mesa Directiva del Senado de la República.
Lo anterior se da en una situación sumamente favorecedora para Morena pues en esa reunión plenaria se sumaron a la bancada de Morena Areli Saucedo y Sabino Herrera, senadores electos del PRD, por lo cual están a solamente un voto de obtener la mayoría calificada en el Senado de la República.
Esto no es algo menor en los actuales momentos históricos, en los que la Cuarta Transformación empuja varios cambios, entre ellos, el más destacado es la reforma al Poder Judicial.
Hace más de un mes Enrique Inzunza, con una larga y sólida trayectoria en el Poder Judicial, con una experiencia de años como magistrado presidente del Supremo Tribunal de Justicia del Estado de Sinaloa, escribió en sus redes sociales, al opinar sobre la crónica de una manifestación en contra de la reforma al Poder Judicial, que hoy sigue su curso:
“Escuchar a un Magistrado de Circuito decir, frente a sus compañeros, que el Poder Judicial Federal es un “poder soberano de la Unión”, refleja la franca incomprensión del principio más básico del orden constitucional: que el único soberano es el pueblo.
Todo poder público, incluido el jurisdiccional, dimana de él y se instituye para beneficio de éste; nos lo enseñan desde los primeros años de escuela, en las clases de civismo.
Preocupan estos extravíos que solo constatan la necesidad y la urgencia de una reforma a profundidad de la judicatura federal.”
Motivado por la curiosidad investigué quién es Michael Sandel, y encontré otro libro muy interesante. El prestigiado filósofo político y profesor en la Facultad de Derecho de la Universidad de Harvard escribió también “Justicia, ¿hacemos lo que debemos?” El autor piensa que no.
Al hablar de bienestar, libertad y virtud sostiene que estas cuestiones no se refieren solo a cómo deberían tratarse los individuos entre sí, sino a qué debería ser la ley y a cómo debería organizarse la sociedad. Se refieren a la justicia.
En su libro reflexiona sobre diversas posturas filosóficas.
“Al campo de la equidad –dice- pertenecen teóricos de una vena más igualitaria. Mantienen que los mercados sin restricciones ni son justos ni son libres. En su opinión, la justicia requiere de políticas que remedien las desventajas sociales y económicas y den a todos equitativamente oportunidades de triunfar”.
El libro concluye que una política basada en el compromiso moral no solo es un ideal que entusiasma más que una política de la elusión. Es también un fundamento más prometedor de una sociedad justa.
Les comparto de este libro de Michael J. Sandel, que conocí gracias a la afortunada cita de Enrique Inzunza, quien hace algunas horas era formalmente responsable de la política interna de Sinaloa, el siguiente fragmento:
“En las sociedades democráticas la vida está llena de desacuerdos acerca de lo que está bien y de lo que está mal, de la justicia y la injusticia. Algunos están a favor del derecho a abortar y otros consideran que el aborto es un asesinato. Algunos creen que es equitativo cobrar impuestos a los ricos para ayudar a los pobres, mientras que otros creen que es injusto obtener mediante un impuesto dinero de quienes se lo han ganado con su esfuerzo. Algunos defienden la «acción afirmativa» —la discriminación positiva a favor de alguna minoría— en la admisión a las universidades como modo de enmendar errores del pasado, mientras que otros creen que es
una forma injusta de discriminación inversa que perjudica a personas que se merecen el ingreso por
sus propios méritos. Algunos rechazan que se torture a los sospechosos de ser terroristas porque creen que se trata de un acto moralmente abominable indigno de una sociedad libre, mientras que otros lo defienden como una última defensa contra un ataque terrorista.
Las elecciones se ganan y pierden por esos desacuerdos. En las llamadas guerras culturales se lucha por ellos. Con la pasión y la intensidad con que debatimos las cuestiones morales en la vida pública, podría tentarnos el pensar que nuestras convicciones morales están fijadas de una vez por todas, sea por nuestra crianza, sea por la fe, más allá del alcance de la razón.
Pero si eso fuera cierto, la persuasión moral resultaría inconcebible, y lo que consideramos un debate público sobre la justicia y los derechos no sería más que un intercambio de aserciones dogmáticas, una guerra de tartas ideológica. Nuestra política, en sus peores aspectos, se acerca a esa descripción. Pero no tiene por qué ser así. A veces, un argumento puede cambiar nuestras ideas.
¿Cómo podremos, pues, abrirnos paso mediante razonamientos en el disputado territorio de la justicia y la injusticia, la igualdad y la desigualdad, los derechos individuales y el bien común?”